Isaac pensaba que no faltaría poco para que se encontraran de frente con un enorme grupo de extraterrestres. Se imaginaba recostado en una cama de lámina fría, con electrodos en distintos puntos de su cuerpo y una luz que colgaba justo sobre él, cegándolo.
―Jones, tranquilo, estás hiperventilando...
La voz de Tito se escuchaba tan lejos que, al abrir los ojos, Isaac saltó de un susto al tenerlo tan cerca. Esta vez, la habitación era negra por completo y solamente la luz del sol que asomaba por una minúscula ventana iluminaba sus rostros.
―¡Son los extraterrestres! ¡Tito, vienen por nosotros! ¡Tito, Titooooo! Tito, agacha la cabeza, si nos ven, nos van a subir a su nave y nos recostarán en...
―¡Oye, cálmate! No hay nadie aquí ―dijo Tito mientras obligaba a Isaac a mirarle a los ojos, cuyas pupilas estaban dilatadas por completo. Cualquiera que lo hubiera visto, pensaría que había fumado aquella hierba que... Tito se dio por vencido al recordar el nombre, ya que 1) después de la Tercera Guerra Mundial nadie volvió a consumirla, pues se castigaría a muerte a quien lo hiciera, y 2) Jones era tan paranoico que sería incapaz de probarla sin pensar que caería en un trance permanente.
―¿Dónde estamos? ¿Qué es esa luz? ―Isaac trató de ponerse de pie, sintió un poco de mareo, pero parecía más intrigado que incómodo.
―Es la luz del sol. Isaac, esto ―señaló Tito con su dedo― es una ventana. Parece que no hay ninguna puerta.
Tito estaba tratando de encontrar una respuesta a lo que les estaba sucediendo, pero se encontraba en tal estado de shock que, en ese momento, su mejor mecanismo de defensa era la negación. Simplemente no podía aceptar que ambos, él y su mejor amigo, estuvieran apareciendo y desapareciendo de lugares así, repentinamente.
―Isaac, forma un escalón con tus manos. Quiero ver qué hay ahí afuera.
Isaac no lo dudó por mucho tiempo, pero un atisbo de preocupación inundó su mente por un par de segundos al pensar en que algo malo podría pasarle a Tito si echaba un vistazo. Aun así, por otra parte, su lógica no podía ir en contra de su amigo. Debían de encontrar una salida, cualquiera que esta fuese.
Los delgados brazos de Isaac parecían tener vida propia debido a los espasmos. A pesar de que Tito no era tan pesado, Isaac tampoco se encontraba en la mejor condición física, pero no se quejó. Solamente apretó los dientes mientras sentía que unas gotas de sudor se empezaban a formar en su cabeza.
―Qué raro. No hay nada allá. Solo pasto. ¿Debería gritar? ¿Qué opinas? ¿Isaac?
―Mhm.
―¿HAY ALGUIEN AHÍ? ¿PUEDEN OÍRME? ¿ALGUIEN?
Los gritos no provocaban eco, de hecho, parecía como si estuviese gritando al vacío. Sin respuesta alguna, decidió bajar del peldaño formado por las manos de su amigo, quien se sentía a desfallecer en cualquier momento.
―Parece que tendremos que esperar.
Isaac solo asentía con la cabeza mientras recuperaba el aliento, luego dijo:
―Tal vez deberíamos dormir, ya sabes, así no sentimos que el tiempo pasa tan lento. Tal vez al despertar estemos de regreso en tu casa.
Tito pensó que no era mala idea, así que ambos se sentaron con las espaldas recargadas en la pared. Mientras Isaac cerraba los ojos tratando de conciliar el sueño, Tito decidió recorrer el suelo con su mano derecha. Así, dio con un pequeño relieve que era apenas visible debido a la falta de iluminación.
«Ricardo Díaz» no podía estar volviéndose loco, se preguntaba a dónde podían haber ido los chicos. El lugar estaba repleto de cajas y muchas herramientas. Tal vez si se quedaba en silencio podría escuchar sus respiraciones. De alguna manera, siempre había querido encontrarse en una situación así, misteriosa, y esta era su oportunidad de demostrar sus dotes detectivescos.
Dando pasos ligeros y silenciosos, se colocó en el centro de aquella habitación, cerró los ojos, extendió sus brazos en busca de un mejor equilibrio, y se concentró en todo el ruido por más pequeño que fuese. «Debería ser capaz de escucharlos ahora», pensaba. Sin embargo, no conseguía nada. Podía escuchar inclusos sus propios latidos, los cuales eran cada vez más rápidos. Nuevamente, uno de sus planes había sido arruinado por causas que ignoraba, y la decepción lo aterraba. ¿Cómo presentaría un reporte tan mediocre a su jefe? No podía ascender a un mejor puesto dentro de la élite porque algo salía mal al final. Siempre. Esta vez lo único que cambió fue que esta misión apenas comenzaba, lo cual era doblemente humillante.
Finalmente, abrió los ojos. No dejaba de pensar en que todo había estado yendo como lo había planeado hasta entonces, ¿qué pudo hacer que aquel par desapareciera tan pronto? Lo había calculado perfectamente, pero al parecer sus esfuerzos fueron en vano.
Había seguido las instrucciones al pie de la letra... ¿Alguien había tratado de sabotearlo? Le hubiera gustado ser capaz de saberlo, pero incluso averiguarlo sería penoso. Tal vez él no era lo suficientemente bueno en su trabajo, el investigar y no encontrar un culpable le convertiría en sujeto de burlas, además de ser él mismo el culpable, claramente.
Se quedó viendo al suelo, cabizbajo, y se dirigió nuevamente hacia la puerta para salir de aquel lugar. «Una pérdida de tiempo», pensó a manera de reproche. Antes de abandonar el lugar, poniendo atención a sus pasos al acercarse al elevador, miró en el suelo su brazalete. ¡Lo más importante! ¿Cómo podía habérsele caído? Había estado seguro de que lo tenía en algún bolsillo, pero no dudó en tomarlo y guardarlo. Más valía que su jefe tampoco se enterara de aquello, de lo contrario, ya podría empezar a despedirse de su trabajo y decirle «hola» a la vida de indigente para ser uno más de aquellos que solo observaban sus celulares día y noche en las calles de la ciudad en la que ahora se encontraba.
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Velocidad luz
Science FictionLa Tercera Guerra Mundial trajo la verdadera paz a la Tierra gracias al nuevo orden. Es el año 2500 y ni siquiera hay rastro de crímenes. Wendale, un chico que vive sin preocupaciones, e Isaac, su mejor amigo: un «conspiranoico» que se mantiene aler...