3: Contrabando

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Berenice Da Silva realmente daba miedo.

En el supermercado chino de la cuadra me había arrastrado de un lado a otro en busca de ofertas y se la pasaba una eternidad leyendo las etiquetas, comparando productos y hablando con el carnicero y el verdulero. Lograba que hacer las compras fuera una labor aún más tortuosa de lo que siempre había sido.

Cuando yo había lanzado una barrita de manteca al carrito, Berenice la había sacado, cambiándola por una light.

—No, me gusta esta marca —hice un puchero abrazando la manteca que yo había elegido—. Las cosas light no tienen gusto a nada.

—Claro que sí —exclamó, rodando los ojos—. Tienen el mismo sabor sólo que ustedes los hombres creer que cuánto más calórico mejor.

—Sigue sin gustarme.

—Pues tendrás que amigarte con lo light y la comida sana porque yo tengo que cuidarme —dijo poniendo más productos "sanos" en el carrito—. Y a vos tampoco te vendría mal.

—Pero si no estoy gordo. Siempre comí lo que quise sin tener siquiera panza cervecera —argumenté—. Soy como Shaggy de Scooby Doo... ¡o un sayayin!

—Seguís sin convencerme, Davo —cantó alejándose con el carrito hacia la parte de artículos de higiene dejándome solo con la barra de manteca.

—No te preocupes, mantequita —le dije—. No dejaré que esa maniaca nos separe.

Cuando volvimos al hostal, Julia, la esposa de Darío detuvo a Bere para saber cómo se encontraba y comenzaron una larga conversación sobre la vida de la muchacha y la dinámica del hostal y el barrio y bla, bla, bla. Así que temeroso de que la manteca que compré a escondidas de Bere junto con otros artículos de contrabando se derritieran, educadamente tomé sus bolsas y me le adelanté.

Pero en el pasillo algo me impidió la entrada de nuestro departamento. Frente a nuestra puerta estaba Hernán cargando dos colchones (uno nuevo y uno viejo que reconocía como mío) y un montón de cajas de cartón a sus pies.

—¿Qué pasa, Sensei? —dije usando el viejo apodo que le había puesto.

—Tu hermana mandó algunas cosas con un flete —dijo esperando a que le habrá la puerta—. Pero no te emociones, la mayoría son artículos de cocina y ropa de cama... y tu colchón claro. Aunque no entiendo para qué pediste que te compre otro.

—Es para Bere —respondí depositando los bolsos llenos de "comida sana" que me había hecho cargar mi compañera.

—¿Bere?

—Sí, Bere. La chica con la que voy a tener que compartir el depa —dije sin darle mucha importancia mientras escudriñaba las cajas.

—¿Y cómo es que yo recién me entero? —exclamó recorriendo la vista por la sala en busca de rastros de una mujer.

—No te sientas mal, yo me enteré hace como una hora... ¡Bingo! —canté cuando encontré lo que necesitaba: mi vieja heladerita térmica, justo lo que necesitaba para esconder mi comida no "sana".

—¿Y dónde está ahora? —preguntó sin dejar de buscarla.

—Se quedó hablando con Julia. Ella parece ser bastante agradable a pesar de su mal genio... —respondí mientras llevaba mi botín a mi habitación—, y su obsesión por las cosas saludables.

—¿Seguís resentido por lo del super? —dijo una voz entrando en el departamento.

—¿Eh? No, claro que no —me apuré a salir de mi habitación. Gracias a Dios había alcanzado a esconder la heladerita antes de que Bere entrara por la puerta—. Sólo le estaba comentando de vos a Hernán.

Y cuando me volteé para señalar a mi amigo me lo encontré en estado de shock, como si estuviera en presencia de alguna diosa caribeña.

—Yo... Em... Yo... —así es, señores. Mi mejor amigo había caído en los encantos de mi nueva compañera.

Y la verdad no podía juzgarlo, Berenice estaba buenísima. Aunque quizás debería controlarse un poco. Ver a un hombre de veinticinco años con la musculatura de la Roca Johnson quedándose sin palabras frente a una chica era algo vergonzoso.

—Bere, dejame presentarte a mi mejor amigo: Hernán Gonzales —dije haciendo los honores—. Sensei, ella es la señorita Berenice Da Silva.

Mi amigo apenas pudo inclinar la cabeza y tartamudear un vergonzoso "hola".

—¿Sensei? ¿Practicás alguna arte marcial? —preguntó sorprendida.

—¿Qué? No, no —me apresuré a responder—. Le digo Sensei por la canción de Las Pastillas del Abuelo. Y también porque él me enseñó a Surfear.

—¿En serio? Wow, nunca pensé que se pudiera surfear en Argentina —esta vez el rostro de Berenice brillaba con una mezcla de curiosidad y asombro que hizo que me ruborizaba.

—Eh, sí... No es tan raro cuando vivís en Mar del Plata, aunque las olas no son tan impresionantes como las de la tele —respondí pasándome una mano por mi cabello, algo apenado—. Si querés uno de estos días te llevo a la playa y te enseño. Sensei tiene una tienda donde vende y alquila tablas. ¿No, vieja*? (*equivalente argentino de bro o dude.)

Hernán pareció reaccionar y se apresuró a asentir y hasta logró iniciar una conversación sobre los principios básicos del surf, sus beneficios y lo necesario para iniciarse. Berenice se veía realmente motivada en aprender. Por su aspecto y lo que me había comentado parecía una chica que amaba hacer deporte tanto como para emanciparse a la fuerza de sus padres.

Como me alegraba ver a Bere tan animada y que mi amigo estuviera haciendo un progreso llevé las cajas de utensilios a la cocina para que luego Bere pudiera usarlos. Saqué sólo los más necesarios y los desparramé por la mesada; luego habría tiempo de guardarlos.

—Bere —la llamé desde la puerta de la cocina cuando consideré que todo estaba mínimamente ordenado—. Tengo hambre.

—Okey, como vos trajiste los cubiertos yo cocinaré algo que no necesite que laves mucho —respondió pasando a mi lado.

—Tené cuidado con este pibe*, Berenice —dijo Hernán desde la sala—. Es la misma encarnación de la pachorra**. (*chico, **pereza.)

—Creo que eso ya me quedó claro —contestó mi compañera desde la cocina—. Por lo que sé hasta ahora, Davo es un perezoso y un traficante de comida chatarra.

«La puta madre, me descubrieron», pensé resignado. A esta chica no se le escapaba nada.

Tenía el presentimiento de que la convivencia con Berenice Da Silva no sería nada relajante.

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⏰ Última actualización: Jan 24, 2017 ⏰

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