Cada día era más difícil mantener callado a su corazón cuando estaba con Frederick. Latía fuerte y desbocado, le hacía reír, ponerse nervioso, pensar tonterías... Cada semana era peor que la anterior.
Tocaba canciones pensando en él, aunque no se lo dijera a nadie. No podía reprimir la sonrisa cada vez que le llegaba un mensaje de audio. Era demasiado tarde para detenerse: ya estaba flechado; no había nada por hacer.
Los sueños aterradores y angustiantes fueron cambiando poco a poco; nada de empujones ni frases hirientes, sino recuerdos efímeros —o al menos eso creía James—. Charlas matutinas, desayunos, almohadas, paseos, cafés y muchas cosas más compartidas, como la música.
Soñaba que componían juntos hasta la madrugada, que tomaban vino y se reían de cualquier cosa, que tocaban juntos hasta que los dedos se les entumecían. Soñaba que, por un juego tonto, terminaban besándose y enrollándose en el sillón.
Despertar así, con esas sensaciones tan nítidas, lo volvía loco. Necesitaba darse duchas frías muy a menudo, intentando retener los impulsos de su cuerpo. Despertaba todas las mañanas con una urgencia pujante entre las piernas y tenía que detenerlo de algún modo.
Frederick lo estaba volviendo loco; y, sin embargo, ahí seguía, sin hacer o decir nada al respecto cuando lo tenía en su apartamento, como en esa ocasión.
Estaba tocando el piano con él. Ya ambos se habían acostumbrado a leer en braille y esa vez estaban tocando teclas al azar, componiendo una canción en ese momento, sólo por diversión.
La sala estaba tibia, entraba el sol por la ventana y era un domingo muy calmo.
—¿Preparo algo de té? —Le oyó preguntar a Frederick mientras se levantaba del asiento.
—Vale. —Asintió mientras giraba el rostro en su dirección, sintiendo su mano deslizarse por su brazo hasta el hombro y luego desaparecer junto con su aroma.
James regresó a la posición inicial, de frente al órgano, y tocó algunos acordes.
Quería decirle de alguna manera lo que estaba sintiendo, que cada vez era más fuerte, pero tenía miedo de perder aquello que estaban formando. Comenzó a tocar «Love is a mystery», ignorando el violín que sonaba en su cabeza y dándole importancia al mensaje en sí que a todo lo demás.
Deseaba decirle a Frederick la verdad. Deseaba poder verlo de la misma manera que lo estaba sintiendo, pero se estaba amoldando a lo que tenía. Poco a poco, James iba a acostumbrarse a estar así, disfrutando de los breves momentos. Sería sólo cuestión de tiempo.
—Ya está el té. —Le escuchó decir, y él suspiró. Debía mantener la calma. Debía acostumbrarse a ello y simplemente dejar que todo transcurriese. Comenzó a tocar «Nuvole Bianche» y Frederick no le interrumpió.
Hablaba de esperanza y del deseo de aferrarse a algo que evocaba alegría. Los sonidos sonaban calmos pero intensos y esperaba poder expresar ese miedo e incertidumbre que rodeaban a la esperanza. Cerró sus ojos y se dejó llevar por los sonidos, como si no hubiese nada más allá de esas cuatro paredes.
Le abrazó con la música de nuevo, con la canción. Frederick se mantuvo inmóvil a su lado, casi que ni le escuchó respirar.
La canción era intensa y larga, gratificante, llena de vida. James se desenvolvió en ella como desnudándose y dejando a la vista sus deseos de claridad y paz. Tenía miedo, sí, como lo expresaba la canción, pero ya no quería seguir huyendo o esperando.
Cuando acabó de tocar, Frederick le acarició el antebrazo, intentando separarlo del órgano, quizás, y se puso nervioso del contacto. Tenía la camiseta arremangada hasta los codos y había sentido sus dedos directamente sobre su piel, tal y como le pasaba en sus sueños.
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Punto y coma, punto y aparte
Ficción GeneralJames no sabía quién era ni en dónde estaba. Con el tiempo, comprendió que había estado sumergido en un estado de coma tras un accidente que no recordaba. La rehabilitación fue muy dura, sobre todo porque perdió completamente la vista, pero de repen...