El juzgado era el hueco de un gordo árbol, cuya entrada estaba cubierta por cortinas hechas con hojas. Estaba hechizado para que el tiempo no transcurriera en su interior, de manera que podías pasar años enteros adentro sin tener hambre, sueño o ganas de ir al baño, a menos que cuando entrases ya tuvieras hambre, sueño o ganas de ir al baño, en cuyo caso podías pasar una temporada bastante desagradable.
Los jueces eran como siempre, el mismo gobierno mágico.
Ezequiel se enteró después con más detalle, que hace mucho tiempo diversas razas del mundo mágico decidieron aliarse para ganar fuerza y territorio. El gobierno mágico se conformó con un representante de cada raza aliada, los cuales tendrían que ver por el bienestar de los demás, siendo pocos los que no quisieron formar parte de la alianza, entre ellos, las hadas oscuras.
En la mesa de jueces, se encontraban; el representante de los enanos, el de los duendes, el de las sirenas, el de las nereidas, el de los golem, y por supuesto, el de las hadas, la señora Terrón, la cual le había ganado idea a Azúcar después de que éste llegara a su boda con un vestido más impresionante que el suyo.
La señora Terrón era el miembro más influyente del grupo, por lo que jugaban con desventaja.
—¿No tienen jurado? —le susurró Ezequiel a Azúcar, una vez observó con atención el lugar.
—No, todas las decisiones las toma el gobierno.
—Hey, y... ¿No te meterás en problemas porque...? Ya sabes, soy un humano, sé que eres un hada, se supone que los humanos no deben saber de este mundo...
—Por lo general es así, pero existen casos especiales como el de Alfredo, en el que nos dan permiso para interactuar con humanos, siempre y cuando estos prometan no decírselo a nadie más...
—¡¡Mi niñoooo!! —los interrumpió el grito repentino de una mujer, antes de que esta se abalanzara sobre Azúcar, asfixiándolo con su abrazo. Era rubia, hermosa, y con diminutas estrellas rosas en las mejillas y el puente de la nariz.
—¡¡Imbéciiiil!! —gruñó un enorme hombre tomando a Azúcar de la camisa y aventándolo al suelo. Ezequiel soltó un grito al ver al gigante, el cual lucía como un vikingo feroz de dos metros.
—¡Ragnarok! —lo regañó ella poniendo las manos en su cintura.
Azúcar se levantó adolorido con un rostro terrible, tan enojado como lo había estado la primera vez que vio a Ezequiel. Y antes de que el gigante pudiera reaccionar, le dio un golpe en el estómago tan fuerte que hasta a Ezequiel le dolió.
—¡¡Cállate viejo estúpido, como me caga que hagas eso!! —le gritó furioso, mientras el hombre se retorcía en el suelo susurrando ''ese es mi hijo'' con una sonrisa de orgullo.
Cuando Azúcar era niño le guardaba un profundo respeto a su padre, pero al crecer, su progenitor cometió el error de decirle que viviera de acuerdo con sus ideales, y Azúcar le hizo caso; se rebeló por primera vez, dándose cuenta de que hacía mucho que su padre había dejado de tener fuerza. Eso fue a los trece años, y desde entonces, solo respetaba y temía a George.
Ezequiel se abrazó a Alfredo temblando de miedo, y solo se sintió tranquilo cuando George le dio un golpe a ambos hombres gritándoles que dejaran de ser tan violentos.
—Mira quien habla —suspiró Alfredo.
—Con razón le tienen tanto miedo —susurró Ezequiel.
—¡Ah! ¿Tú eres Ezequiel? —exclamó con encanto la mujer, reparando en el muchacho—. Yo soy Chocolate, la madre de Azúcar. ¡Pareces una persona adorable! Me preocupé cuando mi hijo me contó que estaba dándole clases a un mono asqueroso, pervertido, y sin cerebro, pero ya que te veo, me siento más tranquila.
ESTÁS LEYENDO
Te cantaré cada día
Short StoryNadie es lo bastante valiente o estúpido como para irrumpir en la casona embrujada de Santa Úrsula, nadie excepto Ezequiel Barrera, un pobre tonto que sueña con ser cantante, y que decide meterse para robar la fruta que crece en el jardín. Esta deci...