VII

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Cada día era más difícil mantener callado a su corazón cuando estaba con Frederick. Latía fuerte y desbocado, le hacía reír, ponerse nervioso, pensar tonterías... Cada semana era peor que la anterior.

Tocaba canciones pensando en él, aunque no se lo dijera a nadie. No podía reprimir la sonrisa cada vez que le llegaba un mensaje de audio. Era demasiado tarde para detenerse: ya estaba flechado; no había nada por hacer.

Los sueños aterradores y angustiantes fueron cambiando poco a poco; nada de empujones ni frases hirientes, sino recuerdos efímeros —o al menos eso creía James—. Charlas matutinas, desayunos, almohadas, paseos, cafés y muchas cosas más compartidas, como la música.

Soñaba que componían juntos hasta la madrugada, que tomaban vino y se reían de cualquier cosa, que tocaban juntos hasta que los dedos se les entumecían. Soñaba que, por un juego tonto, terminaban besándose y enrollándose en el sillón.

Despertar así, con esas sensaciones tan nítidas, lo volvía loco. Necesitaba darse duchas frías muy a menudo, intentando retener los impulsos de su cuerpo. Despertaba todas las mañanas con una urgencia pujante entre las piernas y tenía que detenerlo de algún modo.

Frederick lo estaba volviendo loco; y, sin embargo, ahí seguía, sin hacer o decir nada al respecto cuando lo tenía en su apartamento, como en esa ocasión.

Estaba tocando el piano con él. Ya ambos se habían acostumbrado a leer en braille y esa vez estaban tocando teclas al azar, componiendo una canción en ese momento, sólo por diversión.

La sala estaba tibia, entraba el sol por la ventana y era un domingo muy calmo.

—¿Preparo algo de té? —Le oyó preguntar a Frederick mientras se levantaba del asiento.

—Vale. —Asintió mientras giraba el rostro en su dirección, sintiendo su mano deslizarse por su brazo hasta el hombro y luego desaparecer junto con su aroma.

James regresó a la posición inicial, de frente al órgano, y tocó algunos acordes.

Quería decirle de alguna manera lo que estaba sintiendo, que cada vez era más fuerte, pero tenía miedo de perder aquello que estaban formando. Comenzó a tocar «Love is a mystery», ignorando el violín que sonaba en su cabeza y dándole importancia al mensaje en sí que a todo lo demás.

Deseaba decirle a Frederick la verdad. Deseaba poder verlo de la misma manera que lo estaba sintiendo, pero se estaba amoldando a lo que tenía. Poco a poco, James iba a acostumbrarse a estar así, disfrutando de los breves momentos. Sería sólo cuestión de tiempo.

—Ya está el té. —Le escuchó decir, y él suspiró. Debía mantener la calma. Debía acostumbrarse a ello y simplemente dejar que todo transcurriese. Comenzó a tocar «Nuvole Bianche» y Frederick no le interrumpió.

Hablaba de esperanza y del deseo de aferrarse a algo que evocaba alegría. Los sonidos sonaban calmos pero intensos y esperaba poder expresar ese miedo e incertidumbre que rodeaban a la esperanza. Cerró sus ojos y se dejó llevar por los sonidos, como si no hubiese nada más allá de esas cuatro paredes.

Le abrazó con la música de nuevo, con la canción. Frederick se mantuvo inmóvil a su lado, casi que ni le escuchó respirar.

La canción era intensa y larga, gratificante, llena de vida. James se desenvolvió en ella como desnudándose y dejando a la vista sus deseos de claridad y paz. Tenía miedo, sí, como lo expresaba la canción, pero ya no quería seguir huyendo o esperando.

Cuando acabó de tocar, Frederick le acarició el antebrazo, intentando separarlo del órgano, quizás, y se puso nervioso del contacto. Tenía la camiseta arremangada hasta los codos y había sentido sus dedos directamente sobre su piel, tal y como le pasaba en sus sueños.

Punto y coma, punto y aparteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora