4. Sábados con Sorpresa

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Unos meses antes...

Poco a poco, paso de estar profundamente dormida a ese estado de transposición en el que tu mente aún no está del todo activa pero notas como pequeños pensamientos tontos empiezan a poblarla. Voy abriendo lentamente los ojos y me giro, colocándome boca arriba. Observo mi habitación, iluminada únicamente por un par de rayos de sol que entran tímidamente a través de los tabloncillos de la persiana y es entonces cuando sucede lo de todas las mañanas de sábado: mis pensamientos van ordenándose e inconscientemente pienso en la tarde de viernes con mis amigas y luego en todo lo anterior a ella. En resumen, exámenes. Todo lo que tengo que hacer se amontona en mi cabeza, llenándola hasta que no aguanto más y decido incorporarme antes de que el agobio acabe conmigo.
Me siento en el borde de la cama y luego me escurro hasta que mis pies tocan el suelo y me veo con fuerzas suficientes como para dar un saltito y lanzarme al día que me espera, y a todo lo que éste traiga consigo. Agarro mi pelo y lo enrollo en un moñete con forma de ensaimada, me sonrío a mí misma en el espejo y salgo de la habitación dando pequeños brincos. Cuando llego a la cocina, la mesa ya está puesta (imagino que mi madre la ha dejado así tras desayunar) y me encuentro una pequeña notita encima del plato que dice así:

¡Buenos días, princesa! Espero que hayas dormido bien y te cunda la mañana. Llegaré a casa sobre las cinco. Muchos besitos;

Mamá

Sonrío y arrugo la nota. Me preparo mi Cola-Cao y sin muchas ganas mojo galletas en él. Mientras lo hago, reviso mi agenda y voy haciendo una lista con todo lo que tengo que hacer por orden de urgencia; es increíble lo que se puede amontonar en una misma semana. Cuando termino ambas cosas, recojo rápidamente y me doy una buena ducha calentita, venciendo a la pereza que me da hacerlo. Después de pasar por el baño, me dirijo a la habitación dispuesta a ponerme manos a la obra.
Empiezo a sacar libros de la mochila y los cajones cuando reparo en la lucecita morada que parpadea en mi móvil: WhatsApp privado. Lo desbloqueo introduciendo la huella (no sin antes dar error unas tres veces hasta hacerme perder los nervios) y bajo la barrita de notificaciones. 'Es él' -pienso, notando como un agradable cosquilleo recorre mi barriga recién abastecida y los músculos de mi cara se tensan en una sonrisa tonta.

Toño: Faaaaaaat!!!

Fátima: Dime!!

T: Necesito verte.

F: No puedo, tengo mazo que hacer. ¿Mañana por la mañana?

Pasan unos mili segundos entre mensaje que escribo y lo que tarda en leerlo, lo cual me extraña un poco; generalmente suele tardar más en responder. En el fondo me muero de ganas de verle, pero soy consciente de todo lo que tengo que hacer y trato de anteponerlo a mis deseos. 'Además sin tan urgente es, insistirá' -me digo a mí misma a la vez que leo el siguiente mensaje, que llega tan rápido como los anteriores.

T: Tiene que ser ahora, hay algo que debo decirte, no puedo esperar más.

F: ¿Tan urgente es?

T: Que sí. Por favor. Necesito hablar contigo.

F: Ay... ¿a las 12 donde siempre?

T: A las 12 donde siempre.

'No puede ser' -me repito una y otra vez mientras, inevitablemente, una oleada de esperanza me inunda al pensar que por fin ha llegado mi momento. Miro el reloj y trato de calmarme. Son las diez y cuarto, lo que significa que aún me da tiempo a hacer algo de provecho antes de salir. Apago el móvil y me siento a hacer las cosas más leves, reservando para la tarde matemáticas y literatura. Los minutos se me hacen eternos y cada dos por tres me disperso, lo que impide a mi mente estar centrada en el papel más de cinco minutos seguidos.
Cuando por fin llegan las once y media, recojo a toda velocidad y saco una mano por la ventana para cerciorarme de algo obvio: estamos a finales de enero y hace frío. Me pongo unos vaqueros ajustados y un jersey gris muy suave. Pillo las Converse blancas y me las ato lo más rápido que puedo. Como toque final, libero mi pelo del moño-ensaimada y lo coloco para que al menos parezca que lo he cepillado. Sin mucha más preparación agarro el móvil y las llaves y me lanzo la calle.

¿Casualidad o Destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora