El encuentro

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El sol está a punto de salir, en el fondo del bosque unos rayos de color anaranjado comienzan a asomar por encima de las copas de los altos pinos y robles. Llevo despierto toda  la noche observando atentamente a los dos individuos que se asentaron en mi refugio el día anterior. Mientras los he estado vigilando algo extraño sucedió. Después de acostarse y comprobar que el muchacho estaba durmiendo, el hombre más anciano se levanto y se sentó al lado del joven. A continuación, empezó a cantar algo semejante a una canción de cuna mientras acariciaba el rostro del chico. En medio de la acción comenzó a sollozar silenciosamente. Estuvo mucho tiempo encorvado contemplando su rostro hasta que besó su frente y en un leve susurro se dirigió a él diciendo "lo siento, siento mucho lo que voy a hacer, espero que algún día lo entiendas y me perdones". Dicho esto, sacó un papel doblado, lo introdujo en el fardo en el que se encontraban las provisiones del muchacho y se volvió a acostar. A parte de este acontecimiento nada más fuera de lo normal sucedió en el resto de la noche, los dos sujetos se limitaron a dormir.

Esta mañana el cielo está totalmente despejado. Me encuentro enfrascado contemplando como en un árbol próximo una pareja de golondrinas alimentan a sus crías cuando advierto que el hombre anciano se dispone a abandonar el campamento. Recoge todas sus pertenencias silenciosamente, besa una última vez la frente del joven y emprende su camino. El joven despierta un par de horas más tarde y comprueba que su maestro ya ha dejado el refugio. Después de desperezarse, comienza a caminar hacia el norte, alejándose del lugar en el que había pasado la noche. Decido seguirlo para ver a dónde se dirige. Bajo rápidamente del árbol y lo persigo con una distancia de seguridad de unas decenas de metros.

Tras andar un buen trecho, lo suficiente como para perder el refugio de vista, el muchacho se para. Parece confuso, comienza a dar vueltas sobre sí mismo como si estuviese buscando algo. Al ver esta reacción me inquieto, ¿me habrá descubierto? Se queda un rato parado y comienza a volver a andar, esta vez en una dirección distinta a la anterior. Lo observo atentamente, intentando desvelar a qué se debe su extraño comportamiento. Pronto descubro por qué actúa de esta manera, el joven se ha perdido. Lleva andando mucho tiempo sin seguir ningún rumbo, trazando trayectorias irregulares. Es obvio que no sabe donde se encuentra ni que dirección tomar.

Durante varias horas sigue esta forma de proceder, camina sin seguir ningún tipo de noción. Ya al atardecer se para y se acuesta apoyando su cabeza en una roca con musgo. Su rostro denota preocupación. Después de unos minutos se levanta y reanuda su marcha, esta vez a un ritmo bastante superior al anterior. El sol se está poniendo, el cielo cada vez está mas oscuro y el joven acelera el paso a cada instante que pasa. Ahora está corriendo, hay muy poca luz. Gracias a mi habilidad para ver en la oscuridad, puedo observar como corre a trompicones, chocando con la vegetación que no puede detectar en la negrura de la noche. Me preocupa el joven, parece muy asustado y dudo que consiga volver por sí sólo al campamento, pero yo no puedo hacer nada, no puede saber que estoy aquí. Mi inquietud crece por momentos, ¿y si tropieza y se hace daño? Si eso sucede tendrá muchas menos posibilidades de llegar al refugio. Después de recorrer una gran distancia se encuentra con un claro en el bosque y entra en él. Lo observo entre la vegetación que limita con dicho claro.

El muchacho se para, su cuerpo está extremadamente rígido y su cara muestra una expresión de intenso terror. ¿Qué sucede? Miro hacia la dirección en la que el chico está mirando. Tres inmensos lobos grises le están mostrando sus caninos, desafiantes, con intención de atacar. El joven parece incapaz de moverse y los lobos se están acercando a él lentamente. De repente se gira y comienza a correr, los tres feroces animales lo siguen clavando sus zarpas en el suelo a una velocidad increíble. Tengo que hacer algo, si no actúo lo alcanzarán en cuestión de segundos. Mi cuerpo comienza a cambiar preparándose para la lucha. Espero a que el chico abandone el claro y me abalanzo sobre el primer cánido hundiendo mis colmillos en su yugular. Su pesado cuerpo cae desplomado en el polvoriento suelo del claro, sangre a borbotones comienza a salir de su pescuezo y hocico. Al instante arremeto contra el segundo animal agarrándolo por el tronco. Con un repentino movimiento de brazo rompo su espina dorsal en dos. Un quejido de dolor brota del interior de la garganta del animal.

Cuando me deshago de su cuerpo, el tercer lobo ya se encuentra encima mía tras alzarse del suelo con un gran salto. Me tira a la superficie terrosa y clava sus garras en mi pecho reduciendo mis movimientos y capacidad de reacción. En esta posición hunde sus afilados dientes en mi hombro derecho. Un intenso dolor comienza a recorrer toda mi extremidad. Sin poder moverme uso mis manos para agarrar su hocico. Uso la mano derecha para sujetar su mandíbula superior y la izquierda para aferrar la inferior y las separo hasta que se dislocan. La sangre comienza a salpicar mi rostro. El lobo retrocede y consigo levantarme. 

Las heridas comienzan a cicatrizar, lo que antes eran profundos arañazos en el pecho son simples líneas de color rojo y la mordedura en el hombro ya ha dejado de sangrar.

Dejo a dos lobos agonizando y el cadáver de un tercero y me dispongo a buscar al muchacho, no puedo dejarlo sólo en el bosque toda la noche. Salgo del claro por el lugar por el que huyó el joven pero no lo encuentro por ninguna parte. Entonces reparo en las huellas de sus pisadas y decido seguirlas. Después de andar unos metros me encuentro con un cuerpo tirado en el suelo, es él. Está tumbado boca abajo, parece que está inconsciente. Decido ayudarlo, me necesita, me niego a dejarlo ahí. Le doy la vuelta y descubro una brecha de unos tres centímetros en su frente, no parece muy profunda pero de ella sale gran cantidad de sangre. Ese olor, comienza a hechizarme. Una intensa hambre comienza a nacer dentro de mí, necesito llenar este vacío en mi estómago con su carne.  Me acerco a su frente y lamo la sangre que por ella está fluyendo. Está deliciosa, necesito más, tengo que saciar esta hambre que me corroe. Sigo lamiendo acercándome a la herida... ¡No! ¡Para! ¡No puedes seguir, lo acabarás matando estúpido monstruo! Me aparto repentinamente del muchacho, una inmensa culpa comienza a apoderarse de mí. Quería ayudarlo, ¡¿y qué?! ¡Acabo intentando devorarlo! 

Tengo que controlar este horrible impulso que me lleva a hacer daño a la gente. Debo ayudar al chico y llevarlo a su refugio, es necesario que resista esta hambre. Decidido lo levanto del suelo suavemente y lo tomo en mis brazos, tomo unos segundos para orientarme y comienzo a andar dirección al refugio. Mientras ando intento mantener mi mente en blanco para evitar la tentación de hacerle daño, sé que puedo hacer esto, solamente necesito controlarme y no caer en el impulso. 

Después de andar cerca de una hora consigo ver mi cueva a lo lejos. El cansancio me comienza a pasar factura, la noche anterior no he dormido nada. Dejo el cuerpo del joven en el suelo y me dispongo a encender un fuego, es una noche fresca y no quiero que pase frío. Recojo un poco de leña en las inmediaciones y lo enciendo con la ayuda de un pedernal que encuentro en el bolsillo del pantalón del muchacho. Tras avivar correctamente el fuego y echarle suficiente leña como para que aguante ardiendo unas horas me paro a observar el rostro del chico. Desde la distancia no he podido contemplar de forma nítida sus rasgos faciales. Hay algo en él que me resulta familiar, es como si me hubiera encontrado con él anteriormente. Quizás sea sólo una falsa impresión, es normal que me suene su cara, he estado observándolo mucho tiempo desde la distancia.

Es un joven extremadamente bello. Un mechón de su rubio y largo cabello tapa parte de su cara, decido apartarlo delicadamente para examinar su rostro más afondo. Presenta una piel muy clara, tan pálida como la mía, aunque con un aspecto distinto, la suya está llena de vida. Sus ojos, ahora cerrados, son de un claro azul celeste, tal como he podido averiguar durante el tiempo que he estado acechándolo. Sus labios presentan una tonalidad rojiza tan intensa como el color de la sangre. Me quedo embobado contemplándolos, esta vez es otro el impulso que me lleva a acercarme a él y besarlos.

Sus rasgos son tan simétricos y regulares como los míos. Parece que fue esculpido para ser hermoso. Ahora que puedo observarlo de cerca determino que no es tan joven como había creído, calculo que tendrá entorno a veinte años. Presenta un cuerpo atlético y musculado, aunque no tan desarrollado como el mío. No puedo apartar los ojos de él, es tan perfecto... Decido marcharme antes de acabar sucumbiendo a la tentación de acariciarle.

Me dirijo al árbol en el que he estado cobijado desde la llegada del joven y su maestro. El cansancio se apodera de mí, ya no tengo fuerzas ni para subir a él. Me acuesto en la base del tronco y cierro los ojos sumiéndome en un profundo sueño. 


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