Capítulo 4

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La vida laboral de un elevador es difícil, muy difícil de arriba para abajo todo el día, hay personas que solo van a subir un piso y piden mi servicio, lo peor es que casi siempre son las más pesadas y les da flojera subir por las escaleras...pero, en fin, a veces me gusta descansar en algún piso de donde sé que casi no me abren, como el penthouse. Por la noche o en la mañana muy temprano hasta dejo mis puertas abiertas para tomar aire. Al y su jefe, como buenos hombres, eran muy despistados y hablaban como si no supieran que hasta las paredes oyen o los elevadores.

George Johnson hablaba desde el baño solo envuelto con la toalla a la cintura, no tenía la juventud de Al, pero tampoco era u viejo a los... mmmm creo que 50 y tantos. Con la barba completamente blanca por la crema de afeitar, el pelo negro con líneas blancas restiradas hacia atrás platicaba con Al viéndose al espejo mientras su maquinita de afeitar sonaba con su ruidillo eléctrico.

-Así que todavía trabajas para mí. -Dijo en tono burlón.

Al que estaba recostado en la cabecera de la cama jugaba con unos calcetines hechos bolita.

-Si- contestó con amargura.

-¿No dices que esa chica sufre por un engaño? ¿No la estas engañando tú?

-Sí, su novio "rico" jugó con sus sentimientos el muy imbécil, como me gustaría saber quien es para partirle la cara de idiota...porque solo un ciego o estúpido pudo haber abandonado a alguien como Candy. –La risa de George resonó hasta mi cabina.

-Vaya esta vez si te pegó duro. ¿Y seguirás con el engaño?

-¡No es un engaño! Se defendió de inmediato

-entonces...

-Es...- titubeó para encontrar el concepto adecuado-¡ una verdad dosificada!... hasta que yo mismo no complete este horrible rompecabezas que es mi vida, no puedo decirle lo que me dicen que soy

-¿Que eres Al? ...- dijo el hombre mientras se aplicaba la loción after shave, y hacía muecas al espejo.- que eres

- Ella odia a los ricos...cree que son servidores de Satanás mínimo...imagínate- dijo Al al aventar otras dos bolas de calcetines al aire, para así hacer malabares con tres pares de calcetines. El hombre maduro se sentó en la orilla de la cama y se secó los pies. Pescó uno de los pares en el aire y se los puso.

-¿Y que te dicen los doctores?

- pues el neurólogo me dice lo mismo que voy a ir recuperando todo poco a poco... le platique lo de Candy y me dice que a veces el cerebro aloja imágenes en cuestión de segundos, que si era tan bonita tal vez la haya visto en algún panorámico o algo así, en algún momento significativo ce mi vida... además con la descripción que le di me dijo que era un tipo de chica muy común...Pero ella tendrá de todo menos ser común...

-mmmm- Asi que trabajas para mi, bien, dame el traje azul y búscale una corbata que combine, ya pudiste manejar, llévame a la oficina- dijo al aventarle las llaves del auto, mientras que con la otra mano tomaba su ropa interior

-No te aproveches George- dijo Al mirándolo a los ojos y con la sonrisa a punto de explotar

-No, sino es aprovecharme...es... disfrutar de mis beneficios...dosificadamente- y sonrió con su característica risa ganadora, que a veces, Albert odiaba, porque sabía que tenía la razón.

Mientras tanto, Annie y Candy entraron a mí, me encanta ver a las chicas por la mañana recién bañadas y arregladas, me imagino que así son las flores en el campo,

-Ándale Candy, presiona el botón- dijo insistente Annie

-Ya voy – dijo algo renuente- ¿con que pretexto vamos?

Memorias de un ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora