1: Suerte

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Algo me decía que ese día tendría muy buena o muy mala suerte. Creo que fueron ambas.

Para empezar, hacía un calor horrible. Ese tipo de calor húmedo donde todas las superficies transpiraban, el olor salado del mar llenaba el aire y parecía que el techo del cielo apenas estaba sobre mi cabeza. Me sentía como dentro de una sopa mientras caminaba por las calle la ciudad en mitad de la siesta, y el pesado bolso a mi espalda no hacía más que empeorar la situación.

Me fijé nuevamente en el papel que tenía en la mano. La dirección que me había dado Hernán coincidía con la placa de aquel edificio. Era un hostal pequeño, de tres plantas y todas las puertas daban al exterior, hacia unas escaleras externas. Subí las escaleras hasta el tercer piso, maldiciendo a la mitad de los escalones y la otra mitad recordándome lo barato que era ese lugar. Tendría que aprender a llevarme bien con las escaleras.

Cuando llegué a la puerta que me correspondía, rebusqué en mi bolsillo hasta dar con mi llave. Pero cuando quise abrirla, me di cuenta de que ya estaba no tenía el seguro puesto.

Lo siguiente que recuerdo es que estaba tirado en el piso con una chica encima de mí haciéndome una llave de lucha libre.

—¡Pará loca! ¿Qué hacés en mi casa? —pregunté confundido.

—¿Tu casa? Este es mi departamento —respondió con asentó litoraleño—. Rajá de acá choro de mierda.

—¿Quién te quiere robar a vos? Este es el 4D ¿verdad? Se supone que me estoy mudando acá —dije, intentando soltarme—. Por cierto ¿te importaría? Sos pesada.

—Qué grosero —se quejó poniéndose de pie.

—Lo dice quien golpea antes de preguntar.

—Es que me asustaste.

—Vaya, no me imagino que me hubiera pasado de venir con una máscara. ¿Este es el 4D o me confundí? —volví a preguntar y por primera vez reparé en su aspecto.

Era una chica alta, de tez oscura como el chocolate, ojos claros y con un cuerpo de la puta madre. Hubiera pensado que era bonita de no ser por su ceño fruncido.

—Es este —admitió al fin, viéndose tan confundida como yo lo estaba—. Pero es mi departamento. Acabo de mudarme...

—¡Oh, veo que ya se conocieron! —dijo una alegre voz desde la puerta. Allí estaba Darío, el hermano de Hernán, mi mejor amigo.

—¿De qué está hablando? —exigió la muchacha.

—De su compañero de departamento, claro.

—¡¿Qué?! —gritamos ambos a coro.

—¿No se los dije? Ya veo porque mi mujer se queja de que soy despistado —dijo rascándose su cabeza pelada—. Los dos compartirán el departamento.

—Pe-pero usted me había dicho que tenía una habitación para uno y ahora me dice que tendré que vivir con... con este —exclamó la morena señalándome como si fuera alguna clase de bicho.

—Eso fue antes de que mi hermanito viniera a llorarme para que le alquile un departamento a su amigo —dijo señalándome. ¿Por qué todos me señalaban?—. Este departamento es de dos habitaciones, no lo hemos usado en mucho tiempo y como ambos se quedarán por un largo tiempo creí que estaría más cómodos que con los que vienen y van. Todavía estamos en temporada alta así que tuvieron mucha suerte en tomarlo antes que otros.

Sí, suerte.

Luego de dejarnos algunas instrucciones como no molestar a otros huéspedes o tener cuidado con las tramposas cañerías, Darío se fue... Dejándonos solos.

Luego de eso, las cosas se pusieron algo tenebrosas.

Primero fue el silencio incómodo que se creó. Odiaba los silencios incómodos porque entonces tenía que devanarme los sesos en busca de algo que decir y eso era un fastidio.

—Entonces... ¿Cuál habitación querés? —dije.

—Esto debe ser una joda —murmuró ella, dándole pataditas a su valija.

—La verdad que no. Sólo una tiene balcón así que esto es cosa seria.

—¿Qué? ¡No! ¡Dios! Nada me sale bien. Primero peleo con mi madre, tengo que esperar el colectivo sólo para que este se averíe en medio del camino y tenga que esperar tres horas más. ¿Y ahora resulta que tengo que compartir el departamento que me habían prometido que sería individual?

—Ey, calmate. Esto tampoco estaba en mis planes pero no hay nada que hacerle.

«¿Qué planes?» dijo una voz en mi cabeza

—Por cierto, soy David Lewandowski —me presenté, estirando mi mano hacia ella—, pero todos me dicen Davo.

—¿Y ese apellido? —exclamó sorprendida. Eso siempre pasaba. Pero de igual manera aceptó mi saludo—. Berenice Da Silva.

—Gusto en conocerte, Berenice —sonreí—. Dejame decirte que estás más buena que comer pollo con la mano.

—¿Qué...? —exclamó arrancando su mano de la mía y con sus morenas mejillas rojas—. No digas ese tipo de cosas.

—Perdón, no te asustes —dije levantando las manos en forma inocente—. Es que siempre digo lo que se me viene a la cabeza, mi vieja me dice que no tengo filtro. Así que... ¿Cuál es tu historia? —pregunté, sentándome en el suelo junto a la pared—. Tenés acento del norte por lo que supongo que no sos de acá. Además no vendrías al hostal de Darío si tuvieras un mejor lugar donde quedarte.

—Soy de Misiones —dijo, sentándose frente a mí, manteniendo su distancia—. Es una larga historia pero en resumen: mis padres querían que yo vaya a una universidad yo quiero ser atleta profesional, nos peleamos y me fui de casa. Al parecer, Darío es conocido de mi papá, él me prometió un techo y trabajo. Así es cómo terminé acá. ¿Y vos?

¿Y yo? Interesante pregunta.

—Lo mío es más sencillo. Me echaron de casa —dije encogiéndome de hombros y casi disfruté ver la sorpresa en el rostro de la chica—. Cuando al fin mi padre se dio cuenta de que soy un bueno para nada, me puso de patitas en la calle. Por suerte el hermano menor del dueño de esta pocilga es mi mejor amigo y pue conseguir un cuartito mientras veo qué hago con mi vida.

—Wow, sos un desastre —comentó viéndome con reproche.

—Lo soy —respondí casi con orgullo—. Y ahora, señorita Da Silva, parece que ninguno de los dos tiene a dónde ir. Estamos condenado a compartir este departamento. Así que preguntaré de nuevo, ¿cuál pieza querés?

La chica pareció sopesar su situación por un momento, recorriendo la pirada por nuestro nuevo hogar. La el living comedor, con paredes blancas y piso de madera, era angosto e iba desde la puerta hasta un balcón, estaba modestamente amueblada con unos sillones de mimbre un mueble para la TV y una mesa con dos bancos en vez de sillas. A la derecha de este, una pequeña cocina, un lavadero y un baño completamente equipados. A la izquierda estaban las dos habitaciones con camas sin colchón y armarios: una con ventana a la galería por la que había llegado y otra con un balconcito hacia el patio.

—Quiero la que tiene balcón —contestó.

—Que molestia, yo también.

—¿Entonces por qué preguntaste? —preguntó entre confundida y fastidiada.

—Por sí era necesario sacar esto —respondí, sacando una moneda del bolsillo de mi bermuda—. Dejemos que la suerte decida qué sucederá.

Siestas & TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora