Suicidio

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Todas las noches me preguntaba por que me había tocado vivir esta vida.

A los diez años mi padre entró en coma por un accidente de coche, del cuál no salió. Una luz se apagó dentro de mi después de aquello. Sin embargo, mi madre se volvió a casar a los seis meses, como si nada hubiera pasado, como si mi padre no hubiera significado nada para ella.

El 'afortunado' era un ricachón llamado Daniel Werlinton. Supuestamente su dinero provenía de una cadena inmobiliaria familiar. Más adelante salió a la luz su ludopatía por las apuestas y el juego, y otros temas que es mejor no tratar. Arrastró a mi madre a aquel modo de vivir. Por las noches llegaban a casa borrachos y armando jaleo, aunque la mayoría de las veces ni aparecían.

Las criadas de la casa de Daniel se hacían cargo de mi. María era mi preferida, tenía el cabello siempre recogido en un moño rubio y cada vez que se lo pedía, me peinaba igual a mi. Graciela era la más anciana, tenía el pelo canoso y largo, demasiado largo para mi gusto. Era la que mejor cocinaba. Todos los domingos me llevaban a misa y después Graciela me daba de comer mi plato favorito. Ellas fueron para mi lo más parecido a tener una familia, estaban a diario conmigo y me impusieron unos valores que siguen en mí a día de hoy.

A los 17 años mi madre se quedó embarazada. Volví a tener ilusión, iba a tener un hermano que me cambiaría la vida. Pensé que Daniel asentaria la cabeza al tener un hijo suyo, y que mi madre comenzaría a ver lo que realmente importaba, que eramos nosotros, sus hijos. Por un momento imaginé que todo volvería a ser como antes.

Mamá murió el día del parto junto al bebé. Daniel se intentó deshacer de mi, pero al ser la única familia que me quedaba no le quedó otra que hacerse cargo. En el fondo nada me dolió, seguía teniendo a mi lado a María y a Graciela, con las que habia crecido. Esa señora que se hacía llamar madre nunca había hecho conmigo su función de madre.

A los 20 años, Daniel decidió despedir a María. Por primera vez me encaré a él, enfadada, pero de nada sirvió. Él no sentía ningún aprecio por mi, y nada de lo que dijese le haría cambiar de parecer.

Sólo quedábamos Graciela y yo. La anciana necesitaba cada vez más de mis cuidados que yo de los suyos. Ahora cocinaba yo para ella sin que Daniel se enterase, y la ayudaba en todas las tareas que podía. Hoy, el día de mi 21 cumpleaños, Graciela no se ha levantado de la cama. Ha sufrido un infarto al corazón, y dormida ha fallecido. Los médicos nos han asegurado que no sufrió en el momento de la muerte. Me consuela pensar que hay algo más allá de la muerte, quizás el cielo, quizás el infierno, o simplemente volver a nacer.

Y aquí me hallo, pensando en si merece la pena seguir viviendo.

Entré al baño y observé mi larga melena que tanto odiaba. Cogí unas tijeras y comencé a cortar. No estaba tan mal tener el pelo por encima de los hombros. Salí, me quité aquel ridículo vestido de ricachona, y subí a la azotea. Tenía frío, pero tirarme desde la azotea en ropa sería mucho mas tétrico, ya que se llenaría todo de sangre.

Estaba decidida a hacerlo, iba a tirarme. Una sonrisa salió de mi boca al saber que me iba a reunir con mi padre. Seguro que Graciela estaba esperándome también. Cuando subí al bordillo de la azotea no pude evitar imaginar como iba a dejar el jardín de Daniel, y en la que le iba a caer encima. Todo iba a salir a pedir de boca.

Cerré los ojos y disfruté de la brisa del aire. Estaba ansiosa de saber que me esperaría más allá. Por fin tendría algo mejor. Abrí los ojos, y cuando levanté la pierna para andar hacia adelante, lo escuché:

-Evelyn...

Miré tras de mí, asustada. Pero no ví nada. Comenzaba a a ponerme nerviosa y eso no era bueno. Me tenía que tirar ya. Volví a mirar hacia delante, y ahí estaba, frente a mí.

EVELYNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora