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CAPÍTULO DOS: llamas ardientes.
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—Vamos, Cass—, llamó Renee a su hija que se encontraba dentro de su casa —. Y sácate esa sudadera, ¡debes estar muriéndote de calor!
—Estoy bien aquí—, Cassadee sacudió su mano, restándole importancia.
—No va a matarte el recibir algo de sol—, señaló Renee.
—Sí, lo hará—, replicó Cassadee —. Soy un vampiro, el sol me quemará viva—, siseó al sol. Renee rió.
—Es bueno el saber que no has perdido tu sentido del humor en ese apagado lugar.
Los ojos de Bella casi cayeron de sus cuencas antes de levantarse y acercarse a donde su hermana se encontraba y reclamarle —. ¡No puedes andar diciendo eso!—, susurró a su hermana.
—Oh, relájate—, la neófita rodó los ojos —. Lo más surrealista aquí es que tú pensaras que ella me iba a creer.
— ¿No extrañarás esto?—, preguntó Renee a Bella cuando la adolescente volvió a ocupar su lugar a su lado —. ¿Puedes sentir la vitamina D ingresando dentro de tus poros?
—Sí, extrañaré esto—, asintió Bella.
—Las universidades de California son más soleadas—, comentó la mujer, mirando a sus hijas —. Solo digo que, si van a la universidad de Alaska, no las veré nunca.
—La única razón por la que estoy aquí es porque tú estás aquí, mamá—, murmuró Cassadee. Movió su mano, alcanzando los rayos del sol, pero volvió a su posición anterior cuando notó que ésta comenzó a brillar. No tanto como los vampiros, pero lo suficiente como para que un humano lo notara —. Florida no es el estado para mí.
—La universidad de Alaska tiene un buen programa de ciencias—, mencionó Bella antes de ponerse sus gafas, haciendo más sencillo el mentir.
