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Después de media hora dando vueltas, encontramos un sitio para aparcar el coche. Cargados con bolsas, sombrillas, toallas y sillas, entramos en la arena. Me quité las chanclas, extendí una toalla, puse la sombrilla y me tumbé.

-Iria, ponte la crema de sol primero

-Cada vez que me pongo la crema parezco un zombi

-Pero serás un zombi sin quemaduras. Ven aquí.

A regañadientes me puse de pie y unté todo mi cuerpo de crema. Un vez hecho eso, iba a volver a tumbarme cuando mi padre me cogió.

-Venga, que no hemos venido a la playa a tumbarnos.

-Igual tú no, pero yo sí.

Sin hacerme caso, nos fuimos los tres hacia la orilla. De allí llegaba una brisa fresca con olor a mar, una mezcla entre sal y arena mojada. Me metí poco a poco, el agua estaba algo fria, y mientras tanto iba recogiendo conchas que guardaba en una bolsita impermeable. Nunca podía resistirme, eran demasiado bonitas como para dejarlas tiradas en la arena. El agua ya me llegaba a los hombros, y cada vez que venía una ola me hacía flotar perdiendo pie. El sol calentaba bastante y estar en el mar era de gran ayuda para no pasar calor, se estaba tan bien que sentia que podría quedarme toda la tarde dentro... hasta que mi estómago empezó a rugir recordándome los deliciosos bocadillos y gusanitos que habíamos traido para merendar. Salimos y nos sentamos en las toallas. Soplaba bastante aire, haciendo que mi piel se pusiera de gallina, aún mojada. Lo malo de todo eso era que cada vez que le daba un mordisco a mi bocadillo también me tragaba algo de arena debido al viento, pero aún así, estuvo bien la merienda. Después, pude tumbarme al fin, no sin antes volver a ponerme crema obigada por mi nada sobreprotectora madre. Oía el ruido de la gente de fondo, mezclado con el sonido del ir y venir de las olas. El sol ya no calentaba tanto como antes, y todo era tan relajante que empecé a quedarme adormilada, cada vez más. Estaba a punto de dormirme cuando algo grande pasó volando justo por encima de mi soltando un estridente chillido, haciendo que me levantara sobresaltada con el corazón latiéndome a mil por hora.

-¿¡Qué ha sido eso?!

-Te ha pasado una gaviota justo por encima

-¡Arggg, maldita gaviota!

Sabiendo que no iba a poder volver a dormirme, me levanté y me puse a hacer un castillo de arena. No, no un castillo de esos que hacen los niños pequeños con el cubo y la pala, los míos son auténticos castillos, con sus colmenas, ventanas, puertas, decoración con conchas y foso incluido. ¿Que por qué sigo haciendo eso? Es una especie de tradición familiar, desde que era pequeña mi padre y yo siempre hemos competido por ver quién hacía el mejor castillo, se los enseñamos a mi madre, que hace de juez, y después de pensar siempre lo declara empate, aunque luego me hace un guiño y me da la concha más bonita que haya encontrado ella como premio. En eso estaba cuando oí como alguien me llamaba.

-¡Iria!

Me dí la vuelta y vi a Olimpia, que venía corriendo hacia mi. Llevaba un bikini azul, a juego con sus ojos, y el pelo negro recogido en una trenza. Las gafas de sol descansaban sobre su cabeza y lucía un collar dorado en forma de delfín.

-¿Que haces aquí?

-Pues supongo que lo mismo que tú, ¿no?

-¿Y ese collar tan bonito?

-Me lo ha regalado Pablo, ahi está.

El novio de Olimpia se acercó a nosotras, con su bañador rojo y pelo rubio mojado. Pablo y yo nos conocemos desde muy pequeños, y somos buenos amigos.

-Iria, ¿quieres venir a bañarte con nosotros?

-No, gracias. Ya lo he hecho antes y no quiero volver a mojarme.

-Asi que no quieres volver a mojarte, ¿eh?

-No.

-Ven aquí, que quiero darte un abrazo.

-Si, te lo daré en cuanto te seques.

-Yo lo quiero ahora.

-No te acerques a mi ¡aaahhhh!

Sali corriendo perseguida por un muy mojado Pablo, que cada vez iba ganando terreno hasta cogerme y estrujarme entre sus brazos.

-¡Sueltame! ¡Te odio!

-No, no lo haces.

-Venga, sueltala ya.

Me dejó delicadamente en la arena después de salpicarme un poco más.

-Esto no quedará así.

-¿Qué vas a hacer? ¿Vengarte?

-Si

-Mira como tiem...

No lo dejé acabar, porque cogí varios puñados de arena y se los tiré al cuerpo, que al estar mojado se le quedaban pegados, después le empujé y le tiré a la arena.

-¡Parezco un muñeco de arena!

-¡Toma venganza!

-Tengo que volver a bañarme para quitarme todo esto, y tú me vas a acompañar.

-Ni lo sueñes

-¡Voy a vengarme de la venganza!

Me subió a su hombro y echó a correr hacia el mar cargando conmigo igual que si yo fuera un saco de patatas. Antes he dicho que somos buenos amigos, bueno, es más como un relación de amistad-odio pero la parte del odio en broma. La mayoría de las veces.

-¡Las venganazas no están para vengarse de ellas! ¡Bájame! -dije mientras le pegaba puñetazos en la espalda, que no servía de nada, porque segundos después ya estaba entrando en el agua, me cogió en brazos y me tiró.

-¡Idiota! ¡Me has hecho tragar agua!

-¿Está buena?

Olimpia nos observaba divertida desde la orilla.

-Iria, ¿quieres venirte a cenar a mi casa? Está al lado de la playa, luego podemos llevarte a tu casa, también se viene Pablo.

-Voy a preguntar.

Salí del agua chorreando y maldiciendo mentalmente a Pablo.

-¿Puedo cenar en casa de Olimpia? Luego me llevan a casa.

-No sé...

-¿Te recuerdo que me has apuntado de ayudante? Solo me quedan cuatro días y un cuarto.

-Estás exagerando, solo será por las mañanas.

-Por favor...

-Está bien, pero no hace falta que te traigan, cenaremos nosotros en un restaurante de la playa y ya nos vamos a casa.

-¡Olimpia, si que puedo! Gracias, nos vemos después de cenar.

Recogí a toda prisa mis cosas, y después de despedirme de mis padres me fui con Olimpia y Pablo.

-Cuando lleguemos a mi casa, nos duchamos tú y yo en los baños de arriba y Pablo que se duche en el de abajo.

-Eh, que los baños de arriba están mejor.

-Considéralo mi venganza de la venganza de la venganza.- le dije mientras me miraba medio enfadado medio divertido con sus ojos color miel.

Y así, haciendo bromas, llegamos al apartamento de Olimpia.

n/a: aquí está la segunda portada, quedan tres más. Nos leemos pronto

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora