El paseo extraviado

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Me despierto sólo junto a las cenizas del que había sido un fuego la noche anterior, el maestro ya ha emprendido su camino. Me enfurece que haya partido sin despedirse de mí, quizás quería evitar que lo siguiese o que continuase insistiendo sobre mi intención de acompañarlo. Ahora tendré que arreglármelas para subsistir unos días sin él. En realidad no me asusta estar sólo, estoy acostumbrado a pasar largas temporadas sin contacto alguno con otras personas, enfrascado en mis estudios y libros, sin embargo, extrañaré su compañía y sabiduría todo este espacio de tiempo.

A esta hora de la mañana el frío se hace notar, una brisa helada corta mi nariz y mejillas. Además, la humedad del bosque, sumada a las bajas temperaturas, hacen que mi cuerpo se encuentre en un estado gélido. Decido pasear por la zona para entrar en calor y conocer mejor el lugar en el que pasaré los días venideros. Dejo mis pertenencias escondidas en la cueva y camino dirección norte, alejándome del campamento y el río que circula cercano a él.

Nunca me han gustado los bosques. De pequeño el maestro solía contarme historias de miedo ambientadas en tenebrosas arboledas en las que se cobijaban peligrosas criaturas. Supongo que no me gustan estos lugares y que los identifico como sitios peligrosos y amenazantes desde entonces.

Tras recorrer unos cientos de metros reparo en que he perdido el refugio de vista y en que no sé donde me encuentro, estoy desorientado. Todos los árboles presentan la misma forma y dimensiones y la vegetación se distribuye de manera uniforme, haciendo imposible tomar una referencia. Decido volver sobre mis pasos. Pero, ¿por dónde he venido? Confuso miro al cielo en busca del sol para conseguir encontrar la dirección, pero el denso follaje impide determinar su posición. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Debería haber tenido más cuidado y no haber salido sin ningún tipo de precaución. Confuso y angustiado comienzo a caminar sin rumbo.

Después de unas horas el cansancio me obliga a tomar un descanso. Tengo hambre y sed y no sé por donde seguir. Me acuesto próximo a una roca llena de musgo en la que apoyo la cabeza. No debería haber cometido este error, tendría que haber reconocido antes la zona próxima al campamento y después alejarme poco a poco sin perderlo de vista. Ahora no sé como regresar y en unas pocas horas el sol se pondrá. ¡Maldita sea!

El miedo comienza a apoderarse de mí, no puedo quedar sólo, de noche y a la intemperie en un bosque que no conozco. Aunque el maestro ha dicho que es un lugar tranquilo, seguramente se refería a cuando era día. Al anochecer, todos los peligros que esconden estos lugares cobran vida, despiertan y atacan.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. No puedo quedarme aquí tumbado, esperando a que el sol se ponga, a lo mejor tengo suerte y vuelvo a encontrar el refugio. Cansado y asustado vuelvo a vagar sin rumbo, con la esperanza de volver a la seguridad de la cueva.

Cada vez hay menos luz, se está haciendo de noche. Temeroso aumento el ritmo en el que camino con cada segundo que pasa hasta acabar corriendo. Ahora no hay claridad alguna, corro a trompicones esquivando troncos de árboles y arbustos, estoy muy asustado. Mi corazón late a un ritmo extremadamente rápido, parece que va a saltar de mi pecho. Mi respiración también sigue un compás acelerado, el aire entra y sale de mis pulmones casi al instante.

En medio de este estado de pánico consigo ver luz unos cientos de metros delante de mí. Me dirijo en esa dirección hasta llegar a un inmenso claro en medio del bosque. La luna alumbra toda la totalidad del mismo, haciendo posible ver lo que en él se encuentra. Me quedo petrificado. No debería haberme dirigido a este lugar. En medio del claro puedo ver como tres inmensos lobos grises se encuentran devorando lo que parece un cervatillo muerto. Desde mi posición puedo ver como los tres animales desgarran con facilidad la carne del cérvido con sus fuertes mandíbulas y grandes dientes.

No sé que hacer, aún no me han visto, quizás si retrocedo y me voy silenciosamente... Doy un paso atrás. Se escucha el chasquido de una rama al romperse, la he pisado. Los lobos giran rápidamente sus cabezas en mi dirección enseñando sus monumentales caninos. No consigo hacer que mi cuerpo reaccione, mis piernas no responden, ¡quiero salir de aquí! De repente el miedo que me paraliza remite un instante permitiendo que pueda salir del claro corriendo lo más rápido que mis piernas me permiten. Segundos después me encuentro en el bosque otra vez, con miedo a mirar atrás y descubrir que uno de esos grandes lobos se encuentra en mis espaldas.

No puedo ver que estoy pisando, ni siquiera lo que está en frente de mí, es noche cerrada. En medio de esta carrera tropiezo con algo y pierdo el equilibrio. Noto un fuerte impacto en mi cabeza y una inmensa oscuridad se comienza a apoderar de mí. Me dejo llevar por ella, dejando atrás a los lobos, el miedo, la angustia y el cansancio.

Me están abalanzando, no tengo fuerzas para abrir los ojos. ¿Me habrán encontrado los lobos? No, no puede ser. Es como si me estuviesen alzando unos brazos. Quizás el maestro ha regresado, no me encontró en el campamento y ha venido a buscarme. La oscuridad vuelve a poseerme otra vez.

Noto como me depositan en el suelo, tengo que abrir los ojos, necesito ver al maestro y explicarle lo que me ha pasado. Con mucho esfuerzo consigo entreabrirlos y obtener una imagen borrosa de lo que está sucediendo. El maestro no está por ninguna parte. A unos metros de mí logro ver un cuerpo musculado y desnudo, está de espaldas y se está alejando, caminando hacia el bosque con un andar rápido.

El cansancio hace que vuelva a cerrar los ojos, oscuridad otra vez.

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