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Son las once y cuarto de la mañana *pitido* son las once y cuarto de la mañana. A pesar de que tenía una aplicación hace tres años que me avisaba el horario cada media hora, todos los días suspiraba al escucharla, era un poco humillante estar en clase y que esa mierda sonara todo el tiempo. Los profesores y mis compañeros ya estaban acostumbrados, pero yo no. 
 Mi condición no era tan mala, podía asistir a una escuela común y corriente rodeado de personas "normales" aunque  la mayoría de las cosas se me complicaran. Por suerte, pude conseguir muy buenos amigos, que me ayudaban cada día sin pedir algo a cambio, pero sobre todo... sin tenerme lástima.
—Las plantas son asexuales, y se reproducen a través de la polinización, que es efectuada por los insectos que transportan el polen de planta a planta, como las abe...
—Shiffer ¿Podría dictarle a su compañero un poco más bajo?— Escuché la voz de la profesora Parker, y al parecer se dirigía a mi amiga Sara. 
—Lo siento profesora—. Sentí que Sara se había puesto más cerca, tomó mi brazo y lo dejó arriba de mi mesa para no apretarme con la suya al correrla—. Lo siento Dan ¿En qué habíamos quedado? Ah sí, como las abejas, los mosquitos, los pájaros que beben el néctar y otra variedad de seres vivos—. Yo tecleaba rápidamente en mi laptop todo lo que Sara decía en voz alta, mis teclas tenían el sistema braille en ellas pero después de tanto tiempo ya me acordaba en que sitio estaba cada una. A veces escuchaba a algunos chicos reírse por el ruido que hacían y no los culpaba, era un poco vieja y cada tecla sonaba como la tercera guerra mundial.
  El timbre sonó y los bancos se corrieron casi sincronizadamente, yo aguardaba pacientemente a que todos salieran para poder irme junto con Sara, que me ayudaba a cruzar la calle.

—Ya se han ido todos Dan, dame un segundo que guardo mi carpeta y salimos. 
—Seguro—dije con una sonrisa. Di un par de toquecitos sobre la mesa para verificar que no me olvidaba nada y corrí la silla hacia adentro.
—Ya está ¿Vamos?
—Vamos—. Desplegué mi bastón y pase mi mano por la soga que tenía en la punta.
— ¿Tienes algo que hacer cuando llegues a casa? —Me encogí de hombros mirando a la nada.
—Solo tirarme a escuchar música.
— ¡Fantástico! Vayamos a la librería.     
—¿Eh? ¿Librería?
— ¡Si! es que salió el nuevo tomo del libro que me encanta, tan solo quiero hojearlo, la duda me mata pero no llevo dinero conmigo—. Notaba a Sara muy entusiasmada, así que terminé resignandome.
—De acuerdo —dije suspirando—. Pero luego vayamos a la tienda de música.
—Tú y tu música...—Sara rodeó mi cuello con su brazo e hizo un poco de peso—. Está bien, solo porque eres tú—dijo riendo.
 No conocía la apariencia de Sara, y, si tuviera que rescatar algo bueno de no poder ver, sin duda diría mil veces que conozco la verdadera personalidad de todos. Sinceramente no me importaba como podría verse, eso no le quitaría la hermosa personalidad que tenía, sus palabras llenaban de color el día, animaba mi interior y con mucho entusiasmo llegaba a la escuela solo para escucharla hablando de tonterías que eran importantes para mí.
 Nos conocimos hace tres largos años desde que entré a la secundaria,  estaba muy desorientado y nunca creí que iba a ser tan terrorífico, ya que los dos primeros años fui educado en casa, mi madre contrató un buen tutor que me tenía paciencia y explicaba todo con mucha claridad, pero eso no quitaba que me tratara como un minusválido mental, me daban ganas de gritarle que era ciego y no retardado, pero ya no podía causarle más daño a mi madre, debía seguir de pie así como ella lo hacía, seguir, seguir, seguir... había conseguido un propósito hace mucho tiempo, pero por ahora era una chispa débil y lejana que costaría conseguir, aunque no imposible...
  Sara me liberó por fin a las siete de la tarde, mi bolsillo vibró y supuse que era mi madre
—Oye Sara—. La llamé al escuchar sus pasos que se alejaban.
—¿Hm?
—¿Podrías decirme quién me escribió?
—Claro—dijo mientras masticaba algo. Tanteó con su mano fría el bolsillo de mi pantalón, lo que me produjo una leve cosquilla—. Es tu mamá preguntando dónde está su nene—dijo Sara con tono burlón.
—Cállate—. La empujé suavemente con una sonrisa de lado. 

