Mi Ella cap 3

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III - Dolor y Culpa

Metro Chacaito, hora señalada. Aparece ella con su magnífico tostado en la piel, vestida en una forma hermosa, que digo hermosa, divina. Aparece en escena como una Diosa, y yo cautivo de ese par de ojos que me brindaba. Pensé que nadie, ni sus amantes, tendrían acceso a esta mirada, que esa mirada era mía, eternamente mía. Si bien era usual que el resto de los hombres volteara a mirarla, hoy era el colmo, porque ella era la reina indiscutible del mundo o mejor de la Vía Láctea. Llevaba un vestido de noche, inusual totalmente para alguien que está tomando el Metro, con unos tacones tan altos que había que caminar con cuidado con ellos.

Me empezó a recorrer un sudor frío por todo lo largo de mi columna vertebral, como si fuese una mecha inversa a la cual se le enciende con hielo por uno de los extremos y comienza a consumirse en su frialdad. ¿El motivo? Memorias más, memorias menos, me daba la impresión y recordaba que en mi sueño de ella suicidándose llevaba la misma ropa. No era una seguridad, era una simple duda, pero era una duda que me mataba.

Hubo una alteración en el orden de las cosas, pues ella me miraba fijamente a los ojos, con su joya celeste y su gema avellana. La pupila de mi ojo se dilató de una forma enorme y pude ver, en medio de mi abstracción, elementos ajenos a ella. Se escucho, entre otras cosas, el zumbido del tren. Repentinamente dos extraños se ponen a forcejear justo detrás de Ella, quien por supuesto se distrae para ver qué pasa a sus espaldas, pero tarda un instante, y uno de los sujetos por querer escapar de su adversario dio un empujón, liberándose de su captor y dándole un tropezón a Ella, quien perdió el paso por sus tacones, cayendo en la fosa de los rieles, justo cuando el tren arribaba al andén.

Su cuerpo cayendo como un árbol recién talado, sin doblarse, recto, estético, como si la gravedad no jugara su papel en ese momento, balanceándose con un silbido que casi pude escuchar, y mientras caía, no puso las manos para caer mejor, ni las rodillas, cayó lento, con su mirada más clavada que nunca en mi mirada. Me atrevo a decir que sonreía.

El silencio se hizo pavoroso, o al menos yo no escuchaba nada, estaba histérico, con su mirada fija guardada en mis globos oculares que comenzaron a derramar lágrimas, esta vez negras. Corrí para el otro andén, pero había guardias impidiendo el paso. Dije que la conocía, pero no funcionó. Hice a un lado la cortesía y pretendí meterme a toda costa, tumbando de nalgas al guardia, lo que no imaginé era que ahí estuvieran cerca dos guardias de los que se hacen pasar por civiles, y uno de ellos me sujetó por la espalda mientras otro me "calmó" de una bofetada que me dejó soñoliento. El muy bestia además de dejarme inconsciente, me colocó unas esposas y me llevaron a una de las puntas de la estación.

Estaba bastante lejos, pero vi que sacaban una camilla con su cuerpo cubierto de una sábana blanca, y en uno de los extremos una mancha roja u ocre.

Estaba destrozado por dentro. Apenas hacía unas horas pensaba en cómo iba a reclamarle por su conducta con el tipo viejo, pensando cómo hacer que me dijera su secreto, que se abriera conmigo, hace unas horas quería reñir con ella, y ahora lo único que esperaba era verla viva, y no era posible.

Todo ese rato inerte que estuve esposado, más el que pasé en la jefatura policial hasta que se dignaron en aceptarme el soborno que les prometí, me la pasé pensando en la ironía de los hechos. Hace unas horas había caído en cuenta que esta mujer que ahora yacía bajo la sábana blanca, era lo mejor que me había ocurrido. ¿Qué pensar si a lo mejor su misión era venir a hacerme sentir?, ¿Qué pensar si esa misión, breve por naturaleza, estuviese ligada a este accidente para separarnos? Si vino a recordarme que la vida debe ser intensa, eso lo entendí, aunque no entiendo este desenlace. Mejor preferí no seguir pensando, por mi salud mental.

Llegué a la casa, abatido. Pensé que la casa me parecería una trampa y cada mueble un abismo negro. Lo hubiera pensado en serio, muchas situaciones pasaron por mi cabeza para tratar de sacar este dolor que sentía, pero todo se borro rápidamente al ver que en la puerta de la casa había un paquete para mí, un paquete de Ella. Lo abrí con afán, tal como se abre un regalo. En su interior había un video de pornografía. En la cajita estaba su foto, era actriz.

