3. Entrometida.

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Mientras se acercaba al puesto, repasaba lo que iba a decir. ¿Lo haría de forma heroica? No, quedaría algo estúpido entrar de repente como salvadora, y esos chicos no la tomarían en serio y seguirían a lo suyo. ¿Y si les regañaba como lo hacía su madre? Tenía buenos ejemplos de cómo hacerlo, pero de alguna forma no le pareció la mejor opción usar la táctica de Gylledha para intimidarlos, no creía que unos cuantos gritos, tirones de orejas y mandar tareas fuera a ser de gran ayuda al hombre. No, puede que debiera entrar en escena como si no le importara realmente, pero con un aire algo autoritario, pensó Cestia, así la tomarían en serio. Verían que lo estaban haciendo mal y se irían, o al menos les molestaría que alguien los juzgara y se irían por incomodidad. Asintió. Medianamente satisfecha con su elección, se colocó frente al grupo de adolescentes estúpidos, cruzó los brazos sobre el pecho y tomó aire.

—Señor Enthund, ¿puedo ayudarle en algo? —preguntó dirigiéndose al anciano, pero sus ojos fulminaban al grupo que no se inmutaron al verla.

El hombre encorvado, de pelo canoso y frondosa barba paró de seguir a los muchachos solo un momento para dirigir una mirada molesta en su dirección.

—No necesito ayuda de nadie, y menos de una mujer, ¡largo! —y tras ello, dejando a la joven frunciendo el ceño y pensando que era un viejo bastardo, fue tras el grupo de nuevo, siguiendo al chico de pelo rubio que en ese momento tenía el saco con manzanas, el que ella sabía era el problema principal del viejo.

Garlic.

Al darse cuenta de la presencia de Cestia, dejó de correr y cuando el viejo se acercó demasiado al chico pasó el saco a uno de sus compinches, quien mantuvo el saco en alto para que el anciano y bajo Enthund no pudiera alcanzarlo. Se acercó tranquilamente a ella, una sonrisa engreída dibujándose en su cara conforme reducía la distancia entre los dos. Cuando llegó hasta ella, adoptó una pose indiferente, mano sobre la cadera y una pierna cruzada sobre otra. Si hubiera hecho esa pose apoyado en un muro, habría quedado bien, pensó Cestia. Pero así, lo único que se le pasaba por la cabeza a la chica, además de preguntarse cómo no perdía el equilibrio, era lo ridículo que el pobre Garlic le parecía.

—Mirad a quién tenemos aquí, chicos. ¿Hizo mucho frío esta noche en el bosque, Cestia? —Garlic miró a sus amigos en busca de complicidad, y todos soltaron una risa. Volvió su mirada hacia ella de nuevo, esta vez con un brillo lujurioso en sus ojos marrones. La miró de arriba abajo apreciativamente—. Si es así, sabes que siempre tendrás sitio en mi cama. Yo te daré el calor que necesitas—soltó agarrando la mano de Cestia y besó el dorso de esta con lo que para él era delicadeza y lo que para ella era un beso que dejó su pobre mano llena de babas. "Asqueroso" pensó.

—Gracias por la... halagadora propuesta, Garlic, pero preferiría mil veces morir helada—contestó mientras retiraba la mano de entre las callosas y sudorosas del joven. Sonrió—. Además, nunca me han gustado los niños.

Garlic frunció el ceño y apretó las manos en puños.

—¡No soy ningún niño! Tengo quince años, ¡quince!

—Pues te comportas como uno, pequeñajo—respondió Cestia mientras se limpiaba los restos de saliva de la mano en la capa negra.

Él se acercó amenazador hacia ella. Si bien era cierto que ella era alta y él tenía solo quince, ya le sacaba media cabeza, y quisiera Cestia o no, ese hecho la intimidaba. Pero solo un poco.

Apartándole un poco con un dedo, ella adoptó una actitud burlona.

—Tranquilo fiera. Ya eres mayor, claro que sí. Pero no lo suficiente —se encogió de hombros, viendo como él se cruzaba de brazos. Luego escuchó las risas de los demás gamberros que acompañaban al baboso y frunció el ceño al oír también los gritos cansados de Enthund.

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⏰ Última actualización: Jan 07, 2018 ⏰

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