—Ya ya ¿Te acompaño hasta casa o puedes solo? 
—No te hagas drama, ve tranquila—. Sara suspiró y puso mi celular en el bolsillo.

—De acuerdo, cualquier cosa me llamas—. Me despidió con un beso en la mejilla y la escuché alejarse. Mi bastón sonaba contra el suelo duro, sentía a las personas pasar a mi lado como si tuvieran prisa por algo, mi celular volvió a vibrar y esta vez fue una llamada entrante, paré un segundo y saqué con dificultad mi teléfono del bolsillo, entonces lo peor ocurrió... Se me cayó al suelo.
—Maldición—. Tomé  mi bastón y empecé a hacer círculos a mi alrededor para tratar de tocarlo, pero no había caso, no quedaba otra, debía agacharme. Me arrodillé y con mi  mano tanteaba el suelo, las personas me empujaban y no podía concentrarme, hasta que me resigné y me quedé sentado pensando en que podía hacer. Pues venía lo más difícil...pedir ayuda, porque joder, si es difícil para mí. Tome una gran bocanada de aire y me levanté, pero al hacerlo sentí un dolor intenso en mi cabeza tras chocar con algo duro. Acaricié la zona adolorida con mis dos manos sin saber que había pasado exactamente.

— ¿Hey? ¿Estás bien? —Escuché una voz masculina que al parecer se dirigía a mí.
—S...Sí, lo siento.
—Creo que esto es tuyo—. Pude ver la sombra de una mano que se me acercaba, supuse que me estaba dando algo.

—Ah sí, muchas gracias—. Sentí los pasos de la persona alejándose y froté atentamente lo me habían dado, por alguna especie de suerte mi teléfono móvil se encontraba ahí. Vibraba frenéticamente, así que lo desbloqueé y contesté.

<<Joder Dan, son las siete y media de la tarde ¿Dónde estás?>>

—Estoy camino a casa, perdón, me quedé hablando con alguien que
conocía, estoy cerca—. Escuché el suspiro de mi madre a través del teléfono, y por alguna razón su voz se encontraba más apagada de lo normal.
<<De acuerdo, no tardes, te espero con la cena>>

Llegué a las ocho en punto y el aroma a carne asada invadió mi nariz, haciendo que mis tripas se retorcieran. Deposité mi bastón a un costado y me puse mis pantuflas, que se sentían suaves y cálidas, y con mi mano en la pared recorría el camino hasta la cocina.
—Pero miren quién se dignó a aparecer—dijo mi madre con un tono furioso, suspiró y me dio un beso en la mejilla—. Lávate las manos y siéntate, tu comida ya está servida. 

—Claro—. Hice caso a las órdenes y en un momento estuvimos los dos sentados devorando la cena.

— ¿Cómo estuvo tu día? ¿Mucha tarea?
—Estuvo normal ¿Tarea? hoy no nos dieron.

—Mjm, que extraño... en mis tiempos no nos íbamos sin tarea —dijo mi mamá con un tono orgulloso.
—Y así de gruñona quedaste—. No pude evitar reírme de mi propio chiste, es que en serio, a veces era demasiado sensible.
—Vamos a ver quién será la gruñona cuando no tengas comida en tu plato.

— ¡¿Eh?! Que persona cruel —dije mientras reía, me metí el último bocado de carne y con paciencia llevé el plato a la fregadera.
— ¿Ya te vas a tu habitación? —Asentí con la cabeza mientras bebía agua—. De acuerdo, no te vayas muy tarde a dormir.
Subí con prisa a mi habitación, donde busqué los auriculares en mi escritorio y me acosté a escuchar un poco de música clásica, en especial el violín, amaba ese instrumento. Las sensaciones que producía en mi mente eran inigualables y entraba en una especie de barrera en donde solo estábamos ese sonido y mi imaginación, que pronto me hicieron quedar dormido.              

Una canción para él.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora