3. El Huevo Kinder

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Me levanté de mi asiento y busqué el vagón-cafetería. Cuando llegué, había poca gente: un señor con un café y un periódico en la barra, una señora con dos niños que no apartaban la vista del ventanal y un chico algo mayor que yo que discutía con su padre por teléfono. Me acerqué, pedí una Coca-Cola sin cafeína (ya bastante poco dormía por las noches como para pedir algo que me mantuviese más despierta aún) y me senté en una de las mesas. Al poco rato, el chico del teléfono se acercó a mí.
-Viaje largo eh -dijo mientras tomaba asiento al otro lado de la mesita.
-La verdad... -respondí yo sin muchas ganas.
No dijo nada más en un buen rato, posiblemente debido al tono que usé para contestarle, que no fue muy amable que digamos. Sacó su portátil de una cartera grande (en cuya presencia yo no había reparado hasta entonces) y comenzó a teclear a gran velocidad. Aproveché su concentración para observarlo con detenimiento. En efecto, parecía mayor que yo, intuí que quizá un año y pico. Tenía el pelo de un castaño bastante oscuro, prácticamente moreno, unos ojos verdes llamativos y profundos y llevaba un polo turquesa que resaltaba en contraste con su piel bronceada. De pronto, levantó la vista y me pilló en pleno análisis de sus rasgos. Avergonzada, intenté disimular mirando hacia la ventana mientras enrojecía hasta parecer un tomate maduro, pero ya era tarde. Se limitó a observarme con una mirada curiosa y a dedicarme una leve sonrisa tímida. Cuando mi cara volvió a su color habitual, dejé de prestarle atención y me quedé embobada mirando por el cristal, hasta que noté que sus ojos se habían clavado en mí.
-¿Estás triste verdad? -dijo, pillándome totalmente por sorpresa.
-No, estoy bien.
-No te conozco, pero sé reconocer a una persona triste cuando la veo, créeme. ¿Sabes cuál es la mejor solución para la tristeza? -ni siquiera me dejó pensar la respuesta cuando él mismo respondió- ¡un huevo Kinder!
Mi cara de asombro en ese momento, debió ser de las que merece la pena fotografiar y guardar para la posteridad. De esas imágenes que, pase el tiempo que pase siempre te harán pensar: 'Dios mío, mi cara' y guardarás en un carpeta que nunca enseñarás a nadie por miedo a perder la dignidad.
-¿Un... huevo Kinder? -me atreví a preguntar, dejando notar mi sorpresa.
-Exacto -dijo muy convencido mientras lo sacaba de uno de los bolsillos de la cartera de la que había sacado antes el portátil-. Toma, este es para ti.
En ese momento no supe reaccionar. Me quedé inmóvil observando al chico de ojos verdes que tenía en frente (y al cual no conocía de nada) sostener el huevo de chocolate en la mano y una expresión amable en el rostro. Parecerá una tontería, pero si no lo cogí nada más ofrecérmelo fue simplemente por aquello de no coger nada que te ofrezca un desconocido. Sí, exacto, una de esas cosas que dicen todas las madres cuando somos pequeños.
Como si hubiese podido leer lo que pasaba por mi mente, me dijo en tono tranquilizador (y algo burlón):
-Ya sé que soy un desconocido y que probablemente estés pensando que puede que el huevo lleve droga, sedantes o vete tú a saber. Sí, yo también me he pasado toda mi infancia escuchando que no hay que coger lo que te ofrece alguien que no conoces pero, me parece una pena que una chica como tú esté triste, así que, haremos lo siguiente: lo partimos por la mitad y yo lo pruebo antes que tú. Si ves que no me muero, me desmayo o empiezo a hacer cosas raras, me dirás tu nombre y te comerás la otra mitad del huevo. ¿Te parece bien?
-Bueno, está bien. Pero que sepas que no me fio en absoluto -dije, dejando escapar una sonrisa tímida.
-Genial, vamos a ello.
Me quedé observando como quitaba el envoltorio del huevo, lo partía en dos y, acto seguido, se comía una de las mitades. Después, me miró sonriendo y me dijo:
-Señorita, su turno.
-Mmmm... a ver, a ver. Espera un momento.
-¿Qué sucede?
-No me has dejado elegir que parte del huevo quería comerme.
Él no pudo reprimir una carcajada, y todos los presentes en el vagón nos miraron con cierta curiosidad.
-¿Y qué quieres que haga ahora?
-Comerte la otra mitad -dije muy segura de mi respuesta.
-Pero ese no era el trato -replicó en tono quejoso.
-¿No se trataba de que dejara de estar triste? Pues para ser feliz quiero que te comas la otra mitad. ¡Ah! y yo me quedo con el muñequito de dentro.
-¡Nooo, el muñequito nooo! -dijo él intentando simular el tono que usaría un niño pequeño.
-Venga anda, que estoy muy triste -insistí poniendo cara de pena.
-Está bien, pero solo por ser tú, eh -y me guiñó un ojo-. Jovencita, he de reconocer que me la has jugado. Esto no le había pasado nunca al maestro Arturo.
-Ah, o sea que te dedicas a ir por la vida ofreciendo huevos Kinder a todo el que te cruzas. Buen plan. -dije sonriendo.
-Eso solo en mis escasos ratos libres. Estudio periodismo en Madrid y no tengo mucho tiempo.
-Entonces escribes.
-Sí, es mi gran pasión.
-Yo siempre he querido escribir un libro. Tengo miedo de cansarme a medio camino y no terminarlo -confesé.
-Merece la pena intentarlo, ¿no?
-No sé, puede que algún día me anime.
Y nos quedamos en silencio otra vez. Yo volví a mirar por la ventana y él bajó la cabeza de nuevo para seguir tecleando. Me puse a darle vueltas a la extraña escena que acababa de vivir. 'Un huevo Kinder, que original' -pensé, y no pude reprimir una enorme sonrisa que Arturo debió percibir porque de pronto, dijo:
-Oye, no me has dicho cómo te llamas.
-Cierto, 'maestro Arturo' - dije en tono burlón.- Me llamo Fátima.
-Precioso nombre. Y, ¿cuál es tu destino? Si puede saberse...
-Santander -dije sin más.
-¿Vacaciones? -preguntó.
-Digamos que allí comenzará mi nueva vida. Asuntos familiares -respondí, intentando dar a entender que no quería continuar por ese camino.
-Entiendo. Yo vuelvo a casa, como el turrón 'el Almendro', pero no por Navidad. Llevo desde principios de enero sin ver a los míos, tengo unas ganas locas de volver.
-Entonces... ¿tú también vas a Santander? -dije yo, que cada vez sentía más curiosidad hacia aquel muchacho que había resultado ser una cajita de sorpresas.
-No, bella flor del norte, yo me bajo en Valladolid.
-'Bella flor del norte' -repetí en tono divertido- como se nota que eres escritor.
-Bueno, eso de escritor... está por verse. Aún no he empezado ningún libro, quiero que el primero trate de algo mágico que me suceda, una de esas cosas que maquina el destino de vez en cuando y recuerdas siempre porque es demasiado especial como para olvidarlo.
-Ya veo... pues espera sentado, a veces la vida se convierte en algo monótono y aburrido.
-Eso solo si tú decides verla así. La gracia de la vida está en saber encontrar la magia en los pequeños detalles y las actividades cotidianas. -hizo una pequeña pausa y después añadió- No creo que a nadie le pasen grandes cosas todos los días; si así fuera... ¿no dejarían de serlo? Seguro que has oído alguna vez eso de que los pequeños detalles son los que marcan la diferencia. Pues yo no podría estar más de acuerdo con ello. La vida consiste en ponerse retos por los que no parar de luchar y esforzarse hasta conseguir. Hay que intentar ser fuerte y no hundirse nunca en los momentos difíciles, o no dejar que te hundan, que también puede pasar. El truco es tumbarse en la cama cada noche y hacer una pequeña revisión de todo lo bueno que te ha pasado desde que te levantaste hasta ese momento, por insignificante que pueda parecer. Siempre acabas encontrando algo que te hace dormir con una sonrisa.
Yo escuchaba asombrada todo lo que me decía. Era increíble su capacidad de embaucarte con las palabras y hacerte ver las cosas de otra forma. Empezaba a sentirme cómoda y me dejé llevar por la conversación.
Durante los siguientes tres cuartos de hora, estuvimos hablando de todo tipo de temas: comida, viajes, profesiones, anécdotas, casualidad, coincidencias, destino... de nuestra vida en general. También me contó que había pasado su infancia en un chalet grande con un jardín de ensueño a las afueras de Valladolid. Sin embargo, se vio obligado a marcharse a una zona más céntrica para poder ir al instituto sin tener que aguantar media hora de trayecto cada mañana, lo cual le ayudó un poco a acostumbrarse al ajetreo, las prisas, el ruido y lo que supone la vida en la ciudad. Aún así, me dijo que Madrid rompió totalmente sus esquemas. Cuando fue allí para empezar su carrera de periodismo, quedó hechizado por las luces, las calles, los monumentos, los rincones secretos y el tamaño de la Capital. Valladolid le pareció un pueblecito comparado con ella.
-Recuerdo que los primeros días estaba totalmente desubicado e iba de acá para allá preguntando a todo el que me cruzaba dónde estaba esto o lo otro. La gente me miraba como si resultara evidente la respuesta a mis preguntas -dijo mientras sonreía ampliamente.
-Me lo imagino -respondí yo con la mejor de mis sonrisas tratando de corresponder a la suya-. ¿Algún lugar concreto que destacar?
-Pues... la verdad es que hay mucho donde elegir pero, sin duda, la Gran Vía supera cualquier otro con creces. Me enamoré de ella desde el primer momento. Cuando llegué, había oído hablar de ella, pero mi mente jamás hubiera podido imaginar lo que vi.
>>Recuerdo que, en uno de mis intentos por encontrar una calle, pregunté a una anciana que me pareció simpática en la Puerta del Sol. Ella me explicó por donde debía ir. Siguiendo sus indicaciones, llegué a la Plaza de Callao y, al ir a cruzar un semáforo, la descubrí. Era de noche y toda la calle estaba iluminada. Grandes ríos de gente fluían a mi izquierda y derecha; grupos de jóvenes, parejas de ancianos, familias con niños... miles de historias circulando a mi alrededor. Algunos marchaban rápido y con un destino muy concreto mientras otros, paseaban disfrutando del ambiente de aquella calle mágica, dejándose arrastrar, perdiendo la noción del tiempo. Y todo eso por no hablar de los teatros, bares, tiendas... de cuyo interior no paraba de brotar gente. -hizo una pausa. Parecía realmente feliz al recordar aquel momento. Tras un breve silencio, siguió con su relato-. Me crucé con varias despedidas de soltera, fiestas que realmente odio porque no me parece que casarse pronto sea motivo para perder la dignidad en plena calle -de pronto noté como su rostro se ensombrecía, y un aire de rabia se apoderaba de su voz en la última frase. Quizá al recordar un detalle que por algún motivo marcó un antes y un después en su vida. Poco a poco recuperó la calma y el hilo del relato, acabándolo brevemente-, pero bueno, al margen de ello, yo seguí andando, sin rumbo fijo, simplemente dejándome llevar.
-Sí, he de admitir que es una calle bonita -dije cuando terminé de meditar lo que acababa de decir-. Recuerdo que cuando era pequeña, para mí era el símbolo de la libertad. Veía tanta gente llendo a sitios tan distintos, solos o quizá en grupo y me invadía el deseo de crecer y poder pateármela de arriba a abajo, a mi aire, a mi ritmo, yo sola incluso. -pausé recordando algo que había oído decir alguna vez y tras darle algo de forma lo dije-. Para mí es como el "Brooklyn de Madrid".
-El "Brooklyn de Madrid"... muy ocurrente, sí -dijo él.
Después nos quedamos en silencio unos minutos. Intercambiamos alguna mirada, pero ninguno de los dos sabía que decir. De pronto, una voz que sonaba por la megafonía rompió aquel silencio lleno de pensamientos: "Señores pasajeros, les informamos de que el tren efectuará su entrada en la estación de Valladolid en breves instantes".
-¡Es la mía! -gritó con entusiasmo y el nerviosismo de un niño pequeño que viaja por primera vez solo y teme que no le dé tiempo a bajarse-. Ha sido un placer conocerte Fátima.
-Igualmente -dije rápidamente, contagiada por sus nervios.
Recogió el portátil con gran rapidez y, acto seguido, me dio velozmente dos besos, se dio la vuelta y se fue. O eso parecía.
Estando ya lejos del asiento y a medio camino entre éste y la puerta se giró. Mi rostro se iluminó y noté como mis pulsaciones se sucedían una tras otra cada vez a mayor velocidad al ver que regresaba hacia mí.
-Olvidaba la chaqueta.- dijo sonriendo ampliamente y guiñándome un ojo como un rato antes.
-Ah, claro.
-Ten.- me dijo alargando la mano en la cual pude ver una pequeña figurita.- Pero solo si prometes que dejarás de estar triste.
Cuando por fin reparé en que era el muñequito del huevo Kinder, sonreí.
-Claro. -dije mientras lo cogía de su mano y lo encerraba en la mía.- Que vaya muy bien.
-Igualmente. Hasta pronto.
Y por un momento que pareció eterno, nos miramos. Ninguno decía nada, simplemente se sumergía en el interior del otro, tratando de alargar la vida de aquel efímero momento que ambos sabíamos que en unos instantes moriría, convirtiéndose en un recuerdo más que guardar en el interior de nuestras mentes.
Por fin, agarró la chaqueta y se giró desprendiendo un agradable olor que pude percibir segundos después.
Lo vi bajarse del vagón. En el andén había un grupito personas esperándolo y, antes de que él pudiera acercarse, dos niños pequeños salieron corriendo a su encuentro para abrazarlo y darle la bienvenida. Yo observaba la conmovedora escena desde el vagón-cafetería, pensando en lo poco que valoramos a veces el hecho de tener una familia y en lo que yo echaba de menos a la mía.

¿Casualidad o Destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora