Fire ||c.t.h.||

Capítulo 2: "Broken pieces"

Habían pasado pocas horas desde el último encuentro con mis "amigos", no habría podido definirlos de otra manera, ya que eran los únicos que tenían lo que se podría considerar como un "contacto" conmigo, aunque en realidad entre nosotros no había ni un poco de lo suelen llamar amistad.

La música que resonaba  saliendo de los pequeños auriculares blancos acompañaba mis pasos cansados y pesados sobre el asfalto poco cuidado de la calle, el confortable ritmo de All Time Low se deslizaba adentro de mis venas y contribuía al hacer que mi corazón palpitara aún más rápido y se me hacía muy difícil controlarlo después de los usuales episodios.
La capucha de mi vieja campera negra ya prácticamente rota por el tiempo y los golpes, lograba cubrirme el rostro desfigurado mientras mi pesado bolso se movía con cada paso, casi al ritmo de la musica. Un mechón rizado rojo cayó sobre mi espalda levemente mojada por la humedad típica de esos lugares y me di cuanta de que la sangre que antes había manchado el suelo de la entrada del colegio estaba ahora incrustada en la mayor parte de estos. Maldije silenciosamente a los cuatro desgraciados y me preparé para lo peor. 

Llegué delante la puerta de mi casa e inserté la llave en la cerradura con delicadeza, le di una vuelta intentando hacer el menor ruido posible, cerrándola detrás de mis espaldas. Desafortunadamente el ruido causado por el impacto había sido percibido también por el hombre echado sobre el sillón. 

—Llegaste — dijo con su usual voz ronca y cargada de desprecio. Se levantó violentamente y con su imponente figura pasó con dificultad el mueble que nos dividía  hasta quedar cara a cara conmigo. — Sabes que no me gusta cuando llegas tarde — sus profundos ojos azules estaban inundados de indiferencia y odio, me observaban como un perro puede mirar a un pedazo de carne, aquellos ojos no tenían piedad. 

—Perdóname papá, tuve un contratiemp... — no tuve el tiempo de terminar la frase que cinco grandes dedos ya se habían estrellado sobre mi mejilla, de un color rojo fuego sobre la piel blanca.

—¡No me importan de tus contratiempos! ¿¡Te das cuenta de que no puedes permitirte hacer esto?! — ahora estaba gritando, sabía muy bien que no tenía ninguna razón para hacerlo exactamente como lo sabía él, pero no tenía ni las ganas, ni las fuerzas para reaccionar. Las lágrimas ya estaban corriendo rápidamente por mis mejillas mientras intentaba cubrir la zona golpeada por la furia sin algún sentido de mi padre — ¿¡Quien piensas que cocinó mientras tú estabas afuera divirtiéndote?! ¡Nadie! —  me golpeó directamente en el otro lado del rostro, exactamente sobre el hueso ya hinchado por los golpes anteriores.

—Te lo ruego papá, no va a pasar de nuevo, por favor detente — dije mientras las lágrimas mojaban mi rostro escondido entre las manos.

—No podrían importarme menos tus escusas de estúpida niña caprichosa, desaparece de mi vista y no quiero volver a verte si no quieres que te haga sangrar hasta que te ahogues! — dicho esto, me empujo hacia la escalera y se alejó hacia el sofá donde se dejó caer y tomó un sorbo muy grande del vodka dentro la pesada botella de vidrio para después arrojarla al piso casi completamente vacía.
Sin hacer que lo repitiera dos veces corrí hacia mi habitación cerrando rápidamente la puerta detrás de mí y dejándome caer contra ésta para largarme en un silencioso llanto.

Desde que mi madre me había dejado ya no era la misma, había querido ser fuerte, lo había querido por ella, pero no podía, no tenía la capacidad. Yo amaba a mi madre, era mi vida. Ella, mi hermano y mi padre lo eran todo para mí. Cuando nos mudamos a Sidney eramos una familia, no perfecta, pero eramos una familia. Todo cambio un en día.

Un día como cualquier otro, un día común, soleado con unas normales personas que observaban con horror la escena; un chico de apenas 12 años entre los brazos de su hermana de un par de años mayor, que soltaba el último respiro de su breve vida.