Capítulo 3. Dos chicos interesantes

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—¡Qué linda quedaste, mi amor! -besó con fuerza mi frente causándome comezón— Estás preciosa. Déjame ponerte un poco más de chapas, ahora vengo.

Mamá salió de mi habitación y corrió haciendo ruido con sus puntiagudos tacos, hacia el baño, su reserva de maquillaje.

Me puse de pie en el pequeño banquito frente a mi tocador y me observé. Me gustaba mi apariencia, en serio me gustaba y me sentía feliz. Me alejé un poco para observar mi cuerpo entero, puse mis manos en mi cintura y sonreí como para una foto.

El vestido que traía era rosa pálido, ¡siempre quise uno así! Era corto, veinte dedos sobre las rodillas, el escote era corazón, sin tiritas y completamente pegado al cuerpo. Ahora sí tenía qué presumir, no como el año anterior, en el que, a todas las fiestas de quince años que tuve, fui con vestidos a las rodillas, sueltos, con tiras y aún así, me sentía bastante incómoda. Veía mi silueta en el espejo y se me borraba la sonrisa. Ah, malos tiempos.

Escuché el timbre del teléfono en la sala.

—¡Contesta, Joy! —gritó mi mamá desde el baño.

Bajé corriendo las escaleras, descalza. Me tumbé en el sillón y cogí el teléfono de la mesita de al lado.

—¿Hola?

—Señora Brandon, mi hija se ha ido de la casa. ¡Tiene que ayudarme, por favor! Ya no sé qué hacer —su tono era desgarrador, esa mujer le estaba gritando al auricular— ¡Dígame qué hacer! He llamado a sus amigas pero dicen que no está con ellas.

—Escuche, escuche —interrumpí sus sollozos— Ahora le paso con la señora Brandon, un momento.

—¿¡Qué?! ¿Con quién hablo? —resoplé.

—Un momento —tapé el auricular— ¡Mamá!

—¿Si? —contestó desde el segundo piso.

—¡Te llama un paciente!

—¡Voy!

Bajó muy acelerada las escaleras, casi igual que yo y al ver que no tendría piedad de mí aunque estuviera impecable para una fiesta, me retiré del sillón lo más rápido que pude. Justo a tiempo, ella cayó como una tortilla sobre el mueble y tomó el teléfono.

—Brandon, ¿en qué puedo ayudarlo? —dijo amablemente— Primero, respire hondo y ordene sus ideas antes de hablarme, ¿de acuerdo? —tranquilizó.

Mi madre era psicóloga, todo el tiempo llamaban a casa sus perturbados pacientes en busca de ayuda. Me preguntaba por qué tenía que darles el teléfono de casa. Siempre era yo la que contestaba, juraba que algún día estaría de malas y le gritaría a uno de esos locos. Pudiendo llamar a su celular, tienen que... Bueno, no importaba. Prnsaba que jamás estudiaría Psicología, a menos que quisiera estresarme y volverme loca con los problemas ajenos.

Subí a mi habitación y me eché un último vistazo. Sonreí, coloqué las manos juntas en una de mis mejillas, me reí y me recosté en la pared. Miré a mi alrededor, los blancos muros de mi dormitorio estaban cubiertos de pósters de ellos. Les hice ojitos.

—¿Ustedes creen que me veo bien? —les pregunté y al ver su radiante sonrisa, sonreí y fingí estar ruborizada— Oh, exageran, chicos. Pero creo que tienen razón, esta noche luzco genial, ¿no?

Si tenía su aprobación, no habría nada ni nadie en la noche que me la pudiera arruinar. Pasara lo que pasara, yo estaría feliz. O eso creí.

—¿A qué hora te vengo a recoger, princesa? —preguntó mamá dentro del auto.

—No te preocupes, vendré con una de mis amigas en el auto de su papá o mamá. Si no, te llamo.

—Como digas, diviértete.

¿Cuánto tiempo es «Para siempre»?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora