En un reino muy muy lejano vivía una niña de ojos verdes y cabello rojizo.
Esta niña era una princesa, hija del Rey más rudo y peludo jamás visto.
La princesa tan solitaria, pasaba sus horas junto a una niña hija de los sirvientes de sus padres.
Esta niña no era de la realeza.La segunda niña sufría pues echaba de menos su casa y su calor, pero estaba atrapada junto a una familia nueva y una niña pitpireta.
¿Quieres jugar conmigo?
Preguntaba la princesa.
Si tu quieres.
Respondía ella.
Y pasaban las horas entre tazas de te ,ositos de peluche y largas telas de lino donde dormir al agotarse por las travesuras.
Quería estar allí.
No quería estar allí.
La quería.
No la quería.Esas sus incógnitas.
La princesa miraba expectante el techo observando los grumos de la pintura azul celeste oscurecido por la noche. Su amiga la miraba a ella sin saber porque, sólo sentía algo que la impulsaba a ello.
No quiero sentir cariño.
La princesa reía cubierta de flores varias, lirios, rosas, tulipanes, nactalinas y su amiga la más bella de las flores. Reían, y aún sintiendo las patitas de los insectos que se escapaban de la corona de las flores produciendo cosquillas, las lágrimas seguían escapando de sus ojos.
No soy feliz.
No quiero serlo.
¿Quieres abrazarme?
Preguntaba la princesa extendiendo sus brazos a su compañera. La notaba preocupada y angustiada y el cariño siempre alegraba a la gente. Pero no lo hacía con ella, aunque el pequeño puchero de la niña pesaba en la balanza.
De momento podía sentir el pelo color fuego comenzando las cosquillas en su diminuta nariz por la cual se colaba el refrescante olor natural de la infante.Intoxicante...
Es tranquilizadora.
No, no lo es.
No quiero sentirlo así .
Lo sentía.
El tacto de la desconocida tela en su piel, el aroma perfumado de la almohada que aunque agradable no era en absoluto familiar.
El techo ya no tenía grumos color azul oscurecido por la noche, si no un color blanco tipo cáscara de huevo que se desteñia en las esquinas. En suelo no había tacitas de té ni suaves osos de peluches y mucho menos agradables telas de lino desparramadas y produciendo arrugas. En el jardín no se extendían las rosas, lirios, tulipanes y nactalias sino una gran variedad de árboles frutales.Y, por encima de todo no estaba la princesa de cabellos de fuego y quedaba sin embargo en su mano una invitación de boda manchada de lágrimas y bastante arrugada.
No quiso sentir amistad.
Y acabo sintiendo algo más fuerte.
No quiero.
No quise.
No querré.
Intentaba autoconvencerse.
Poco se oía más allá de los fuertes golpes de las campanas a lo lejos, en el centro de lo ciudad. Ese sonido solía indicar la mitad del día pero en ese instante estaba representando toda una vida perdida al lado de la persona querida. Así lo sentía ella...
Como sentía el viento acariciar su piel por encima de las sábanas. Allí había permanecido postrada todo el día, creyéndose morir lentamente, abandonando cada gota de esperanza junto a su lucidez, esperando que el no alimentarse y le falta de sueño le permitieran por fin escapar de lo que no quería y aún así deseo contra su misma voluntad.
Sucedía...
Sus párpados se cerraban lentamente...
Su fuerza escapaba...
Oscuridad silencio y humedad.
Humedad constante en su pecho, chorreando sus ropas y volviendolas incómodas y irritantes.
La oscuridad fue sustituida por la luz que llegaba a sus ojos de forma cargante obligándose a parpadear para acostumbrarse. Definía con pasimonia una silueta roja y alborotado.
El silencio que antes la acosaba escapaba ya que unos constantes quejidos y sollozos lo amedrentaban. Se oían, primero como si estuviera sumergida en la bañera, luego como si sus oreja fueran tapadas por plumosas mantas, finalmente escuchaba hasta el mínimo sollozo y ruido agónico propio de un llanto.
Cuando la humedad que sentía cesaba en su diafragma sus sentidos comenzaron a unificarse por si solos y, a pesar de sentir un gran peso sobre ella se esforzó por recuperar sus sentidos.
Lo comprendió
Sobre su frágil cuerpo una florecilla pelirroja y sollozante súplicaba por que despertara.
Sus ojos esmeralda brillaron al darse cuenta de su estado y con un dolor intoxicante en su enrrogecida garganta lo inició.
¿Qui-quieres permitirme el tener todo de ti?
Preguntaba ella.
Si tu quieres.
Respondía.
Y una adorable y infantil risa se hacía sonar.
Si la quería.
Si era feliz
Si quería estar allí.
Por que sabía que el sentimiento era mutuo.