V

2.8K 259 118
                                    

No pasó mucho tiempo más hasta que James notó quién era él en realidad. Poco a poco, la máscara de inseguridad que llevaba tras despertar del coma se fue resquebrajando y le dejó ser él mismo.

Se sorprendió un poco de su verdadera naturaleza. Comprendió que era solitario, independiente, de humor ácido y de poca paciencia cuando de su privacidad se trataba. Ese era él. Le gustaba reflexionar sobre las cosas y prefería permanecer callado antes de decir tonterías. Le gustaba ser cortés y educado; era un poco modesto y sencillo.

Cuando empezó a sacar sus frustraciones de manera verbal, notó que su entorno comenzó a volverse más tranquilo. Sintió que le trataban con mayor respeto, pero no estaba seguro de que ése fuera el término correcto. Era un poco extraño... Como si se mantuvieran a la distancia con recelo. Incluso se podría decir que quizás le tuviesen algo de miedo, aunque esa palabra era muy exagerada.

Él no era un niño, pero aprendería como ellos —a base de golpes y tropezones— a manejar su nueva vida, y se esforzaba mucho en remarcar que era su vida.

Era difícil conocerse a sí mismo cuando tenía a tanta gente a su alrededor haciendo ruido. Era difícil establecer contacto cuando no terminaba de recordar a todos pero siempre se aparecían por su apartamento, como si estuviesen allí para meter presión sobre el tiempo que se estaba tomando para recordarles. Y era difícil valerse por sí mismo si nadie le dejaba hacer nada por miedo a que se lastimara. Eso era lo que más le frustraba.

A veces deseaba no hablar con nadie, estar solo y tocar música sin que nadie le aplaudiera por ello. A veces deseaba permanecer más en la cama, o dormir siestas durante las tardes y no estar en una reunión eterna en la que se la pasaban todo el día conversando y viendo televisión. Y la gente a su alrededor tenía que comprender eso, debía de respetárselo. Él sentía que debían respetarle como así él les había respetado todo ese tiempo, porque comprendía que quisieran verle tras haber estado a un paso de la muerte durante un año y medio, porque —por más que no les recordaba— comprendía que ellos le querían y se preocupaban por su salud... pero ya no lo soportaba.

James empezó a hablar y ser sincero con su madre respecto a todo eso que le fastidiaba, pero pareció que sus palabras no fueron comprendidas al principio pues no generaron ningún cambio. Así que cuando empezó a decirlas cuando todos estaban presentes, todo empezó a mermar y colocarse en su sitio.

Cuando —por fin— recibió el visto bueno del médico para poder vivir solo, no esperó para comunicarle a su madre y su hermana su deseo. Aquello desencadenó en la insistencia de ambas de esperar, pero él terminó repitiendo su discurso aunque de una manera más fría, llevándose con ello suspiros y murmullos de desaprobación.

Finalmente, un día todo explotó cuando él pidió de mala manera que le dejaran en paz unos días. Había formas distintas de pedir las cosas, y James comprendió que la suya no había sido la mejor, pero le había servido para tener esos escasos —pero muy necesarios— momentos de soledad que había ansiado desde que había salido del hospital.

Disfrutó de una semana de completa paz, cocinándose a la hora que quería, como quería y lo que quería, limpiando su hogar con mucho cuidado y paciencia, empezando a reconocerlo lentamente, tocando música en solitario sin que nadie estuviese comentando al respecto, lavando su ropa, ordenando su ropero, escuchando la radio... No obstante, aquella felicidad se esfumó bastante aprisa cuando notó lo mucho que extrañaba la ayuda cuando salía a la calle.

Sufrió ataques de ansiedad al perderse cuando la gente iba tan apresurada a su rollo que no se daban cuenta que él sólo estaba pidiendo que alguien le dijera si era seguro de poder cruzar la calle y que los coches no avanzaran cuando él se encontraba a mitad del camino. La pasaba realmente mal cuando iba a un mercado y se perdía cuando quería comprar cosas simples, como frutas, verduras y lácteos, o cuando los dependientes le indicaban que los billetes que tenía eran falsos, o cuando a veces se quedaba bastante tiempo esperando una respuesta. Era incómodo, frustrante y sumamente agotador.

Punto y coma, punto y aparteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora