3. Mensaje de fiesta

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Llegué a casa después de clase y subí a mi habitación. Me tumbé en la cama y me puse a mirar las fotos colgadas en mi pared. Eran del verano pasado, en ellas aparecíamos todos los del pueblo: Marta, Sofia, Ana, Cris, María, Charlie, Javi, Nacho, Gonzalo, Toni, Marcos, Carlos y David. Me fijé en una de ellas, recuerdo que eran las fiestas del pueblo, todos salimos con la lengua fuera y riendo.

Escuché un fuerte ruido proveniente de la calle, y me asomé a la ventana para ver qué pasaba.

El jardín de la casa de enfrente estaba lleno de cajas. Parece que la señora Navarro ha decidido por fin vender su casa. Vi a una pareja de unos 50 años sacando cajas y objetos varios del coche. A lo mejor tienen hijos, o alguna mascota, a lo mejor son espías, o famosos o quién sabe, a lo mejor...

¡Ding!

El sonido de mi móvil me sacó de mis pensamientos. Me senté en la cama y abrí whatsapp. Me habían metido en un grupo titulado: Fiesta sábado noche. El grupo lo había creado Hugo, un chico de la otra clase que había repetido curso. No éramos mejores amigos ni nada, pero nos llevábamos bien. Hugo vivía a unos 10 minutos del pueblo, y su casa era enorme. Una Casa blanca de tres pisos con un jardín inmenso y una piscina en la que cabrían cinco elefantes.

Cerré el chat y pregunté a Sofia y a Marta si iban a ir a la fiesta, y las dos me respondieron que si, que iba a ser la fiesta del año, que habría muchos chicos monos y bla, bla, bla...
No estaba muy segura de sí quería ir, pero Marta y Sofia me convencieron. Ahora solo quedaba un pequeño problema, mis padres.

-¡Allyyyy! Ya está la cena. - Me llamó mi padre.
Bajé las escaleras y puse la mesa.

Nos sentamos los tres en la mesa y empezamos a comer nuestra deliciosa hamburguesa, era el plato estrella de mi padre, y estaba deliciosa.
Me fijé en mi madre, estaba cansada y tenía ojeras. Trabajaba mucho, no para sacar a la familia adelante, que eso también, pero no eran problemas económicos lo que producían las ojeras. A mí madre le encantaba su trabajo, era abogada, y ponía todo su empeño en sus casos.
Era muy guapa, tenia el pelo largo y castaño claro y los ojos marrones, como yo. Siempre tenía una buena respuesta para todo y nos quiere más que a nada en el mundo. Mi madre era muy organizada, perfeccionista y exigente, pero también muy cariñosa.

Mi padre era todo lo contrario, era despistado, tranquilo y tímido. Era rubio y con los ojos azules, como mi hermana Sandra. Era escritor, escribía cuentos de todo tipo: de ficción, de misterio, de romance... Era inglés, y era muy diferente a mi madre, pero había una cosa, en la que era igual que mi madre, nos quería más que a nada, y haría cualquier cosa por nosotras.

Yo soy de físico igual que madre, y de carácter introvertido, igual que mi padre, y Sandra es igual que mi padre en el físico, y de carácter extrovertido como mi madre.
Mi hermana tenía 20 años, estaba en la universidad de Madrid, y la veíamos algunos fines de semana.

-¿Qué tal te ha ido el día? - Me preguntó mi madre.
-Muy bien, me ha tocado en clase con varias de mis amigas y me han invitado a una fiesta este sábado por la noche. - Dije con la esperanza de que me dejasen ir.
-¿Donde es la fiesta?- Preguntó mi padre.
-En casa de Hugo, está a 10 minutos de aquí, van a ir todos los de clase, también mis amigos. Quieren inaugurar el último curso de la mejor manera posible.
-¿Quieres ir?- Preguntó mi madre sin rodeos.
-Si, creo que sería una buena forma de empezar el curso, ya que luego estaré muy ocupada con los exámenes y con todo. Os prometo que seré muy responsable y que estaré en casa a la hora que me digáis.
-¿Qué opinas Peter?- Le preguntó mi madre a mi padre.
-Me parece bien, pero en casa a la una. ¿Estás de acuerdo Susan?
Sonreí a mi padre, él siempre convencía a mi madre.
-Esta bien- Dijo mi madre - Pero ten mucho cuidado, y sé muy responsable, confiamos en ti. Y en casa a la una. - Recalcó mi madre.
-Gracias, a los dos, seré muy responsable. - Dije con una sonrisa - Os quiero.

Cuando acabamos de cenar, subí a mi habitación, me puse el pijama, me cepillé los dientes, y me tumbe en la cama.
Encendí la lamparita que había en mi mesilla de noche, y me puse a leer.
Cuando me entró el sueño, y se me empezaban a cerrar los ojitos, dejé el libro y apagué la luz.

Silenciosa LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora