Conocí a un niño llamado Peter, que jugaba todo el día alegando que los chicos como él no pueden caer en el error de enamorarse. Presumía de los juguetes rotos que había pisado por el camino, y con una sonrisa los recordaba, a duras penas, le costaba recordar a más de unos pocos ya que, para Peter sólo habían sido eso, los juguetes rotos y olvidados de un niño caprichoso.
Pero lo que Peter aún no sabía es que uno de esos días, sin llamar ni avisar, una chica entró en él tan rápido que no se dio cuenta de lo profundo que le caló. Una chica dulce a la apariencia pero amarga en el interior, completamente teñida de negro, Wendy ya conocía los golpes de jugar con un niño como Peter, así que se armó con una armadura y una sonrisa casi tam profunda cómo la herida que escondía del ultimo que jugó con ella, y entonces asumió que ese sería su turno de jugar.Peter no se dio cuenta de que poco a poco, caía en su propia trampa. ¿Cómo pudo creerse las mismas promesas que él había pronunciado cientos de veces? ¿Cómo no pudo ver la maldad en esa mirada? ¿Cómo no pudo darse cuenta que de le estaban ganando en su propio juego?
Y aún así Peter siguió bailando con el diablo, creyendo que estaba en el cielo.
Cegado por nuevos sentimientos que nunca había vivido, empezó a creer en el destino, construyó ciudades, edificio a edificio, e hizo de Wendy su mundo entero, cometiendo así el mayor error de su corta vida, sin saber que pronto llegaría una guerra que lo destrozaría todo.Hasta que un día Wendy conoció a un Niño Perdido y no dudó en soltar las manos Peter, quien ya había olvidado a volar desde tanta altura.
Y mientras Peter sufría, lloraba y gritaba, entendió que el error no es caer por alguien, sino esperar que ese alguien caiga contigo.
Peter comprendió que si haces de una persona tu vida entera, una vez esta se va no te queda nada.
Y así fue, el día que Peter Pan murió.