un miércoles de noviembre.

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Fui hacia allí con la estúpida esperanza de encontrarlo. Tocaba una banda de rock, la cual tenía muy en claro que era de sus favoritas. Pero no. No se apareció y volví cabizbaja todo el camino por su causa. No se lo conté a nadie. Él era mi secreto. Acompañé a una de mis mejores amigas hasta la calle principal en Montevideo, y cuando me harté de su felicidad y buen humor, que lamentablemente no podía compartir, me fui. Esperé en la parada de autobús durante lo que fueron unos quince minutos, deseosa de que llegara de una vez ya que eran las 2:30 a.m. y no quería nada más que estar en casa. Con la mirada fija en donde se suponía que debía aparecer el autobús, de pronto sentí ruido de bolsas a mi espalda. Quizá fue cosa del destino que me volteara, ya que la parada estaba llena de gente y cualquiera de ellos podría haber ocasionado el sonido. Pero sin embargo me encontré con algo que de alguna forma, me partió el alma en dos: él, el chico que tanto había buscado, que tanto ansiaba ver, estaba frente a mis ojos, a medio metro de distancia, buscando entre los restos de basura. La situación me devastó, ver su cara llena de tristeza y frustración. La cabeza baja, llena de vergüenza, sin levantarla ni un momento a observar a los presentes. Fue por eso que no me vio. Fue por eso que me dispuse a observarlo, anonadada, en blanco, impactada. Iba junto a otro chico, que se limitó a observarme, tal vez extrañado porque no pude quitar ni un segundo los ojos de su amigo. Al terminar la labor, se incorporó y siguieron su camino sin mirar atrás. Me dispuse a observarlos hasta que desaparecieron de mi vista. Ya había oído que vivía en la calle, pero hasta entonces, no lo había vuelto a ver y no había tenido la oportunidad de preguntárselo. Tampoco era que me fuese a responder, lo conocía demasiado bien como para saber que no lo haría. Pero verlo así, haciendo aquello, me había dejado sin habla. Lentamente mi cerebro comenzó a funcionar nuevamente y fui consciente de los veinte pesos que llevaba en el bolsillo. Tal vez para mí no significaban nada, pero para él podían significar mucho y había desperdiciado la oportunidad de dárselos. Me mantuve unos tres minutos sin quitar la mirada del lugar por el que habían desaparecido, y sin pensarlo dos veces, me encaminé hacia allí. Nunca pude definir si odiaba o amaba ese tipo de impulsos que me venían de repente, pero lo hecho, hecho estaba. Caminé un par de cuadras sin tener rastros de él, tal vez habían tomado otro camino, tal vez había tardado mucho en ir a buscarlo. Empecé a convencerme a mí misma de que aquello no tenía sentido, que simplemente no lo iba a encontrar y que, de última, así era mejor, porque nunca es correcto revolver cosas del pasado, yo estaba saliendo con otro chico y no estaba muy segura de ese repentino interés por él. Me mentalicé con que no lo encontraría, que caminaría hasta la parada anterior y trataría de olvidar lo sucedido. Pero de repente dos siluetas tomaron forma frente a mis ojos. Se acercaban a otro contenedor de basura y rebuscaban allí. Y no supe que hacer. Continué caminando, aminorando el paso, arrepintiéndome de haber seguido ese impulso, sin saber cómo acaparar su atención. ¿Debería gritar su nombre? ¿o simplemente caminar hasta llegar a su lado y que note mi presencia? O tal vez, caminar más lento hasta perderlo, perderlo para siempre y que todo siga como hasta entonces. Me sumí en pensamientos, en incógnitas, y tal vez haya sido cosa del destino también, que él se haya volteado hacia mí en ese momento. Que se haya detenido, con los ojos fijos en mí. Mi universo se detuvo. Sentir su mirada sobre mí siempre lograba paralizarme. No supe qué decirle. Lo único que logré pronunciar fue un "¿qué haces?". Presa de la confusión, los nervios, la emoción de al fin haberlo encontrado, las palabras no lograban salir, se trababan en mi lengua de forma lamentable. Él parecía sorprendido por mi arrebato, por mi forma de soltarle las cosas. Se limitaba a observarme y pronunciar un simple "no sé" o quedarse callado, sin animarme a más. La situación me frustraba. Mi incapacidad de expresarme y su mutismo, la forma en la que parecía atravesarme con la mirada, como si estuviese viendo mis más profundos secretos. Comencé a golpearlo, suave pero con histerismo, ya sin saber qué más decir, qué más hacer. Rió mientras se refugiaba con los brazos y soltaba un "no me golpees" lastimoso, que me incitaba a abrazarlo y no soltarlo nunca. El clima se relajó y comenzamos a hablar con más naturalidad, con al menos una pequeña sonrisa. Y con el paso de los minutos fui consciente de lo cerca que estábamos el uno del otro. De cómo podía de cierta forma, verme en sus ojos verdes. Observar los detalles de su rostro, la barba de adolescente que le había comenzado a crecer. Cómo en unos meses parecía haberse hecho unos cinco años mayor. Recordé su cuerpo, con la musculatura y la forma perfecta, y deseé tocarlo una vez más, deseé que esos centímetros que nos separaban se convirtiesen en nada y nos fundiésemos en un beso. Parecía titubear, alejarse, para luego volverse a acercar. Pero nunca sin apartar sus ojos de los míos, nunca sin dejar de trasmitirme esa ternura, esa inocencia y esa pasión que sólo él sabía fusionar tan bien.

De pronto no aguante más. No podía permitirme perder la oportunidad de sentir sus labios una vez más, luego de tantos meses de ausencia y deseo, no podía permitirme algo así. Así que di el último paso y uní sus labios con los míos. Al principio me resultó extraño, como si nunca lo hubiese besado, como si fuese algo nuevo en mi vida. Se separó lentamente de mí y susurró "no es justo, me siguen gustando tus labios" sonreí y volví a besarlo, lentamente, saboreándolo. No quería perder un solo segundo. No quería que quedara una parte de él sin probar. Necesitaba que sea mío y fundirme en sus brazos. Me abrazó por la cintura y el sabor de sus labios comenzó a hacerse familiar. Su cuerpo encajaba perfectamente con el mío y deseé verdaderamente que ese momento sea eterno. De pronto se detenía para volver a mirarme, y luego me abrazaba, me abrazaba como nunca lo había hecho antes, lento, tranquilo, en paz, sin hablar. Y noté en él su angustia, la manera en que se aferraba de mí y no parecía querer soltarme. Me miraba, sonreía, me besaba, volvía a sonreír, me abrazaba y me alzaba en el aire al tiempo que giraba sobre sí mismo.

Encuentros Fugaces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora