Antiguos Conocidos

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La estación de policía era un verdadero loquero. Los pocos avances realizados por el departamento de investigaciones arrojaban más preguntas que respuestas y el inspector Tadeo Dos Santos sentía que en cualquier momento el Comisario se le arrojaría al cuello, presionado por el Alcalde. El asunto se convertiría muy pronto en un tema político y eso era lo que más le preocupaba al viejo policía. Más de una vez había visto como los intereses personales de ciertas autoridades, se imponían sobre la justicia. Para corroborar sus temores, estaba el último ejemplar de "La Colmena", el más amarillista de los periódicos locales y que no desaprovechaba ninguna oportunidad de desacreditar a los líderes y empleados gubernamentales del pueblo. Con el asunto de la niña, le había tocado el turno a la policía de recibir el embate de la prensa y allí estaba, en primera plana, la más escalofriante noticia jamás redactada por el escandaloso diario. Tras darle una rápida mirada, Tadeo lanzó el tabloide contra el escritorio, haciendo que algunos de sus subordinados se sobresaltaran. El inspector deseaba realizar una nueva reunión, pero sus colaboradores o bien se hallaban en el campo, o yacían extenuados por los rincones de la comisaría, intentando recuperar las diezmadas energías. Tadeo sabía por su propia experiencia que una mente cansada no puede trabajar bien, así que decidió darles una tregua.

Quien parecía bastante despierto, a pesar de la noche ajetreada, era Agustín Ventura. Aunque lo cierto era que el chico había podido dormir un par de horas en el asiento trasero de su camioneta, mientras esperaban los resultados de las extrañas huellas encontradas en el lugar donde los asesinos colgaran los despojos de la niña.

- ¡Agustín, ven acá muchacho! – llamó el inspector.

- Dígame. – el joven se acercó en el acto.

- ¿Tienes hambre?

- Ni que lo diga. Tengo toda una orquesta en el estómago interpretando la cancioncita de Mozart.

- ¿Qué canción de Mozart?

- Esa que hace... - Tino tarareo la poderosa tonada que todos conocemos.

- Esa es la Quinta Sinfonía de Beethoven... - le corrigió Tadeo divertido ante tamaña ignorancia.

- Del que sea. – respondió el joven aburrido. – Usted me entendió.

- Cierto. ¿Por qué no compras algo de comida para compartir? – Tadeo sacó un manojo estrujado de billetes del bolsillo trasero de su pantalón y lo extendió a su subalterno. – Ten, creo que eso bastara.

- ¿Qué se le antoja?

- No se... tacos, burritos. Algo así.

- ¿Hamburguesa con papas?

- Tú me has salido medio imperialista. – sonrió el veterano. – Está bien, hamburguesa con papas. No te demores.

Guardando a toda prisa el dinero, Agustín se encaminó a la salida. Bajó las escaleras con premura y cruzó el umbral de la gigantesca entrada de la comisaría, dejando las mamparas abatibles de la puerta, girando sobre sus bisagras. Ya en el exterior, se cercioró de la ausencia de vehículos circulando en ambas direcciones y cruzó la calle. Conocía un pequeño puesto de comida chatarra a unas pocas cuadras de la estación policial, justo enfrente de la escuela secundaria "La Avellaneda" y hacia allá fue. Se trataba de un carrito de ventas ambulantes, con sombrilla de colores, humeante aceite para freír y un gordo de afable sonrisa bañado de grasa, que siempre se estacionaba en la misma esquina. Nunca le faltaba clientela, pero para suerte de Tino, no había mucha gente en la fila, apenas una pareja de estudiantes que acababan de salir de clases y gastaban su dinero en papas y otras chucherías. Agustín se puso a la cola y esperó su turno que no demoró en llegar.

Festín de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora