—Oye wey, admito que tu propuesta suena tentadora, en verdad no quiero caer en este sótano oscuro lleno de quien sabe qué, pero ¿Cómo se supone que vas a ayudarme? Digo, no es por ofenderte ni nada, sólo me aseguro... —fue lo que contestó Ezequiel a la propuesta del hombre, una vez pudo pensar con claridad y las palabras lograron salir de su garganta.
El gigante sonrió con soberbia, y luego de dejarlo en el suelo y cerrar la entrada del sótano, volvió a su tamaño normal de ciento ochenta y dos centímetros.
—Primero que nada —exclamó sacando una varita de su manga, deteniendo con un movimiento de esta los pies de Ezequiel, quien estuvo a punto de salir corriendo, gritando alguna tontería—. Debo presentarme. Mi nombre es Azúcar Deltenegro, y soy orgullosamente hijo de un matrimonio curioso, entre un hada oscura y un hada de la luz, aunque los humanos conocen mejor a éstas últimas cómo '' hadas madrinas ''.
—¿¡Hada madrina!? ¿Como la de cenicienta? —preguntó Ezequiel, deteniendo su intento de escapar para ver con sorpresa a Azúcar.
—Algo así. Se crearon esa fama porque las hadas de luz suelen ser, a mi parecer, demasiado consentidoras. Siempre que un humano las ayuda o les produce cierta simpatía, van corriendo a concederle un don o un deseo. Por suerte estos encuentros han sido pocos a lo largo de la historia, y no desarrollaron ninguna clase de conflicto. Como sea eso no es importante.
—¿Cómo que no es importante? ¡Si es lo más genial y marica que he escuchado! ¿Podrías convertir una piedra en un lamborghini? ¿O un zapato en un guepardo? ¿¡Puedes hacerme volar!? ¡¡Por dios, yo quiero volar!!
—Amo... —le susurró Alfredo con un tono lastimero, en tanto Ezequiel hablaba y hablaba—. ¿Está seguro de que es buena idea contarle todo esto a un humano?
—Tu tranquilo, yo sé lo que hago.
—Amo, le recuerdo que ya ha tenido demasiados problemas con el gobierno mágico, si este asunto se le va de las manos su familia... —Azúcar lo calló poniendo un dedo en su hocico, y Alfredo se sintió frustrado y preocupado al máximo. A veces le gustaría tener el valor para decir lo que pensaba, pero por más que lo intentaba, un simple gesto de su Azúcar era suficiente para acobardarlo.
—Desafortunadamente para ti, no pienso utilizar nada de magia para ayudarte —exclamó Azúcar en voz alta dirigiéndose a Ezequiel.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Soy un fiel creyente de que todas tus metas debes conseguirlas sin trucos, ni magia, ni trampas. En cambio, planeo ayudarte dándote clases.
—Perdóname la vida, pero ¿Qué sabes tú de música?
—Las hadas son fervientes amantes de las artes, desde pequeños tenemos una rigurosa educación para dominar al menos una de ellas, y la más popular es la música. No podrías encontrar un mejor maestro de canto en todo el país que un hada. Incluso te ayudaré a planear el acto que presentarás en tu audición, y te asesoraré en tu imagen para que luzcas un poco más aceptable.
Alfredo miró a Ezequiel esperando que éste se negara al trato que le ofrecía Azúcar. Sin embargo, el pobre cordero no contaba con que Ezequiel era un chico muy estúpido.
En cuanto su cerebro procesó que Azúcar era un hada y que le enseñaría a cantar, sus ojos brillaron con entusiasmo y su corazón empezó a palpitar con rapidez.
'' ¡¡Sería como mi ángel de música!! '' Pensó emocionado. El pobre tonto se dejó llevar por su fanatismo y aceptó de inmediato.
Tuvieron algunos problemas para ponerse de acuerdo en el horario, debido a que, de lunes a viernes, Ezequiel trabajaba de nueve a dos en la tienda de su tío, y de dos a siete vendía aguas frescas por la ciudad. Ezequiel necesitaba el dinero porque, aunque pasara la audición, aún tendría que pagar la colegiatura, y ya sabía que con sus progenitores no podía contar mucho.
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Te cantaré cada día
Short StoryNadie es lo bastante valiente o estúpido como para irrumpir en la casona embrujada de Santa Úrsula, nadie excepto Ezequiel Barrera, un pobre tonto que sueña con ser cantante, y que decide meterse para robar la fruta que crece en el jardín. Esta deci...