Capítulo 3.

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Después de almorzar bajo la incómoda mirada de Bruno le dije que ya se podía ir y que no necesitaba su ayuda. Obviamente no me hizo caso y dijo que los secretarios tenían un horario pautado, y se puso a hablar de horarios y de cosas que me terminaron aburriendo. Después de todo mi concentración y atención tenía un límite y más cuando se trataba de algo que no me interesaba, en este caso Bruno. El cual se pasó toda la tarde atrás mío, cada vez que me quejaba, él ya estaba sobre mi preguntando que me sucedía y como podía ayudarme. Eso llevó a que mi paciencia se agotara ¿Acaso no entendía que la ayuda no me gustaba? ¿Y que tampoco soportaba a las moscas que volaban y volaban a tu alrededor? Porque eso era él, una mosca molesta que no paraba de girar y girar alrededor mío. Eventualmente, hubo un momento en el que me enervé y le dije que si seguía tan cerca de mí su cara iba a terminan decorada con un moretón. Entendió mi mensaje y se mantuvo alejado, debo admitir que no tanto tiempo como el que me hubiera gustado.

-Julieta...-Susurró y levanté la mirada de mi celular. Hice un sonido parecido a un gruñido como respuesta-...Según el papelito que está colgado en la heladera es hora de que tomes los analgésicos para el dolor. Acá te los traje.

Me tendió las dos pastillitas y un vaso de agua. Los tome y después le devolví el vaso. Caminó hasta la cocina y note que su postura no llegaba a ser rígida del todo, parecía intimidado por el ambiente. Minutos después sentí como se hundía el sillón a mi lado y escuché un carraspeo.

-¿Qué pasa ahora?

-N-nada. ¿Te sigue doliendo?-No me miraba a los ojos, si no que los desviaba a cualquier otro lado. Bueno, probablemente se había dado cuenta que no me encontraba de buen humor y que si tenía una oportunidad no dudaría en pegarle o hacerle alguna herejía, pero tampoco era tan violenta. Me causaba gracia que alguien más corpulento que yo me tuviera miedo, es decir, Bruno me sacaba mínimamente dos cabezas y se asomaban a través de su camiseta unos pequeños músculos, por lo cual era evidente que tenía más fuerza que yo. En fin, era más grande que yo y se me hacía divertido el hecho de que fuera capaz de intimidarlo.

-Mira, hagamos una cosa. Cuando me duela, moleste o necesite algo, te llamo. Si no, vos hace la tuya y quédate tranquilo. No es necesario que estés arriba mío todo el tiempo. Es sofocante y me dan ganas de tirarte por la ventana... ¿Te parece? Bien, sí. Ahora ya te podes ir, está anocheciendo.

-Sí, me voy. Chau-Y salió disparado hacia la salida. Me quede quieta unos segundos, era la primera vez que no lo veía vacilar en hacer algún movimiento, encogí los hombros. Una vez que escuché el portazo suspiré con alivio. Se había ido, al fin.

Estaba segura que cada cosa que hiciera se la contaría a Mabel, por lo tanto tenía que portarme bien. No ser tan violenta y pensar en mis acciones. Me iba a costar, más que nada con él, pero iba a lograrlo, siempre lo hacía. Tenía que admitir que no me gustaba nada que Bruno trabajara para Mabel y Paco, eso me corría en contra. Principalmente porque el vivero era uno de los lugares que más me gustaban, lo sentía como mi hogar. Paco y Mabel me hacían sentir de esa forma, como en casa; como si formara parte de una familia, y ahora eso iba a ser cruelmente arruinado por el pesado de Navarro.

Tantas coincidencias juntas no me gustaban. Tener al rubio ese cerca no me gustaba, pero a nadie parecía importarle. Por suerte no se la iba a hacer tan fácil, ni al destino, ni a Bruno.

Un pensamiento cruzo por mi cabeza y me decidí. Iba a desenmascarar a Bruno e iba a reducir la cantidad de corazones rotos gracias a él. No entendía como era que las personas no se habían dado cuenta de que estaba actuando, era más que evidente que todo él era una fachada para conquistar. O la gente era muy tonta o yo era muy perceptiva.

Bufé ¿Por qué estaba pensando en él? No era tan importante como para ocupar mis pensamientos. Era increíble cómo me molestaba sin siquiera estar en la misma habitación que yo.

Di un respingo cuando la música del teléfono empezó a sonar. Era Maira, una de las chicas con las que me juntaba en la escuela. No podía decir que eran mis amigas porque fuera de la escuela no nos veíamos.

-¡Juli! Me enteré que te quebraste una pierna o algo así ¿Es verdad? ¿Estás bien?

-Hey, Maira. Sí, es verdad. Tuve un accidente y ahora estoy con yeso y todo. Pensé que era menos grave, pero bueno....

-Uh, que garrón ¿Vas a venir a la escuela o no podes?

-Voy a faltar por un mes, pero después tengo que ir. No me puedo dar el lujo de faltar mucho. Si no se me va a complicar y me van quedar muchas cosas sin entender y pendientes.

-¿Tenés a alguien que te pase las tareas? Que mal que no vayamos al mismo curso así te daba una mano y te pasaba las cosas ¿No?

-Sí, una pena. Igual hay un chico que me va a pasar las cosas así que no te preocupes.-Me levanté del sillón con movimientos torpes y brutos, agarré las muletas y puse el celular entre la oreja y el hombro haciendo presión para que no se cayera.

-¿Un chico? ¿Quién es?

-Eh, no sé si lo conoces. Se llama Bruno, Bruno Navarro.

-¿¡Bruno Navarro!? Camila esta enamoradísima de él. Siempre está hablando de que es re bueno, tierno y que tiene un pelo hermoso. No para nunca, es muy gracioso.

-Ah, otra más. Mira vos...No sé qué le ven, yo no lo soporto. Es muy...muy falso.

-Yo no lo conozco, nunca le hablé ni nada.

-Qué suerte la tuya. Bueno Maira, me tengo que ir.

-Eh...Chau Juli, que te mejores. Nos vemos en la escuela.

-Chau.

Sinceramente no me sorprendía el hecho de que Camila estuviera enamorada de él, siempre esta colada por algún chico. El mes pasado le gustaba Ramiro, uno de los graciosos de mi curso. Por lo tanto, si Bruno no le daba bola y la ignoraba ella se iba a recuperar y encontrar otro chico por el cual estar loca. Supongo que es normal, de todos modos, no me importaba mucho lo que ella hiciera con su vida. No era de mi incumbencia.

Subí las escaleras milagrosamente y con la respiración acelerada. Era raro cansarme tan rápido ya que estaba acostumbrada a hacer ejercicio y mi resistencia era impecable, pero el peso del yeso cambiaba las cosas.

Abrí la puerta de mi habitación y suspiré. Tenía que ordenarla pero con la pierna así se me iba a complicar bastante. Dejé las muletas en el piso y me tiré a la cama, para después cerrar los ojos. Estaba muy cansada a pesar de haber dormido toda la mañana. Sentí un peso ligero en mi pecho y vi a Spicy acurrucarse en este. Moví la mano y le acaricie la cabeza mientras sentía la vibración de su ronroneo. Spicy era mi gatita de tres años.

Una vez volvía de la escuela en mi bicicleta y de repente una sombrita negra se había cruzado por mi camino, mis manos habían apretado los frenos con la mayor de las fuerzas posibles y había llegado a frenar a pocos centímetros de la gatita, tan oscura como la noche. Ese día la lleve a mi casa y lo único de alimento que tenía era una salsa picante, se la di y pareció encantarle, es por eso que decidí llamarla Spicy. Era una mascota muy mimosa y definitivamente era una de las mejores companías que podía encontrar. Me gustaban los gatos porque eran mimosos, pero hasta cierto punto y cuando encontraban a tu companía molesta, se alejaban. Me gustaba la sinceridad que transmitían y la simpleza de su comunicación.

Me dormí acariciándola, disfrutando de su pelaje, de su ronroneo y del calor que emanaba. Pensando en que mañana tenía que volver a soportar a Bruno.

Fastidiosamente tímidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora