III

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CAPÍTULO 3

El paraje donde se encontraba Kagome invitaba a la reflexión: Un lago de agua termal rodeado por rocas y a resguardo de mirones y amenazas. La suave brisa hacía ondear los cabellos de la miko y el follaje de los árboles no dejaba pasar el sol, con lo que el lugar estaba sumido en una agradable penumbra. Pero este paraje no daba a Kagome la tranquilidad que necesitaba. Conforme el recuerdo se hacía presente en su mente, los ojos se le anegaron en lágrimas...

FLASHBACK

Esa tarde, Inuyasha se había ido atrás de una de las serpientes cazadoras de almas de Kikyo. Era de noche y todos dormían placidamente. Todos no, Kagome estaba despierta y alejada del grupo. Tenía la cara húmeda de haber estado llorando; había visto como uno de los Shinidama Chuu de Kikyo rondaba a Inuyasha, como pidiéndole que le siguiera, y acto seguido, el hanyou se había internado en el bosque.

Kagome se encontraba a las orillas de un lago de aguas cristalinas que estaba en la linde del bosque en el cual se había internado Inuyasha. La miko se encontraba sentada en la hierba al borde del agua, abrazada a sus rodillas y dejando que las lágrimas que había estado conteniendo en presencia de sus amigos fluyeran libremente por su rostro. De repente, sintió unos pasos a su espalda. Se secó las lágrimas, se levantó y se encontró cara a cara con Inuyasha. El hanyou la miraba preocupado.

- Kagome, que haces aquí? Y por que has estado llorando?

- Nada, estaba pensando... y no estaba llorando - lo dijo con cara sonriente, pero el tono de voz la delataba. Inuyasha no quería incomodarla, así que no le replicó. - Estaba preocupada por ti, Inuyasha.

- Keh! No tienes que preocuparte por mi, ya sabes que no soy fácil de matar - Inuyasha se puso serio - Kagome, necesito hablar contigo - la miko se sorprendió, ya que nunca había visto a Inuyasha así de serio.

- De que quieres hablar?

- Verás, es que... yo... - Al hanyou le costaba hablar. Estaban caminando a la vera del lago, acercándose al bosque del que había salido Inuyasha y alejándose del grupo que estaba acampado un poco mas adelante. Kagome se paró y encaró a Inuyasha.

- Vamos Inuyasha, tu que... - Kagome ya se estaba empezando a preocupar

- He tomado una decisión muy difícil, pero creo que es la justa. Hoy he visto a Kikyo - a Kagome le cambió el semblante - Hemos hablado y he decidido irme con ella al infierno cuando derrotemos a Naraku. - Kagome empezó a llorar silenciosamente.

- Que? Como me puedes hacer esto? Después de que te dije que estaría contigo pasara lo que pasara... Esto no es justo - Kagome estaba desconsolada. Lloraba tapándose la cara con las manos.

- Lo siento Kagome, pero creo que es lo justo. Se lo debo. - y antes que Kagome pudiera añadir nada mas, Inuyasha se fue hacia el campamento saltando de árbol en árbol.

Kagome cayó de rodillas; las mejillas empapadas por las lágrimas que caían incesantes. No podía creer como iban a ser las cosas a partir de ahora. No sabía como mirar a Inuyasha sin derramar una sola lágrima al pensar que pronto se iría al infierno con Kikyo y no lo volvería a ver. Se levantó del suelo y, sin ver hacía donde iba, echó a correr, lejos de todo, lejos de Inuyasha.

Se internó en el bosque, llorando desconsoladamente. De repente cayó al suelo; había tropezado con una raíz que no había visto porque las lágrimas se lo impedían. Cuando se levanto y apoyó todo su peso en las piernas, volvió a caer al suelo. Se había torcido el tobillo derecho. Se sentó y se puso a observar el lugar en el que se encontraba: estaba sentada en medio de un bosque desconocido para ella, lejos de sus amigos, en mitad de la noche y con un tobillo torcido. Intento levantarse con cuidado, pero no podía apoyar la pierna.

El dueño de mi corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora