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Estoy harta de contar los árboles del camino, de leer los carteles que se encuentra por mitad de la carretera. No quiero seguir en este coche. Lo único que me hace escapar de la realidad es la música que sale de los auriculares que llevo en cada oreja. Pero ni eso me hace olvidar hacia donde me estoy dirigiendo. Hacia donde me están dirigiendo.

-¿Cuánto queda? -Pregunto a mi padre, el cuál se encuentra en el asiento del conductor.

-Poco.

'Oh, gracias papá, me has resuelto todas mis dudas.' -Pienso ante la respuesta de mi progenitor. Sin embrago, no digo nada. Y es que ahora mismo mantener una conversación con mis padres no es lo que más deseo.

Vuelvo a fijar los ojos en la carretera, los pensamientos me inundan la mente. Y empiezo a recordar.

Cuando me despierto unas luces me ciegan por un momento. Por fin puedo abrir los ojos y me encuentro en un lugar totalmente desconocido, paredes blancas, luces blancas, todo es extremadamente blanco. ¿Dónde estoy?

El coche se tambalea por culpa de un bache, lo que me hace volver a la realidad y me dé cuenta de que acabo de pasar por la entrada de lo que será mi cárcel durante no sé cuántos meses, o incluso años. Ese pensamiento hace que me estremezca, ¿Pasar un año aquí? No quiero ni pasar un sólo día.

Mi padre aparca por fin en frente de la puerta principal, junto a un coche todoterreno, el cual necesita una buena limpieza.
Primero baja mi madre. Ella va hacia el maletero del coche y saca mi maleta con ruedas. Seguidamente, bajo yo con una maleta un poco más pequeña que puedo llevar en la mano gracias a las asas que posee. Por último baja mi padre.
Los dos adultos comienzan a andar hacia la puerta principal, pero yo me quedo parada junto al coche observando el gran edificio; es alto y gris, tal y como me lo había imaginado, parece totalmente una cárcel. Me resulta también realmente inmenso, y eso que sólo estoy viendo la fachada principal.

-¡Rachel, ven aquí! -Me llama mi madre como si se tratase de un perro. Sólo le faltaba silbar o chasquear los dedos, seguido de una galletita como recompensa.


Siempre me hace sentir así.

Obedezco, alcanzo a mis padres y juntos entramos al edificio. Nada más adentrarnos en el inmenso recibidor podemos ver en frente de nosotros unas grandes escaleras, a nuestra izquierda una puerta que se encuentra cerrada, por lo que no puedo ver lo que hay al otro lado, y a su derecha hay una mesa con una mujer mayor al otro lado de ella. Nos acercamos a dicha mesa y mi madre empieza a hablar.

-Buenos días. Mi hija tenía que ingresar hoy.

La mujer levanta la mirada de los papeles que tiene encima de la mesa y nos mira con una cara extraña, mediante la cual percibo un gesto de desprecio por parte de aquella mujer. Aparto la mirada y me fijo en una placa en el borde de la mesa en la cual se puede leer el nombre de Evelyn Rosfond. Así que supongo que ese es el nombre de aquella mujer.

-¿Cuál es su nombre? -Preguntó Evelyn con desgana mientras masticaba un chicle exagerando el sonido de su boca al morder. Debía tener unos cincuenta años, pero actuaba como una quinceañera total.

-Rachel Parks.

Respondió mi madre con su peculiar tono encantador con el que siempre pretende caer bien a todo el mundo. Ojala me hubiese dejado responder a mí para poder contestarle igual de borde a aquella señora. Ella sin decir nada comienza a teclear en el ordenador.

Rachel Parks Donde viven las historias. Descúbrelo ahora