Lucía bella en la portada, pero esa belleza me hería más de lo que me gustaba, por ahora. Me pareció tétrico que viera la cinta justo hoy, así que la dejé para otro día, verla en ese momento me rompería el alma.

El día siguiente lo perdí buscando su cuerpo, nadie parecía saber dónde estaba, quería verlo, quería inhumarlo, quería llevarlo de la mano a la tierra, en grandes deseos lo quería. Pero no fue posible, nadie supo nada. Ella no sería desde luego su nombre.

Por fin pude ver la película, al tercer día de haberla perdido, fue simbólico, pues la haría resucitar al tercer día. Para mi sorpresa, la película se basaba en uno de mis escritos, en la historia que había escrito pensando en ella y que había enviado a una productora para su aprobación. Ella no sabía que yo lo había escrito porque nunca le dije a qué me dedicaba y además escribía bajo seudónimo. Hasta aquel día. Ella lo supo, al menos sus últimas horas de vida supo quien era yo, debió saberlo al leer la historia empastada que inocentemente le regalé aquel día con el niño, mi dedicatoria fue entonces algo que se llevó a la tumba.

Mi tristeza era muy profunda. La veía desnudarse, mirar a la cámara como me miraba a mí, entregando al mundo lo que era mío. Veía como la penetraban, como la besaban, como la poseían, era mi idea, una idea que escribí en medio de una sublimidad embriaga por su belleza.

Los efectos especiales estaban muy bien logrados, ella caminando por una acera, cruzando la mirada con un hombre latino, un acercamiento a sus ojos, tan cerca que podría leerle el iris, y en él, aparecían las escenas eróticas, su cuerpo inclinado, apoyando sobre una cama su barbilla. El hombre de la mirada se recostaría en la cama, frente a su cara, mirándole el rostro a diez centímetros solamente, mientras la posee, sujetando con fuerza sus lindas caderas. Durante todo el acto ella miraba al hombre de la mirada. Se viene en sus caderas, ella sólo cierra sus ojos, luego hay escenas sexuales en las que ella simplemente ve, y poco importa lo que tiene enfrente, yo sólo admiraba sus ojos. No cabe duda que ella era la única capaz de actuar esta película.

Me sentí más confundido que antes. Su mirada al hombre de los ojos verdes no decía nada, cuando miraba las parejas amarse no transmitía nada, pero cuando miraba la cámara, entonces ponía la mirada más bella que solo ella era capaz.

Al final de la cinta estaba una grabación adicional. Ella se dejaba tomar por el camarógrafo, me pedía disculpas por no decirme a qué se dedicaba. Me decía que esta cinta era su mejor trabajo porque era la cinta que mejor la retrataba, que el guión le parecía hermoso, que apenas hoy había descubierto que el autor era yo. Al final me dijo unas palabras que me dejaron perplejo:

"Esta vida es muy dura, Tú has de saber. Sólo tus ojos me hacen llevadero todo esto, pues marcan la diferencia entre ser y simplemente hacer. Cuando me entrego no siento nada, y el placer sólo lo encuentro cuando cierro mis ojos y pienso en ti, en ese hombre que ha sabido enamorarme con sus mirada, no eres un modelo, pero me resultas terriblemente atractivo, totalmente adictivo, mi orgasmo sólo se da cuando te veo dentro de mis párpados, parado con miedo en el andén de enfrente, distraído, reconociéndome como tu diosa, has de pensar que por ser bella he recibido mucho amor, pero no hay nada más falso. Si la muerte llega a sorprenderme en tu presencia, por favor no dejes de mirarme, pues tu mirada es mía, es lo último que quiero ver en vida"

Guardó silencio, se quedó viendo la cámara, unos minutos de puro mirar. Se escucha la voz del camarógrafo preguntar si ya, y ella parpadea, sonríe y dice "Si es todo". Y se corta.

Mi sitio es ahora mi sillón. Ya casi no escribo historias, porque siempre termino escribiendo de ojos, de sus ojos. Por las calles ya no husmeo en las miradas ajenas, lo que buscaba fue encontrado y perdido para siempre. Ella se ha vuelto entonces en mi único tema, quisiera escribir libros de esa mirada cuando caía a los rieles, pero nadie podría describir suficientemente bien su contenido, y si algún día puedo hacerlo, es probable que me lo callara, me lo contaría al espejo, y lloraría como siempre, pero de alegría.

Mi EllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora