Capítulo 3:Mientras espero en el porche del patio trasero en casa de esta blanca, me digo:
«¡Muérdete la lengua, Minny! Trágate todo lo que te venga a la boca, y al traserotambién.Compórtate como una criada que sólo hace lo que se le ordena». ¡Que nerviosa estoy! Juro que no volveré a responder a nadie si me dan este trabajo.Me estiro las medias, que se me han quedado arrugadas a la altura de los tobillos,
un problema que tenemos las mujeres gordas y bajitas. Repaso lo que tengo que deciry lo que debo callarme, doy un paso y pulso el timbre.La campana suena haciendo un largo ding-dong muy apropiado para esta gran
mansión en medio del campo. Estoy delante de la puerta y me parece un castillo deladrillo gris elevándose hacia el cielo, y también extendiéndose a izquierda yderecha. El césped del jardín está rodeado de bosque por todas partes. Si este lugarestuviera en un libro de cuentos, habría brujas de esas que se comen a los niñosocultas entre los árboles.La puerta de servicio se abre y aparece Miss Marilyn Monroe, o algo parecido.
-¡Hola! Llegas puntual. Soy Celia, Celia Rae Foote.
La blanca me tiende la mano mientras la estudio con la mirada: aunque se da un
aire a Marilyn, ésta no podría salir en las películas. Hay restos de harina en su
peinado rubio, en sus pestañas postizas y por todo el traje pantalón (muy hortera,por cierto) que lleva puesto. A su alrededor se levanta una nube de polvo y mepregunto cómo podrá respirar embutida en esa ropa tan ajustada.-Güeñas, señora. Soy Minny Jackson. -Me arreglo el uniforme blanco en lugar dedarle la mano, pues no quiero que me ensucie-. ¿Está cocinando algo?
-Una de esas tartas de frutas que salen en las revistas -Suspira-. Pero no meestá saliendo muy bien.
La sigo al interior de la casa y entonces me doy cuenta de que la harina sólo ha
causado daños menores a Miss Celia Rae Foote. El resto de la cocina no ha tenido
tanta suerte: las encimeras, el frigorífico de dos puertas y el robot de cocina están
cubiertos por una capa de medio centímetro de harina, como si hubiera nevado. Un
caos que sería suficiente para volver loca a cualquier criada. Todavía no me han dadoel trabajo y ya estoy buscando un trapo en el fregadero.-Supongo que todavía me queda mucho por aprender -comenta Miss Celia.
-Pos sí -digo, mordiéndome con fuerza la lengua.
«Minny -me digo-, no vaciles a esta blanca como hacías con la otra, que te
estuviste metiendo con ella hasta que la llevaron al asilo.»Pero Miss Celia sonríe ante mi comentario mientras se lava los pegotes de harina
de la mano en un fregadero lleno de platos. Me pregunto si no me habrá tocado otra
sorda como Miss Walter. ¡Ya me gustaría!-Parece que no consigo pillarle el truco a la cocina -murmura.
Aunque intenta hablar entre suspiros peliculeros a lo Marilyn, resulta evidente
que es una mujer de pueblo, muy de pueblo. Bajo la vista y veo que la bruta de ella
no lleva zapatillas, como los blancos pobres. Las señoritas blancas de verdad noandan por ahí descalzas.Será quince o veinte años más joven que yo, tendrá unos veintidós o veintitrés, yes muy guapa, pero ¿por qué lleva todo ese pringue en la cara? Apuesto a que se
pone el doble de maquillaje que las otras señoritas blancas. También tiene bastantemás pecho que ellas. Lo tiene casi tan grande como el mío, pero luego está delgadaen todas las partes en las que yo no lo estoy. Espero que le guste comer, porque soybuena cocinera y por eso me contrata la gente.-¿Quieres beber algo? -me pregunta-. Siéntate y te traigo un refresco.
Ahora ya no tengo dudas: algo muy extraño está pasando aquí.
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Criadas Y Señoras -Kathryn Stockett
Historical FictionSkeeter, ha regresado a su casa en Jackson, tras terminar sus estudios en la Universidad de Misisipi. Pero como estamos en 1962, su madre no descansará hasta que no vea a su hija con una alianza en la mano. Aibileen es una criada negra. Una mujer sa...