Escribo estas líneas con la única esperanza de acabar con esta pesadilla, aquella que ha terminado con la vida de tantos, y al mismo tiempo advertir de los peligros que los objetos de culto resguardan, pues estos pueden llegar a ser fascinantes, pero al tiempo también son letales.
No sé cuánto me queda pues ya se han cumplido los diecisiete días después de abrir el collar. Las voces resuenan en mi cabeza y esa maldita cosa está presente en cada cristal, espejo o pantalla que se cruza en mi camino.
Probablemente al leer esto yo ya no esté en este mundo, por lo cual te pido tomártelo muy en serio.
Mi nombre es Andrés, tengo veintiún años y resido en la capital.
El origen de todo esto se remonta a tiempos inmemoriales, cuando la cacería de brujas estaba a la orden del día. Desconozco casi todo detalle, pero aquella mujer mencionó que una célebre bruja creó este artefacto para poder seguir cobrando vidas aún después de la muerte. Cuando mi mejor amigo Arturo se enteró lo compró de inmediato, sin saber lo que esto nos traería
Sin más rodeos te contaré nuestra historia:
Era un día feriado pues había concluido toda materia del horario escolar para ese día, así que mi mejor amigo me pidió acompañarlo por algunas cuantas cosas puesto que iríamos a lugares cercanos. Arturo llegó puntual a mi casa como siempre, tocó la puerta y posteriormente lo invité a pasar.
—¿Y a dónde iremos?
—Al centro de la ciudad, compraré algunas cosas y luego te veré en la zona sur.
—¿Seguro? Esos lugares son bastante peligrosos.
—Tranquilo solo iré por algunas cosillas, no tardaremos más de una hora.
—Vale, pero tú invitas el café.
A Arturo le encantaba todo aquello relacionado con lo oculto, así que era normal verlo por esos lugares, aunque esto muy a menudo le acarreaba problemas, sobre todo con su madre quien estaba obsesionada con la Biblia.
Todo transcurría muy normal, compré algunos comics y varias series anime; nosotros éramos lo que se consideraba como «frikis/otakus». Ya al terminar me reuní con él en el lugar acordonado y caminamos alrededor de cuarenta y cinco minutos. La cosa se estaba poniendo fea, el panorama cada vez era más desolador, encontramos prostitución por doquier y un aroma nada agradable a nuestro paso.
Como soy algo paranoico le mencioné el hecho de que no me encontraba nada cómodo, pero él solo sonrió y me dijo que aguantara un poco más.
Cuando finalmente llegamos a nuestro destino, bueno, me hubiera gustado seguir caminando. El lugar era algo similar a una plaza comercial, pero esta estaba lleno de locales con cosas raras como lo eran cabezas reducidas, libros antiguos con la portada totalmente negra, órganos en frascos con un líquido ámbar transparente muy parecido a la orina, drogas y demás cosas dignas del circo.
—¿Qué te ocurre?
No dije nada.
—Tranquilo, hombre, casi nada de esto es real —dijo mientras me daba una palmada en la espalda.
«¿Casi?».
Subimos dos pisos, cada uno más extravagante que el anterior. Nos dirigimos a un rincón del último piso y allí encontramos el origen de nuestra desgracia.
No sé exactamente cómo describir aquel lugar, pero lo intentaré de la mejor manera que pueda.
Era un puesto comercial pequeño. En el cartel tenía escrito algo muy raro, similar a la escritura lovecraftiana R'lyehian. En el mostrador se hallaban ojos viendo hacia nosotros, un corazón de cabra en un frasco, un pobre conejo enjaulado mórbidamente obeso sin ojos ni orejas (o lo que parecía ser un conejo), varios dijes de dudosa naturaleza, entre otras cosas. Pero lo más llamativo y al tiempo menos estrafalario era una pequeña caja de cartón.
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Creepypastas, poemas, leyendas de terror
HorrorLos poemas más pscopatas, terrorificos y asombrosos poemas. Y Las historias de terror, aterradoras