Haciendo maletas
Cuando Guillermo se va entro a mi casa y no hay nadie. "Otra vez sola. Parece que aún no llegan" Me voy directo a mi habitación y me tiro en la cama.
¿Por qué dije que sí? Ni siquiera tenía un anillo. Ni un plan. Solo sus palabras apresuradas, como si tuviera miedo de que me escapara de su vida. Y tal vez eso es lo que pasó. Tal vez dije que sí porque sentí lástima, porque vi ese miedo en sus ojos. ¿Pero qué clase de "sí" es este? No es el sí que imaginé de niña, lleno de emoción, de felicidad. Es un sí empañado por la duda, por su egoísmo, por mi necesidad de no romper algo que ya parece estar lleno de grietas.
Me voy un mes. ¿Por qué no pudo esperar? ¿Por qué todo tenía que ser ahora, justo cuando estoy a punto de hacer algo para mí? No sé si fue amor lo que lo impulsó a pedírmelo, o miedo a que descubra fuera de su sombra lo que realmente quiero en mi vida. Aunque eso no pasará.
Pero ya lo dije. Ya le dije que sí. ¿Cómo deshago esto ahora? ¿Cómo hago para no sentir que estoy traicionándome a mí misma?
Porque, aunque acepté, hay algo dentro de mí que sigue gritando que esto no está bien.
Respiro hondo y cierro los ojos. Me digo que tal vez con el tiempo las cosas se aclararán. Tal vez, en este mes lejos de él, encuentre las respuestas que ahora me atormentan. O tal vez... descubra que ese "sí" nunca debió salir de mis labios.
Trato de dejar mis pensamientos a un lado y escojo ropa para darme una buena ducha de agua fría. Me dirijo al baño, claro no sin antes coger mi celular para escuchar música. Una vez dentro, subo un poco el volumen con la canción "Work" de Rihanna, me desvisto y entro a la bañera. Ya bañándome, miro mi dedo anular donde dentro de un mes llevaré un anillo de compromiso y en par de meses uno de matrimonio. Recuesto mi frente de la loza de la bañera y siento mis ojos arder. No sé ni siquiera porque me siento así, o sea, se supone que debería de estar feliz y me siento... ni siquiera sé cómo me siento. Decido dejar de lado mis pensamientos, otra vez, y bañarme. Estoy como quince minutos en la bañera hasta que comienzo a enjabonarme.
Salgo del baño sintiendo cómo el eco del silencio envuelve la casa. Todo está tranquilo, casi demasiado, como si la ausencia de ruido amplificara mi soledad. Apago la música del celular, dejando que el vacío recupere su dominio, y camino hacia la cocina. No tengo hambre, pero algo en mí pide acción, movimiento; hornear siempre ha sido mi refugio cuando el tiempo parece detenido.
Mis manos comienzan a buscar automáticamente los utensilios y los ingredientes. ¿Ya mencioné que estudié repostería en el instituto? Me gradué hace un par de años y ahora trabajo en la cocina de un hotel, haciendo postres que a veces no puedo evitar probar antes de servir. También hago turnos en el Starbucks de la plaza; dicen que mis muffins son los favoritos de los clientes. Reviso la despensa, sacando uno a uno los ingredientes que necesito: harina, azúcar, huevos... pero noto que falta algo. Mantequilla en aerosol. Un pequeño contratiempo, pero nada que no pueda resolver. Improviso, como siempre. Hay suficiente mantequilla en barra, así que la derrito a fuego bajo en un recipiente, viendo cómo se convierte en ese líquido dorado que promete algo delicioso.
Con todo listo, empiezo a mezclar. Hay algo casi terapéutico en el proceso: el ritmo constante de la cuchara, los olores dulces que comienzan a llenar el aire, y el suave golpe de los ingredientes uniéndose. Me concentro en cada paso, recordando cómo, en el instituto, me otorgaron el primer lugar por mi rapidez y mi tacto para la repostería. Es un pequeño orgullo que guardo para mí misma, algo que me hace sonreír en momentos como este. Cuando la masa está lista, la vierto en el molde con cuidado. Lo meto al horno y ajusto el temporizador, dejando que el calor haga su magia. Por unos momentos, la casa parece menos vacía, como si el aroma de lo que estoy creando llenara los rincones en silencio.
Me voy a la sala para ver algo de televisión, aunque no hay nada bueno en los programas. Mi celular suena y corro a buscarlo. Lo encuentro en la cocina y contesto leyendo que se trata de mamá.
— ¡Bendición!
—Dios te bendiga, hija —dice mi madre— ¿Todo bien? ¿Ya estás en casa?
— Si ma' Guillermo me trajo. —y me viene a la mente su propuesta, pero decido olvidarlo y seguir hablando con mamá— Fuimos a desayunar y luego me trajo y se fue.
—Ok mi cielo. Te llamaba para ver cómo estabas y decirte que llegaremos tarde a casa. ¿Quieres que te lleve algo de comer?
— Mmm... Trae comida de McDonald's y muchas muchas muchas papitas fritas— sé que pedí muchas papitas fritas, pero es que amo las papitas de ahí. Son como el paraíso. —Pero que no sea refresco, quiero agua.
—Está bien, mi vida. Te amo, cuídate y Dios te bendiga.
—Amén, mami. —le tiro un beso y cuando voy a colgar la llamada escucho su voz— ¿qué pasó?
—Recuerda empezar hacer las maletas. No lo dejes para lo último, Aria. ¿Entendido? —exige autoritaria
—Sí, madre. No te preocupes. Adiós. —engancho
Me dirijo a mi habitación, intentando procesar todo lo que acaba de pasar. Hace una hora, me propusieron matrimonio. Sin anillo. Sin advertencias. Solo una pregunta lanzada al aire que parecía esperar una respuesta inmediata. Aún no sé si estoy emocionada, confundida o ambas cosas a la vez. Mi mente va a mil por hora, pero mi cuerpo parece tener claro lo que quiere hacer. Como siempre, me dejo caer dramáticamente en mi cama. El colchón me recibe con un rebote familiar, y yo entierro mi rostro en la almohada para ahogar el grito que inevitablemente sale de mi garganta. No puedo evitarlo, es mi forma de liberar tensión, aunque esta vez la tensión es distinta. No sé si esto es inmaduro, pero no me importa. Esto es lo que hago.
Permanezco así por unos minutos, dejando que mi mente repase cada detalle de la propuesta. La forma en que me miró, la manera en que su voz temblaba un poco al decir esas palabras... y el pequeño detalle de que no hubo anillo. No es que el anillo lo sea todo, pero ¿quién se propone sin uno? ¡Es como saltarse un paso importante! Pero luego pienso que tal vez eso lo hace más real, más sincero. O quizá simplemente estaba nervioso. Al fin y al cabo, yo también lo estoy.
Finalmente, me incorporo de golpe. Mi madre me había pedido que hiciera algo, y aunque mi cabeza está dando vueltas, sé que no puedo ignorarla. Me levanto y voy al clóset, buscando la maleta más grande que tengo. La arrastro hasta la cama con un esfuerzo exagerado, como si el peso de mis pensamientos se reflejara en ese simple acto. La abro y comienzo a sacar cosas de manera casi automática: shorts, blusas, cualquier cosa que mis manos encuentren en las gavetas. Las lanzo a la cama en un montón desordenado mientras mi mente sigue atrapada en el momento de la propuesta. ¿Debería haber dicho algo diferente? ¿Es este el inicio de una nueva etapa o simplemente una gran confusión?
El cuarto se va llenando de ropa y yo, de preguntas. Entre el caos de telas y pensamientos, trato de encontrar algo de claridad. Tal vez, al igual que con la maleta, solo necesito poner las piezas en su lugar.
—Creo que debería ir de compras. —me digo
Estoy bastante tiempo guardando ropa, ya que estaré un mes por allá. Además de que mi abuela me enseñó que es mejor tenerlo y no necesitarlo a necesitarlo y no tenerlo. Cuando termino de guardar la ropa busco un bulto más pequeño para empacar las cosas más personales. Me quedo en mi cama sentada mientras muchos recuerdos de niña vienen a mi mente. En ellos, no sé por qué, aparece Mike y no sé cómo ni por qué una sonrisa aparece en mi rostro al pensar en él. Sacudo mi cabeza riendo y trato de concentrarme en el bulto. Comienzo a meter las cosas que no necesitaré por estos dos últimos días.
Termino cansada y bajo para ir a decorar el bizcocho que hace media hora he sacado del horno. Voy tan envuelta en mis pensamientos que un dolor agudo en el dedo del pie derecho me hace brincar de dolor.
— ¡Maldición! —exclamo enojada y sobándome el pie. Cuando el dolor pasa continúo mi camino hacia el bizcocho. Me le quedo mirando— Mejor lo decoro mañana.
Lo dejo sobre la mesa para que no coja hormigas y me voy de vuelta a mi cuarto. Esta vez no me tiro como una dramática demente, solo me acuesto a paso lento. Ya son como las seis de la tarde y mis padres aún no llegan, así que creo que es el mejor momento para tomar una siesta o en mi vocabulario acostarme a dormir. Mañana será domingo y debo tener las energías suficientes para pasar el día ajetreado que me espera. No necesito de mucho tiempo para caer en los brazos de Morfeo.

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EL DESTINO (Disponible en Amazon)1ra parte
Подростковая литератураAria, una joven decidida a vivir la vida según sus propios términos enfrenta un viaje emocional donde el pasado y el presente convergen de maneras inesperadas. Entre reencuentros con su mejor amiga de la infancia, Kashlin, y el redescubrimiento de u...