Prólogo

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Cerré los ojos y me vinieron de repente todas las imágenes, como en una película que el tiempo había dejado pasar y de la que ya nadie se acordaba. Todos aquellos momentos me venían a la mente como si me estuviesen clavando cuchillos en el interior de mi corazón. Me tumbé en la cama y apreté los párpados con aun más fuerza, como si así pudiese evitar que el tiempo pasase, que todo cambiase. No lloraba, no quería llorar. Tampoco gritaba. Sólo me quedé así, inmóvil, en la oscuridad.

Reinaba un silencio absoluto, y por aquella vez lo agradecí. No quería que nadie se ocupase de mí. No quería que nadie estuviese a mi lado por piedad, por pena. Sólo quería estar sola, y olvidar todos aquellos momentos.

Me engañaron, pero sobre todo, me engañé a mí misma. Maldita ilusión que me hacía creer que todo era perfecto y que nada ni nadie lo estropearía.

Me había pasado la vida persiguiendo imposibles, cosas que nunca conseguiría. Y además lo sabía, pero no quería aceptarlo.

Me quedé en aquella cama, bajo las sábanas aun húmedas de las lágrimas que mis ojos habían derramado el día anterior. No podía olvidar. No podía olvidarme de él.

Ese día parecía diferente a los demás. Era como si el tiempo se hubiese detenido para darme al menos una razón para cambiar de opinión, de forma de pensar. Era como si todo se hubiese puesto de acuerdo para darme a entender que se había acabado. Que ya no podía recuperar todos aquellos sueños rotos y hacerlos mágicos. Que ya era tarde. Había renunciado al amor.

«Prohibido enamorarse».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora