0: Lágrimas

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No voy a llorar. No voy a llorar.

Por lo que más quiero, no lo haré. Ellos sabían lo que se venía, era ridículamente obvio que no quería estudiar alguna carrera cualquiera y desperdiciar cinco años de mi vida por una profesión que no podría amar.

Era obvio. Y aun así mamá se mostró ofendida, avergonzada de la hija que había criado durante tantos años.

«Vos sos una nena, ¿Acaso vas a saltar y correr hasta tu vejez? Madurá de una buena vez»

Sentía como se coagulaba en mi pecho toda la frustración contenida, queriendo explotar por mis enrojecidos ojos.

Pero no les daría ese gusto. No lloraría, no doblaría la rodilla ante los sueños de otros.

Aunque eso signifique no volver a hablarle a mamá. Sabe mejor que nadie que mi temperamento, lo heredé de ella misma.

Pero... ¿Por qué papá no había dicho nada? Se había quedado en silencio, mirandose los mocasines mientras armaba mis bolsos para no volver...

El taxi por fin se detuvo, y pude ver por la ventana el enorme edificio anunciando: "Terminal de ómnibus de Posadas". Sería el último lugar que pisaría de mi querida ciudad adoptiva.

—Son 50 pesos, nena— Me comunicó el chofer observándome por el espejo retrovisor, sin voltearse. Abrí mi mochila con forma de sandía y tras unos segundos de buscar en aquel caos, encontré la billetera.

—Tome, gracias— Abrí la puerta y saqué del asiento trasero mis otros dos bolsos largos, ante la atónita mirada del conductor.

—¿Segura podes sola, nena? Son más grandes que vos esos bolsos.

Aquel comentario, tan clásico en la gente que me subestimaba, no pudo más que hacerme reír. Realmente necesitaba alguna excusa para relajarme un poco.

—No se preocupe don, soy chiquita pero poderosa. Gracias por el viaje.

Y sin más, me dirigí a través de las puertas de cristal, que por suerte se abrieron automáticamente. Dentro era un caos de gente yendo y viniendo apurada, llevando tantos bolsos como yo. Había mostradores de varias empresas de autobuses de larga distancia, así que busque el más cercano. Detrás de una pantalla de computadora, una chica apenas mayor que yo me observaba en silencio, esperando que hablase.

—Hola... si... ¿cuándo sale el siguiente viaje a Mar del Plata? — Ella comenzó a tipear en su aparato con gran velocidad, bajo y subió la mirada a través del monitor y finalmente me dijo.

—En 15 minutos sale uno.

Al parecer mi rostro no pudo esconder la alegría, porque rápidamente ella agregó:

—Pero no tiene asientos disponibles. El siguiente llega en dos horas. ¿Te reservo asiento?

¡Dos horas! ¡Dos horas tendría que pasar acumulando polvo, tirada en alguna silla incómoda de aquel lugar!

Contuve mi descontento lo mejor que pude. Respiré hondo y sonreí, afirmando con la cabeza.

—Documentos por favor. Bien, Da Silva, Berenice— la señorita levantó la vista para verme durante unos segundos. —Que hermoso nombre, ¿Sos nacida acá? —

—No...nací en Brasil pero vivo acá desde hace 18 años. Mi papa es de allá.

—Lo supuse, se nota por tu apellido. Y por tu cara.

No supe cómo reaccionar ante aquello. ¿Había sido un insulto? Traía demasiadas cosas encima para tolerar alguna prepotencia racista de una rubiecita posiblemente teñida.

—A ver, ¿Qué tiene mi cara que me hace diferente?

La sorpresa inundó su rostro. Por lo visto, no esperaba una reacción tan violenta de mí.

—Nada, solo que sos demasiado linda. Tu color de piel no es usual, y tenes unos ojos azules muy bonitos...

Ok, realmente ahora no sabía cómo reaccionar. Sentí de golpe hasta las orejas calientes de la vergüenza.

Tenía que calmarme un poco sí o sí, o terminaría a los golpes con algún extraño por tonterías.

—Gra...gracias.

—No te preocupes— me sonrió más tranquila, quizás entendiendo mi desconcierto. — ¿Planta alta o planta baja? —

—Alta.

—¿Ventanilla o p...?

—Ventanilla— me apuré a contestar.

Amaba en los paseos familiares observar los caminos que se desvanecían rápidamente a los costados, imaginándome realizándolos a esa misma velocidad.

—Bueno, asiento 24V, serian 1200 pesos.

Escuchar esa cifra me ocasionó un infarto. No esperaba gastar tanto en el viaje, siendo que me estaba yendo solo con mis pequeños ahorros. Saqué de mi mochila un sobre, conté el dinero (quedándome con tan solo 300 pesos) y entregue temblando, el resto.

Y ahí estaba yo, tirada en una silla a las ocho de la noche, comiendome un pan de mandioca comprado a un vendedor ambulante y esperando que el tiempo se digne a transcurrir. No entendía como algunas personas podían quedarse tiradas durante horas en una computadora o leyendo. Un hormigueo nervioso comenzaba a subirme desde los pies hasta las caderas si lo hacía, exigiéndome gastar energía.

Consulté mi celular por décima vez: cuatro llamadas perdidas de papá, ninguna de mamá. Vibraciones. Cinco llamadas perdidas. No quería contestarle, me sentía muy decepcionada de que no me hubiera apoyado, siendo que solo él me comprendía tan bien.

Mierda, los ojos volvían a picarme. Las lágrimas parecían hincarme, queriendo salir a cualquier costa. Pero no, no iba a llorar. Todo menos eso.

Mi celular volvió a vibrar. Sería la sexta llamada perdida.

—Si te llamo Bery, respóndeme. Sin importar que tan enojada estés.

La voz de papá me hizo voltearme, llena de sorpresa. Y ahí estaba él, con su resplandeciente calva, su rizada y larga barba y sus pequeños anteojos dorados. Tenía aun puesta su chaleco y pantalón de vestir que usaba para trabajar, pero se lo veía sudado y agitado.

—No esperes que quiera hablar con vos, si cuando más necesitaba que dijeses algo, te quedaste callado.

Él no dijo nada. Solo se sentó a mi lado, apoyando una mano sobre mi cabeza.

—Sabes cómo es tu madre. Es aire gastado discutir con ella. La profesión de abogada inundó todo los aspectos de su vida... y aprendí a amarla tal cual es— Me pasó un sobre cerrado, y una pequeña tarjeta de crédito roja. —pero eso no significa que no te apoye, ni busque tu felicidad a toda costa. Te hice una cuenta corriente, todos los meses te voy a ayudar con los gastos hasta que te acomodes. En el sobre tenes algo de efectivo y la dirección de un buen amigo mío. No entiendo porque queres ir a Mar del Plata, pero él justo tiene un hostal en la costa donde podrías trabajar, a medio tiempo. Ya lo acordé con Darío, y te tratará como a su propia hija—

No voy a llorar. Novoy a llorar. NO VOY A LLO... Mierda. Te amo, papá.

Siestas & TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora