Juguemos

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Había una vez, un pequeño niño lleno de curiosidad, cuyo nombre era Martín.

Un día, el pequeño Martín estaba jugando con uno de sus primos a las escondidas, y cuando llego su turno de esconderse, corrió en busca de un lugar en donde nunca lo podría encontrar, pero por mas que buscaba no encontraba ese lugar, hasta que vio, a lo lejos, una habitación a la cual nunca había ingresado, no porque no pudiera, si no porque no sabía de su existencia, así que corrió lo mas rápido que pudo y entro. La luz estaba apagada, y Martín no encontraba el interruptor, y como su pequeño amigo estaba apunto de acabar de contar, decidió ir a tientas hasta quedar oculto. En el camino, encontró varias cosas de textura muy extrañas, pero no se preocupó y siguió adelante. Un fuerte golpe se escuchó en la puerta cuando su primo llegó, preguntando como si realmente esperara una respuesta, que si Martín estaba ahí, Martín no pudo contenerse y soltó una pequeña risa a causa de la curiosa pregunta, lo que produjo que su primo, decidiera entrar a investigar, y, aunque este encontró el apagador, la luz no funcionaba, así que de igual manera en la que Martín había entrado a esconderse, este entró a buscarlo, y cuando estaba a tan solo dos pasos de encontrarlo, Martín, resignado, estuvo a punto de anunciar su presencia, pero algo lo detuvo, dos manos gigantes, y grotescas, le taparon la boca mientras que lo jalaban para una parte mas profunda de la habitación, Martín solo se quedó callado, estático, sin hacer nada, dejando que esas manos, lo llevaran hasta donde quisieran. Por fin, las manos se detuvieron y dejaron de arrastrar a Martín, para este momento, Martín se encontraba dormido, y se despertó al sentir un respiración en su cuello. Asustado, se levantó rápidamente, para después volver al suelo al tropezar con lo que parecía ser una caja. Las luces se prendieron, lastimando los ojos de Martín, que apenas y podía abrir los ojos, lo único que pudo reconocer, fue la sombra de lo que parecía ser un tipo alto y con bata, que estaba por levantar lo, cuando sintió sus manos de nuevo, aunque esta vez, se sentían diferente. Martín sintió como un escalofrío le recorría todo el cuerpo para después volver a quedar inconsciente. Despertó atado a una pequeña mesa por sus 4 extremidades, en una habitación muy rustica, sucia y descuidada. Alcanzó a distinguir una puerta, que probablemente llevaría a la salida. Trató de soltarse, pero dos manos le detuvieron. Aparentemente era un cirujano, que estaba apunto de hacer una operación sin que se la hayan pedido. Martín, espantado, gritaba por su ayuda, mientras que el cirujano le ponía cinta en la boca para que se callara. Martín volteaba a todos lados buscando algo que le ayudase, fue entonces cuando vio una cama típica de hospital, en donde estaba acostado lo que parecía ser otro infante, al verlo, Martín trató de despertarlo haciendo muchos ruidos, y para su desgracia, lo consiguió, la pequeña criatura levantó su rostro, para después quedar sentado sobre la cama, y para sorpresa de Martín, eso no era exactamente un niño, parecía mas bien, una extraña creación siderúrgica, con un ojo azul y el otro café, distintos tonos de color para el cabello, ademas de lo que parecían ser parches de piel de otras personas en su cara, como tratando de ocultar una herida. A su vez, este, o esto, lo volteó a ver bruscamente, dejando ver una larga y amplia sonrisa, dejando asomar a sus horribles dientes que estaban al revés, a lo cual, Martín se aterrorizó aún mas, y entre jadeos e intentos de gritos, observaba como el cirujano le sacaba un gran tajo de piel del estomago, para después, ponerse lo a su compañero de cuarto, y no conforme con esos, el cirujano, introdujo muy firmemente su bisturí dentro de la zona en la cual se encuentra el estómago, y Martín pudo ver, como este, le introducía las manos y le sacaba, entre chorros de sangre, lo que parecía ser un órgano. Martín despertó en su alcoba, acostado en su cama, aún intranquilo, mientras que su primo esperaba a que recuperara la conciencia, para poder explicarle que al momento de que lo encontró, este se desmayó. Martín, sin ponerle mucha atención a su primo, se levantó la playera para observar con sorpresa y horror, una enorme cicatriz que cubría todo su abdomen, junto con una nota enterrada en las puntadas, agradeciendo su colaboración en la recuperación de Cain.

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