Uno de los suyos

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La vida puede darte golpes tan repentinos pero tan certeros que casi no te das cuenta al sentirlos; te paralizan al principio mientras sientes que duelen. Se clavan como una lanza en nuestro escudo, traspasándolo hasta llegar a nuestra piel para incidir en esta. Las personas son fuertes y ocultan las lanzas bajo una sonrisa que trata de decir "estoy bien, todo va bien", pero el dolor sigue ahí y nunca termina por irse del todo; esto pensó Hazel una calurosa mañana de finales de mayo mientras observaba a Sam, quien estaba sentado en la mesa, concentrado en sus apuntes. No era capaz de quitar la vista del chico, su mente era fascinante y podía ver el sufrimiento por el que había pasado desde los inicios de su existencia. La muerte de su madre, la sangre de demonio por sus venas, las noches solo en un motel cuando Dean y su padre se iban de caza con la única compañía de un amigo imaginario... sin duda no eran recuerdos buenos, ni reflejo de una bonita infancia; pero también estaba aquella vez que su hermano y él se disfrazaron de superhéroes, o aquella navidad en la que por fin tuvo un regalo "decente"... aquellas pequeñas cosas consolaban de algún modo al menor de los Winchester.
Sam alzó un momento la vista de sus papeles y vio la mirada perdida del ángel, por lo que le lanzó una bolita de papel que hizo reaccionar a Hazel en menos de un instante.
-¿Qué pasa?-preguntó la joven, algo sobresaltada
-Eso me pregunto yo... me estabas mirando como si estuvieras psicoanalizándome...-el moreno entrecerró los ojos, frunciendo los labios.
-Em... no, es solo que...-su cerebro pensaba con rapidez alguna excusa creíble que pudiera hacerla escabullirse de decir la verdad-estoy deseando que lleguen las vacaciones... sí.

El pequeño cazador se levantó de su silla para ir junto a Hazel con una sonrisa en los labios. Se sentó en el sofá, el cual emitió un pequeño quejido, es lo que tienen los muebles antiguos.

-¿Seguro que no te pasa nada más? sabes que puedes confiar en mí, somos amigos-y así era, Sam y Hazel se hicieron muy amigos en los pocos meses que llevaba el ángel en la universidad con él, aunque esto no resultaba raro para El Cielo, quienes los observaban casi día y noche, y es que el vínculo entre un ángel y un protegido era muy fuerte, eso sí, nunca podría pasar a algo más íntimo y carnal o lo pagarían caro.

-Tranquilo, Sam, todo está bien, no hay problema-respondió, removiendose un poco en el sitio al sentir en su espalda un dolor ardiente, justo donde se ocultaban sus alas.-Tengo que... irme...-se alejó de él a paso ligero hasta salir de la estancia y correr hacia el baño, donde se quitó la camiseta negra y miró su espalda, descubriendo que su tatuaje estaba enrojecido, palpitante, y sus plumas se movían bajo su pálida piel provocando un dolor insoportable para un humano cuaquiera pero que Hazel soportoba lo mejor que podía. Las alas son la parte más sensible del cuerpo de un ángel y pueden alterarse al presentir que algo va a ocurrir, cosa que le sucedió a la morena. La confusión y el nerviosismo se mezclaban en ella, pues no entendía que sus alas estuvieran así, hacía mucho de la caída por lo que ya estarían curadas.
Necesitaba respuestas y al estar lejos del resto de ángeles no podía preguntar con facilidad, asi que salió de allí y fue hasta el lugar más apartado y desolado que encontró.
Hazel se dispuso a llamar a cualquiera de sus congéneres cuando, de pronto, sus alas se desplegaron, rasgando su piel. El grito que exhaló de lo más profundo de su ser se escuchó en varias ciudades contiguas, haciendo que los cristales estallaran.
Estaba de rodillas, agitada y exhausta, rodeada por sus azules alas, las cuales se movían como para quitarse el entumecimiento de encima al estar tanto tiempo encerradas; apareció frente a ella Castiel, el ángel más cercano a la joven durante su estancia en el Cielo. Lo miró con los ojos enrojecidos y húmedos por las lágrimas.
-Ayúdame...-musitó Hazel con un hilo de voz. El de ojos azules se acercó a ella y se arrodilló, posando una mano en su mejilla derecha.-¿Por qué siento este... dolor?
-Hazel, las alas de un ángel no están hechas para ser escondidas de los humanos, no por tanto tiempo, al menos; lo que ha pasado es que necesitaban ser liberadas, extenderse y respirar... de algún modo.-trató de aclarar el de gabardina-Y el dolor es parte de estar en la Tierra a cargo de tu protegido, adquieres rasgos humamos, como los sentimientos, las necesidades básicas, el dolor... todo va apareciendo poco a poco.-Hazel escondió su rostro entre las manos, apretando los dientes para no volver a gritar como antes.-No solo he venido para resolver tus dudas, sino para contarte algo más...-Aquellas palabras llamaron la atención de la más joven, fijando su mirada en la azul de él.
-¿Qué ocurre, Castiel?
-Son los queribines, los ángeles como tú, están enfadados y planean algo contra el Cielo y los humanos; llevan semanas desatendiendo a sus protegidos a modo de protesta porque no comprenden el hecho de que tú hayas podido bajar y ellos solo puedan actuar desde arriba.-Hazel quedó paralizada, tratando de asimilar la información.
-Pero eso no es cosa mía, Dios en persona me dijo que debía venir y ocuparme de Sam, que tenía que mantenerlo lo más alejado posible de los problemas del "negocio familiar"... fui elegida y eso no lo puedo cambiar, no está en mi mano...
-Lo sé, Hazel... lo sé, pero necesito que estés atenta a radio ángel por si te reclamamos desde arriba para que nos ayudes a controlarlos; tengo el presentimiento de que esto se va a poner complicado.-La chica se levantó del suelo, sacudió el polvo de sus vaqueros desgastados, y escondió sus alas de nuevo mientras Castiel la observaba con su clásido semblante serio y tranquilo.-Llegará el momento en el que no puedas ocultarlas más, tenlo presente...-añadió el hombre justo antes de desaparecer en menos de un segundo, dejando a Hazel en mitad de la nada.

La noché cayó sobre la ciudad y con ella una torrencial lluvia que no dejaba ver a más de dos pasos de distancia. Los coches levantaban olas que conseguían mojar a algunos viandantes a su paso, y ahí se encontraba Hazel, en medio de un mar de paraguas y de humanos, cada uno con una conversación diferente que conseguía fascinar al ángel aunque hablara sobre la cosa más ínfima, pero con eso bastaba porque era lo más cerca que había estado de ser humana.
Chapoteando con sus Converse negras que consiguieron mojar hasta sus calcetines llegó a un descampado que olía a tierra mojada y estaba plagado de grandes charcos, pero eso no la detuvo y entró en él. Estaba totalmente a oscuras y, al alzar la vista del suelo, pudo contemplar el firmament repleto de centelleantes estrellas que, en realidad, eran ángeles fallecidos miles de años atrás pero que los pequeños restos de su gracia seguían brillando.

Estaba tan ensimismada que no se dio cuenta de que poco a poco había sido rodeada por un pequeño grupo de jóvenes, los cuales se acercaban peligrosamente a ella; cuando reaccionó hizo el impulso de defenserse pero al ver sus espadas angelicales salir de sus mangas supo que no eran simples humanos, eran querubines en busca de venganza...

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⏰ Última actualización: Oct 23, 2016 ⏰

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