—Tito, ¿entonces ya la invitaste a salir? —dijo Isaac mientras comía papas fritas sabor a uva. «Verdadero sabor traído de las frutas orgánicas», el lema principal.
—¿Por qué preguntas tanto? —dijo algo molesto. Buscaba otra bolsa de papas fritas en la alacena de la cocina—. Te acabo de dar comida gratis y me sigues enfadando.
—Solo era una pregunta, Tito.
Tito suspiró. Tenía suficiente. No hubiera tenido problemas con decírselo, sin embargo, no solo era Isaac quien enfadaba, sino sus conocidos, amigos y hasta su familia. Fue su primera cita y todos querían saber a detalle sobre su asunto amoroso. ¿Quién invitó a quién?, ¿tenías pena?, ¿qué fue lo que comieron en el cine? Si nadie hubiera llegado como un paparazzi a preguntar, hubiera contado acerca de lo sucedido.
—¿Por qué todos tan interesados? —exclamó al interior de la alacena. Seguía sin encontrar su preciada comida—. ¡Y deja de decirme Tito!
—Escucha, es la primera vez que sales a tus dieciocho años —dijo masticando una papita frita con forma de uva—. ¿Por qué no habríamos de estar interesados?
Era verdad. Tenía dieciocho años, a punto de cumplir veinte, la mayoría de edad en el mundo. Según su familia, debería estar preocupado por salir y no quedarse solo. Él quería ser feliz, sin importar la elección que tomara. Además, había bastante tiempo por vivir, ciento treinta años era la edad promedio para fallecer. ¿Para qué preocuparse?
—Oh, y Tito es un apodo decente.
—Como sea —dijo Tito abriendo una bolsa color rojo. Tomó la bola suavecita que se encontraba en el empaque y le dio una mordida. Sabía a uva, porque ese era el sabor que deseaba—. Solo déjame en paz y vayamos a jugar un rato.
—Está bien —hizo una pausa—. Ti-to.
Isaac Jones sonrió.
—Wendale Miller —dijo en voz baja, como si no fuera dirigido a nadie en particular.
—Es broma, Wen. —Sacó la lengua y guiñó el ojo.
Wendale se tranquilizó. Su mejor amigo siempre bromeaba, especialmente en momentos molestos y a veces era difícil no tomarlo en serio.
—Me debes unas papas de uva, específicamente, de Ley's.
—¡Qué injusto! —dijo exagerando su reacción—. ¡Me cobras con las papitas que me diste!
—Eso pasa por comerte el último paquete y molestarme —dijo entre risas.
Subieron por las escaleras, acordando lo que supuestamente se darían por deudas inexistentes, pero se detuvieron a mitad de los escalones. Un sonido agudo se escuchó por la casa.
Ambos muchachos se miraron esperando a que uno de ellos dijera algo al respecto.
—¿Qué es eso? —dijo Isaac—. ¿Seguro que tus padres se fueron de compras?
—Sí —dijo abriendo los ojos de más.
Jones se alteró. Miró a los lados, se agachó y cubrió la cabeza.
—¡Agáchate! ¡Es una bomba!
—¿Una bomba? —Arqueó la ceja—. Esas cosas no existen.
—¡Estás loco! ¡Sí existen! ¡Mi padre me dijo que así se escuchan las bombas!
El sonido comenzó a intensificarse. Isaac se levantó rápidamente y trató de forzar a su amigo a agacharse junto a él.
—¡No seas paranoico! —dijo Miller sujetándose de la barandilla de las escaleras.
—¡Va a explotar!
Wendale sujetó a Isaac antes de que llegara al suelo.
—Tranquilo, ya no existen, desde el final de la Tercera Guerra Mundial hubo paz —dijo con cautela, como si en cualquier momento Isaac fuera a gritar o correr como un loco—. En muchísimos años no hemos tenido malas noticias concernientes a bombas o pistolas.
El muchacho paranoico asintió con lentitud.
—No creo que haya una verdadera paz, pero tienes un punto. Es imposible que haya una bomba en tu casa...
—¿Ves? Todo está bien.
—... Además, el sonido sigue escuchándose —continuó Isaac.
—Sí —respondió Wendale—. Bien, debería hablarles a mis padres y decirles sobre el sonido.
Wendale iba a bajar las escaleras, pero fue detenido por la pesada mano de su amigo.
—¿Ahora qué? —Se cruzó de brazos.
—Hay que recargarnos en la pared para escuchar.
Otra de sus ideas extrañas. Primero asustado y ahora curioso. Por algo tenía pocos mejores amigos, es decir, él, Wendale Miller. No cualquiera podía seguir las tendencias «conspiranoicas» de Isaac Jones. Sí, era verdad que le agradaba a la mayoría de sus conocidos, pero solo él tenía la suficiente tolerancia para no mirarlo extraño cuando decía extrañezas como: «El dinero no debería existir».
—Si dices algo, creerán que fue nuestra culpa —dijo Isaac con sus manos sobre la cadera—. ¿Cómo explicarás el sonido?
No sabía cómo hablar sobre lo que pasaba. ¿A qué autoridad le dirían acerca del sonido? ¿A los constructores de la casa? No es como si fueran a reemplazar su hogar como una servilleta. Además, no existían los policías, que según Isaac, eran personas que imponían el orden y la justicia.
—Está bien, escucharemos, pero si llegan mis padres, te culparé por el sonido.
Lo miró fijamente, pensando en las consecuencias de tener la culpa encima... Ya no le importaba. De todas formas era el «loco conspiranoico». No les extrañaría si diera una excusa tonta acerca del sonido. En cambio, si la culpa era de ambos o solo de Wendale, él no sería afectado, sino Miller.
—¡Bien!
Inmediatamente se recargó en la pared, convencido de que esta emitía el sonido.
—¿Y si el sonido proviene de otro lado de la casa?
Isaac señaló a la pared, emocionado. Miller decidió poner su oído en esta.
—¿Qué crees que sea? —susurró Miller.
El sonido se hizo menos audible. Ambos empujaban la pared inamovible, como si fuera a escucharse mejor, pero se detuvo.
—¿Ya no está? —dijo Jones.
Antes de que pudiera responder, la pared comenzó a sentirse extraña. Ya no era sólida.
Los chicos gritaron y cayeron. Una luz azul fue lo último que miraron.
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Velocidad luz
Science FictionLa Tercera Guerra Mundial trajo la verdadera paz a la Tierra gracias al nuevo orden. Es el año 2500 y ni siquiera hay rastro de crímenes. Wendale, un chico que vive sin preocupaciones, e Isaac, su mejor amigo: un «conspiranoico» que se mantiene aler...