Capítulo uno: El objeto perdido

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En un  bosque lejos de la ciudad. Una jovencita paseaba entre los árboles. Parecía buscar algo. Algo que no encontraba pese a sus esfuerzos y el largo tiempo que llevaba ahí.
"Lo he perdido" decía."Mi padre me echará de casa y nunca más podré volver a ver a Esmeralda"

Buscaba debajo de cada arbusto, levantaba cada roca que le parecía sospechosa.

Pronto el sol se ocultó y la luna salió a hacer su acostumbrada ronda. La noche se hacía cada vez más oscura y el tiempo parecía pasar más deprisa.

La muchacha, de no más de dieciocho años, estaba cansada de tanto buscar, se había hecho arañazos en los brazos con las ramas de los árboles, tenía las uñas sucias de tanto haber escarbado en la tierra. Sus ojos estaban cansados por el esfuerzo que hacían para visualizar en medio de la penumbra. Presa de la preocupación y cansancio la joven se sentó bajo un árbol y empezó a sollozar. Su respiración se hizo irregular y las lágrimas brotaron de sus dorados ojos.

A la muchacha le parecieron minutos lo que en realidad fueron horas. Su llanto no había cesado y no se encontraba más tranquila que al inicio cuando escuchó unos lentos y torpes pasos detrás de ella.

Estaba tan hundida en su propia pena que no le importó el hecho de poder hallarse en grave peligro. "No importa si muero...¡La vida ya no será buena! No si no puedo volver a ver a mi hermana. ¿Qué hay peor que el ser desterrada de tu hogar por haber perdido la posesión más preciada de tu familia? Porque eso es lo que me pasará cuando le diga a mi padre que no la he encontrado" pensó.

Los pasos se oían cada vez más cerca y ella no pudo evitar sentir cierto temor, después de todo tenía sentido común y apreciaba su vida. Pero ya era tarde para tener miedo. Lo que sea que estuviera detrás estaba demasiado cerca.

Fue el instinto o tal vez la curiosidad lo que la hizo levantarse y dar la cara a la criatura que se acercaba.

"Si muero, quiero saber quien me mató" dijo para sí misma.

"Tranquila mi niña, yo no te pienso hacer daño" la criatura resultó ser una anciana de por lo menos 300 años, o eso era en apariencia. Pues como todos saben las personas comunes y corrientes ya no viven tanto.

"¿Quién es usted?¿Qué quiere?" la voz de la muchacha era calmada. Pero el miedo no se había ido del todo.

" Oh, mi dulce niña, yo soy una señora mayor, muy mayor, más de lo que imaginas. Vivo a unos metros de aquí, y he escuchado tu llanto. Me apena ver a una señorita tan linda y joven como tú llorando. Por eso quiero ayudarte. Dime ¿qué es lo que te acongoja?" su voz era dulce y casi hechizante.

" Yo...yo...no estoy segura si deba seguir aquí, pero necesito ayuda...de quien sea...pero ayuda. Yo he perdido la medallita que mi padre, el dueño de las tierras del otro lado del río, me ha dado ésta mañana. Hoy cumplí diecisiete años, y mi padre al fin me ha permitido salir a explorar lo que hay al otro lado del río. Salí muy temprano, sin más compañía que la de mi caballo. Nos adentramos en el bosque para jugar, quería saber lo que había en este bosque; a pesar que mi padre me dijo que no me internara demasiado,  la curiosidad era muy fuerte, demasiada, las diversas especies de flores y frutas que aquí crecían llamaron mi atención.
Me divertí mucho jugando con Rayo, mi caballo gris, comimos muchas manzanas, duraznos y sandías. Cansados de correr, y muy sedientos, fuimos en busca de agua y encontramos un riachuelo de aguas tan claras que parecían irreales. Pero eran muy reales y tangibles. Yo tenía demasiado calor y decidí meterme en la refrescante corriente de agua. Recordaba lo mucho que mi padre me había pedido que no me quitara la medallita mientras estaba fuera de casa. Me dijo lo importante que era. Que todas las mujeres en su familia llevaron una igual, que de hecho esa era la de mi madre, y que pronto sería de mi hermana Esmeralda" los ojos de la anciana adquirieron un brillo extraño.

Vuelve, EsmeraldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora