Prólogo

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Era una mañana normal y tranquila, el cielo azul surcado de nubes blancas, el bosque en calma, aire puro y fresco. Una brisa fría pero apacible arrancó un suspiro de satisfacción a la mujer que, con los ojos cerrados, disfrutaba de los sonidos de la naturaleza y de la paz que reinaba en la zona. Cada vez se veían más animales rondando por esas tierras, los cantos de los pájaros se volvían más alegres y vigorosos, los vientos fríos seguían arreciando pero en la zona alrededor del templo no helaba, gracias al poder de la sacerdotisa que con su poder calmaba las bajas temperaturas, y las currucas volaban rozando las copas de los árboles. Pensó en el poco tiempo que faltaba para que el invierno terminara y la primavera echara raíces. Y ella formaba parte de aquel maravilloso proceso, pensó con regocijo. Una de las currucas capirotadas que revoloteaban cerca del balcón en el que ella se encontraba viajó hacia ella y se posó ligeramente en el dedo que le ofrecía, aleteando. Sonriendo, la mujer le habló a la hermosa criatura.

—Pronto el mundo volverá a renacer y toda Threlia renacerá de nuevo, pequeña, y podréis llevar el mensaje de dicha por toda Threlia. Gracias por vuestra labor y disfrutar de mis vientos. Ahora te dejo libre, para que difundas la gran alegría que portáis. Vuela en paz, pequeño pajarillo —dijo impulsando su vuelo con la mano, dirigiéndola hacia el grupo que se dirigía a otras tierras, para transmitir a los threlianos que Proinve llegaría pronto.

Satisfecha, se inclinó hacia delante apoyando las manos en la barandilla de piedra que se interponía entre ella y la caída de 30 metros hasta el claro que había en las faldas de la gran montaña Iburg, que aguardaba desde hacía dos siglos el Templo del Aire. Cada Adlee del aire era trasladada a aquel bello y tranquilo lugar para su entrenamiento y su nueva vida como sacerdotisa del dios Ashryn en cuanto eran nombradas Adlees.

En su larga vida había sido afortunada, había tenido el privilegio de convertirse en lo que era ahora, hablar el leguaje del viento y lograr cosas espectaculares que no habrían pasado de otra manera. Su antes lisa y oscura piel, estaba ahora surcada de arrugas, ya se iban notando algunas manchas de la edad, líneas de expresión que habían quedado grabadas a fuego en su piel. Su anteriormente cabello negro, cuyos rizos cubrían su cabeza en un halo voluminoso y hermoso, ahora estaba decorado de hilos blancos y grises. Cada vez tenía menos agilidad, los huesos no eran los mismos que hacía treinta años, pero su espíritu no había envejecido ni un día. Seguía teniendo la vitalidad y la voluntad de una jovenzuela en la flor de la vida, y pensó con gozo que había pasado a la década de los cincuenta con un buen aspecto exterior e interior.

Soltó el aire suavemente, disfrutando del momento. Últimamente había estado pensando en el futuro. Un día ella ya no estaría en este mundo, y otra ocuparía su lugar. Se preguntó qué clase de persona sería, qué problemas tendría, como habría vivido su vida hasta el Renacer, el momento en el cual una persona se vuelve Adlee, y sobre todo, en qué sentido le cambiaría la vida al convertirse en la sacerdotisa del aire. No sabía cómo sería esa chiquilla, pero tenía clara una cosa: sería un gran cambio. ¿Para bien o para mal? Eso dependería de ella.

—¿En qué piensas?—una voz que la había acompañado durante años preguntó.

La mujer se giró hacia él, observando la familiar cara que le hablaba. Una sonrisa triste se colocó en sus labios.

—En el futuro.

Él se acercó, con sus manos cogidas relajadamente a su espalda. Siempre había sido un hombre atractivo y alto, pero su barba y su pelo negro, al igual que el de ella, ahora estaban surcados de canas, también eran notables las arrugas alrededor de sus ojos y las manos. Ya no eran unos jovenzuelos como antaño. Desde su juventud, él había sido su amigo, eternamente a su lado. Y esta vez también, se situó de pie a su lado, mirando con sus ojos violetas al horizonte lleno de árboles, un cielo azul, y vida.

La Dama del Aire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora