Prólogo

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Él vivía en una cueva, en medio de un páramo, cerca de nada y lejos de todo.
Era joven y a pesar de vivir en total soledad, nada más rodeado por unos cuantos animales, era una persona más sociable de lo que la gente imaginaba. Tenía un espíritu aventurero, pero no imprudente. No había conocido a su familia y había aprendido a sobrevivir solo. Sabía que había muchos poblados y reinos a los que podía ir pero prefería el silencio que se experimentaba en la gruta.
Dyn era su nombre , o al menos el que él había decidido. Tenía ya asimilado como se llamaba y, tan solo de vez en cuando, se preguntaba cuál sería el nombre que le habían puesto originalmente sus padres.
El conjunto de todos los reinos tenía por nombre Delta Crux debido a la estrella Delta Crucis, la cual se podía observar durante todo el año en cualquiera de los reinos. Por la misma razón, cada reino tenía nombre de una estrella cercana a esta. La ciudad más cercana a la cueva se llamaba Átrux.

Dyn acababa de despertar, a la par que empezaba el ocaso. Con el inicio del otoño, las noches se volvían más frías y por la mañana, todo el páramo se llenaba de escarcha. Se vistió, y a continuación, puso su cota de malla encima de su ropa. Colgó a su espalda su espada de doble filo y colocó en sus muslos dos dagas.
Cuando ya estaba preparado, se dispuso a salir a cazar. Salió de la cueva y se dirigió al bosque. Ya en el, paró, respiro intensamente y al sentir ese olor, sus pupilas se dilataron y sus sentidos se agudizaron. Era el olor que daban inicio a la cacería,el olor que marcaba dónde se encontraba la presa. Entonces miró al suelo y se agachó sobre una rodilla al observar el rastro marcado en la tierra. Era el rastro de un ciervo.
Siguió el rastro, rápido y con discreción, puesto en cuclillas. Cada cierto tiempo, marcaba su camino para el regreso, pero, aunque el no lo sabía, no iba a regresar.

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