Capítulo 6. Idiota

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El tibio pelaje de Mushu y la sonoridad de sus ronroneos llenaban mi alma de paz mientras vaciaba mi mente al contemplar el techo, recostada en mi cama.

Acababa de despedir la última carta que había escrito a mi padre, amarrada a un globo de helio y liberándolo por la ventana. Algún día, uno de los vecinos pensaría que era una niña loca por soltar globos casi una vez al día por la ventana. Eran tan costosos esos globos. Pero era la única manera de sentirme comprendida por alguien, aunque ese alguien estuviera muerto y jamás leyera lo que le escribía, era perfecto para desahogarme.

El teléfono de mi mesa de noche comenzó a sonar. Me senté sobre mi cama, mi gato saltó y se marchó de mi habitación; tomé el auricular.

—¿Si?

-¡Señora Brandon! ¡Por favor, tiene que ayudarme! ¡No encuentro las píldoras que me recetó! ¡Juro que las dejé junto a mi olla en la cocina pero...! -colgué ante la molesta y desesperante voz de aquel despistado hombre.

Volví a echarme boca arriba y oí cómo la puerta de mi casa se cerraba. «Mamá debió salir», pensé. Eran las cinco de la tarde y yo seguía en mi cama en pijama, estaba cansada y ni siquiera tenía energía para existir. Ojalá todo se hubiera desvanecido.

El teléfono volvió a sonar, cogí mi almohada y cubrí mi cabeza para girar hacia la pared. Tarde o temprano, todo se silenciaría.

Veíamos una premiación y extrañamente, la cámara lo enfocaba a él todo el tiempo. Él nunca había llamado demasiado la atención, no tenía aires de grandeza y vanidad, siempre era muy sencillo y normal. Por eso me gustaba, pero en esa ocasión, hablaba cada vez que podía, lo cual era demasiado considerando que era poco probable que el camarógrafo fuera una fan de One Direction.

Habíamos permanecido en silencio desde que se habían terminado los comerciales, por lo que decidí romper el hielo.

-¿Por qué hablabas tanto, eh? -reí ligeramente desde mi cama.

Él me miró, sonrió y abrió la boca para responderme pero el sonido de su teléfono lo interrumpió. Me hizo un gesto con la mano para decirme que esperara y contestó su moderno y costoso celular.

No entendí nada de lo que decía, solo hablaba en inglés. Pero amaba contemplarlo allí sentado en una silla, frente a la televisión en mi habitación. Me puse de pie y me acerqué a él. Acaricié la comisura de sus labios incomodando su plática, reí y llevé mis dedos a sus párpados. Su piel era muy suave, estaba impecable, no encontré el dichoso acné que muchas decían que él tenía. Aunque si lo hubiera visto o sentido, no hubiera quitado mis manos de su rostro.

Dejó de hablar por dos segundos con el teléfono y me lanzó una mirada divertida insinuando que lo estaba molestando. Sonreí y llevé mis manos a su cabello. Fue lo más suave que alguna vez toqué, como el cabello de una muñeca de porcelana: sedoso, fresco y olía delicioso. Por mí, jamás lo hubiera soltado.

De pronto, colgó y me miró fijamente.

-Tu nombre es Joyce, ¿verdad?

Me quedé paralizada. Él estaba en mi habitación y ¿no sabía mi nombre? Más bien, era Harry Styles, ¿cómo es que sabía mi nombre y estaba en mi habitación? Instintivamente, escaneé todo mi dormitorio buscando algún artículo con mi nombre, pero no hallé nada. Solo hasta entonces me di cuenta de que mis paredes estaban vacías. No había rastro alguno de mis posters. «Menos mal», pensé. Nunca hubiera querido que él se enterara de que yo era una loca fan suya.

Al segundo, revisé mi ropa y leí el bordado "Joyce" en la chaqueta rosa que llevaba. ¿Cuándo me había comprado aquella prenda? Mi madre no bordaba mi nombre en mis ropas desde los cinco años, ¿qué era eso? No podía estar más confundida. Lo observé perpleja sin saber qué decir y me devolvió una mirada juguetona al borde de la risa. ¿Se burlaba de mí?

¿Cuánto tiempo es «Para siempre»?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora