Día 0 (I)

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21:13 PM

La sala de reuniones del grupo de investigaciones de la policía, era una pequeña estancia donde los siete miembros del grupo de detectives se sentían como sardinas enlatadas. El aire acondicionado no ayudaba mucho y tampoco la fluctuante lámpara incandescente que apenas bastaba para iluminar el cuartucho. En una pizarra de madera, yacían colgados una serie de papeles que incluían fotos, mapas, partes policiales, informes forenses y otros tantos documentos que hasta el momento, resultaban inservibles. Al frente de aquel equipo de frustrados investigadores, se hallaba Dos Santos, tan desmotivado como sus subordinados, pero manteniendo en alto la frente, procurando siempre dar un ejemplo de comprometido servicio con la sociedad y de alta moral institucional.

- ¡Señores, estamos en la mismísima mierda! – dijo Tadeo golpeando la mesa. - ¿Cómo es posible que no tengamos una maldita huella, un rastro, una pista, alguna pinche cosa que nos conduzca a esos desgraciados? Se los advierto, este silencio de la prensa es pasajero, mañana se correrá el rumor y la gente presionará al alcalde y si no tenemos nada, el alcalde querrá arrancarnos las pelotas.

- Estamos lidiando con gente que sabe lo que hace. – dijo Belton.

- Tenemos un montón de información pero eso no nos lleva a ningún lado. – Tino Ventura sorbió ruidosamente su café. - ¿De dónde sacaron esta porquería?

- ¿Disculpa, tú quién eres? – preguntó el sargento Gómez, pues Ventura no había sido presentado aún.

- El que se sienta en esta silla. – contestó el joven sin prestarle atención al sargento.

- ¿Jefe, quien es este idiota?

- Agustín Ventura, nuestro nuevo agente de campo.

- ¿Y que se supone que hará nuestro nuevo agente de campo?

- Por lo pronto, está trabajando conmigo.

- ¿Significa que es su lame botas personal? – hubo un par de risas entre los viejos miembros del departamento.

- Algo así. – aseguró Agustín, como si el insulto ni lo hubiese raspado. – ¿Cierto, Jefe?

- Concentrémonos en esto señores. – Dos Santos ya estaba cansado de tanta demostración de testosterona. – La vida de inocentes puede estar en peligro y somos los únicos que podemos impedir que otros hechos de sangre ocurran en Villa Cruz. ¿Ideas?

- Hay que regresar sobre nuestros pasos. – dijo Belton. – Hacerlo todo de nuevo. Algo tiene que habérsenos escapado.

- Completamente de acuerdo. – aseguró el sargento Gómez. – Hicimos algo mal.

- Es imposible que no dejen pistas. – se sumó Esteban. – Nadie es tan listo.

- Muy bien. – dijo al fin el inspector Dos Santos. – Volveremos a los sitios donde se encontraron los restos de la niña y removeremos cielo y tierra y no volveremos aquí, si no conseguimos un rastro que perseguir. ¿Está claro? – Todos asintieron. – Entonces acérquense, voy a distribuirles las funciones.


23:57 PM

El pastor Miguel Bonnay no encontraba paz entre las almohadas y las sabanas. Su esposa hacía mucho que se había rendido ante el cansancio acumulado durante el ajetreado día de trabajo doméstico. Pero el ministro de Dios sentía un amargo sin sabor en la boca, un ardor en la garganta, un hormigueo en los huesos, un retumbar de tambores en el cráneo. Se sentía enfermo, con una fiebre que bullía dentro de su espíritu y que le provocaba oscuras visiones sobre un lago de fuego ardiente. El pastor era un siervo del Señor, pero hacia mucho que el cristianismo solo era su trabajo. Su vida había dejado de ser una verdadera vida de fe, esa fe absoluta con la que había iniciado aquel ministerio de completa entrega y devoción por la Santa Doctrina. Lo que sentía el pastor Bonnay, era una incomodidad espiritual, un llamado de su alma a buscar desesperadamente y de forma genuina a su Dios, de quien sin saberlo, se había alejado, perdido entre las innumerables banalidades de una vida mediocre y sin sentido. No se lo pensó más, Miguel bajó de su cama, intentando no hacer ruidos que despertaran a su mujer y arrodillado junto al lecho matrimonial, inició su oración.

- Señor, he aquí a tu siervo... - Miguel no lo sabía pero su monologo nocturno sería mucho más largo de lo que en un principio imaginó y no volvería a la cama en toda la noche.

Otros tampoco dormirían.

No durmieron el inspector Dos Santos y sus hombres, rebuscando en cada rincón de la zona las pistas que los condujeran a los asesinos.

No durmieron en la sala de redacción de prensa los periodistas que al siguiente día publicarían un macabro artículo desacreditando las capacidades de la policía local para manejar el caso.

No durmió Julio Luz, agobiado y lloroso, recordando como la chica de sus sueños subía al lujoso auto de un apuesto desconocido y desaparecía justo enfrente de sus narices.

Y tampoco durmieron los monstruos.


Festín de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora