Cuándo ambas hermanas pararon frente a la puerta de la casa de paredes de piedra a la que llamaban hogar, se miraron sabiendo lo que las esperaba dentro. Kass dio tres golpecitos en el portón de madera desgastada. Un segundo después la puerta se abrió de golpe, mostrando el rostro de una mujer de mediana edad con un hermoso pelo rubio y rizado— características que se habían repartido entre sus hijas—bien sujeto en un recogido elegante, un bonito vestido verde esmeralda que rivalizaba con sus ojos y que, aunque recatado, no escondía la figura que aún con su edad conservaba. Cruzó los brazos a la altura del pecho y entrecerró los ojos hacia su hija menor. Aún siendo varios centímetros más baja que esta, Gylledha la seguía intimidando con su fuerte mirada. De repente, el gesto cambió a uno de cálida bienvenida y preocupación.
—¡Oh, aquí estáis! Os necesito dentro, hay mucho que preparar para Proinve — exclamó con tono amable y una sonrisa. Pero a Cestia no le pareció verdadera ninguna de las dos cosas, y lo comprobó al hacer contacto con la mirada de su madre. Gylledha entonces se dirigió a ella en particular—. Por cierto, ¿sabes qué hora es, Cestia, querida? Creo que no he llevado la cuenta del tiempo —soltó con una carcajada. Pasó entonces la mirada a los espectadores que se reunían poco a poco en la zona, y los saludó amablemente. Miró a Cestia y a Kasula y las instó a entrar abriendo más la puerta, con una sonrisa tensa en su cara. Para los demás que la vieran, era la viva y hermosa imagen de una madre hablando alegremente con sus hijas. Pero sus hijas sabían que todo era un acto para los demás. Y quedó claro en cuanto estuvieron tras las puertas, a salvo de ojos inquisidores y deseosos de nuevos escándalos con los que condimentar sus monótonas vidas. Cambió su sonrisa por un ceño fruncido al mirar a la chica que ahora intentaba no pensar mucho en lo que ahora venía —. Me tenías preocupada. No volviste a casa. A una mujer normal ya le es vetado tal comportamiento, pero es inconcebible, aún más, que una chica de tu clase no duerma en casa, ¡a saber dónde estabas!—levantó algo más la voz.
Cestia puso los ojos en blanco.
—En el bosque, como siempre —contestó la muchacha mientras jugaba nerviosa enredando uno de sus rizos castaños con su dedo, cabizbaja. Suspiró—. No es ningún secreto, madre. Además, no sé de qué clase hablas. Por mucha fortuna que tengamos, seguimos siendo simples comerciantes, no nobles.
En respuesta, Gylledha arqueó una de sus rubias cejas.
—¿Y eso debería tranquilizarme? ¡Por favor, el bosque! ¿Es que acaso no hemos hablado siempre sobre la clase de criaturas que se esconden ahí?— dijo ignorando el último comentario. Solo recibió un resoplido por parte de su hija. La madre siguió frunciendo el ceño, más profundo cada vez—. Y no se trata solamente de eso, Cestia. Debes avisarme cuando salgas.
La joven asintió con la cabeza sin ganas.
—Sí, madre.
—Y ni se te ocurra dormir fuera de casa de nuevo, y menos en el bosque.
—Sí, madre.
Los ojos de Gylledha refulgieron en muda advertencia.
—No me des la razón como a los tontos, Cestia. Soy tu madre y me debes un respeto.
— Lo tendré en cuenta.
—Eso espero, Cestia. Eso espero—Gylledha descruzó los brazos y entró en la cocina, dejando la puerta que separaba la estancia del salón abierta tras de sí.

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La Dama del Aire.
FantasyThrelia, un mundo regido por el poder de los Cuatro Elementos. Cada Elemento natural pertenece a uno de los cuatro dioses: Allorala se ocupa del control de las aguas, Ashryn de los vientos, Thalila de la tierra y Folre del fuego. Cada uno de ellos t...