Mi Ella cap 7

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VII - Revelaciones

En mal momento tuvimos que salir a filmar a Curaçao, y yo no podía negarme. Pasó una semana y días y mi alma estaba en otra parte, estaba en el andén. Mis actuaciones fueron excelentes porque ahora tenía algo en qué pensar, todo el tiempo pensaba en sus ojos, y con ello conseguía los orgasmos más intensos, y todo ello sorprendía a compañeros y directores, por la fuerza y el ímpetu de mis acciones.

Los problemas continuaron, por fin llegaron los resultados de los análisis que había realizado el especialista. Nada halagadores. 2 de nuestros compañeros eran seropositivos, Rubén y yo estábamos sanos. Esa seguridad no nos hacía muy felices. Nuestros compañeros no filmarían más hasta que confirmar dos exámenes más que le sirvieran de segunda y tercera opinión. Sus caras eran devastadoras, murieron ahí mismo. Saludarnos, besarnos en la mejilla, sonreír, por alguna razón fue distinto. Desde luego lo último que haría cualquiera de nosotros sería rechazarlos, al contrario, se convirtieron en el objeto de un amor muy profundo, pero, irónicamente, ya sólo como personas. Su infección los ponía fuera de nuestra labor. Se habló de darles tareas como dirigir y cosas así, pero todo sonaba a compasión. Harta de tanto color gris alcé mis manos y dije, "Pero no hay culpa aquí, ya veremos qué sigue".

Su caso era un espejo muy bizarro en el cual vernos los que no habíamos resultado infectados, pues los resultados que me hubiera gustado escuchar era que nadie, ninguno de nosotros fuera seropositivo, pero ¿Cómo confiar en nuestra salud si dos de las personas con las cuales habíamos disfrutado del sexo todo el tiempo estaban infectadas? ¿De qué privilegios gozaríamos nosotros para que los análisis nos hicieran sentir esperanzas, si el síndrome no es nada comprensivo? Las precauciones siguieron, mucho preservativo invisible y nada de corridas en la boca.

Al regreso a la Ciudad, salí al encuentro de mi ángel, quien estaba puntual, fiel, ansioso. Nunca cargaba nada en las manos y siempre estaba dispuesto a mirar, lo que me hacía entender que estaba ahí por mí, por nada más. Esta vez ocurrió como la vez pasada, sólo que ahora le descubrí el truco, al llegar su tren se dio a la tarea de correr de un andén a otro, así que hice mi estrategia, me movería de ubicación en el vagón, ÉL entraría corriendo y me buscaría a su mano derecha, que es a donde el tren avanza, sin contar que yo estaría a sus espaldas, disfrutando la gentileza de querer, su afán de secarse el sudor, de tranquilizarse como un adolescente que acude a su primera cita.

Las cosas no le salieron como planeaba, ni a mí tampoco. Pues efectivamente ÉL corrió, y entró muy apenas al vagón, casi tirándose para no ser guillotinado por las puertas. Sin embargo, contrario a mi plan, no saltó por la puerta que yo pensaba, es decir, la de más adelante. Sino que entró volando por la puerta en que yo estaba. Me dio la espalda, me buscó a la derecha como supuse, se secó el sudor con un pañuelo y se ocultó traviesamente detrás de un tubo, detalle que me hizo reír, pues el tubo en definitiva no lo cubriría en lo absoluto. Alzaba el cuello, respirando con esfuerzo. Yo estaba a tres pasos de su espalda. Sus hombros cayeron sobre sí mismos como derrotados, y era una derrota que me supo a dulce, no sé por qué. Ví sus intenciones de salir corriendo del vagón en cuanto llegáramos a la próxima estación para buscarme en el vagón de adelante o en el de atrás, y eso era algo que no podía yo permitir.

Di un paso para sujetarme de uno de los tubos y me ubiqué a su costado, a dos pasos de ÉL, me volteó a ver y se timbró de pies a cabeza, no sé si de susto, de sorpresa o de excitación. Jugué un poco a no mirarle aunque me moría por encontrarme con su mirada de nuevo, y lo que hice fue colgarme de los tubos. Ya se sabe, los tubos del Metro son, verticales si están cerca de una puerta y horizontales los del pasillo. Pese a que soy alta, me sujeté con las manos del tubo horizontal que pende a unos diez centímetros del techo, pudiendo hacerlo del vertical que es mucho más cómodo. Y digo me colgué porque me sujeté de ese tubo y dejé caer mi cuerpo como si estuviese colgada de unos grilletes altos en un calabozo, tendiendo mi cuerpo, alzando inocentemente mis pechos, con la cabeza caída y mirando hacia el vacío, justo como estamos acostumbrados a ver al Cristo crucificado.

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