Prólogo

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Las mellizas de Alteria

Largas pisadas son acalladas por el festival de la ciudad. Varias personas eran apartadas por una vivaz adolescente que corría como si algo la persiguiera, y sus dudas fueron respondidas al ver que tras ella corría un chico que no le quitaba el ojo encima.

Cythar corría para que Breston no la atrapara. Le había costado mucho que el muchacho dejara las prácticas de espada con su padre y la forma de conseguirlo era quitarle sus manzanas favoritas, meterlas en una bolsa y, atenta a la mirada del chico, salir corriendo zarandeando la evidencia. No pasó un suspiro para escuchar el sonido de la espada golpear el suelo y las carcajadas de su padre al ver como su hijo iba persiguiéndola.

Esquivó a la gente con soltura. Los comerciantes protestaron y los mercaderes, conociendo a esa chiquilla y lo que conlleva, la sonreían y la daban ánimos.

La joven se adentró a un callejón que el chico sabía que era sin salida alguna. Breston sonrió, pensando que su victoria estaba en su mano y que le daría una lección a la mocosa. Al llegar, se sorprendió al no verla por ningún lado, solo las paredes de piedra y algunos barriles esparcidos.

De repente, algo le golpeó con fuerza en la cabeza y, gruñendo, vio rodando una de sus manzanas doradas.

-¡Necesitas mejores reflejos! -Breston levantó la vista a su espalda y observó enfadado a la joven sentada en un pilar sobresaliente de la pared, jugando con una manzana en su mano, preparada si tenía que volverla a lanzar.

-¡Y tú un par de lecciones! ¡Estaba entrenando, no tengo tiempo para juegos!

-¡Claro que tienes tiempo! Tienes dos meses para la prueba y hoy hay festivales. Debes tomar algún que otro descanso.

Breston gruñó. Le encantaba conseguir enfadarle.

-¡Venga, demos una vuelta y veamos los puestos! - lanzó la manzana dorada que el chico atrapó con facilidad y, saltando para llegar a su lado, sacó otra y la mordió. Breston arrebató la bolsa de sus manos y Cythar no evitó esbozar una gran sonrisa.

-Por esta vez vale...

Los dos andaron como buenos amigos por las alborotadas calles, apreciando la artesanía de algunos puestos. Cythar caminaba despreocupada, con las manos entrelazadas en su espalda, mientras que Breston se preguntaba lo que estaría merodeando por la cabeza de aquella mujer.

La joven le brillaron los ojos al ver un precioso collar de turquesas en un puesto. Era sencillo y ligero, con tres perlas y dos lágrimas del mismo material. No dudó en preguntar el precio y, contenta por la respuesta, lo compró y se lo enseñó a Breston.

-¡A Crystal le va a encantar!

Breston sonrió y cruzó los brazos mientras veía a Cythar ensimismada con la bisutería. Así era ella, pensando primero en los demás y, por último, en ella. Lástima que con él no tenía ese detalle.

-¡Vamos a dárselo! -El joven aceleró sus pasos para poder estar a la par de su amiga.

Llegaron a una preciosa casa burguesa, con flores trepando en las ventanas del segundo piso -cosa de Crystal- dándole un aspecto rústico y natural. Cythar entró sin llamar y una sorprendida Ámbar la miró enfadada.

-¡¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso?!

-¿Dónde está Crystal? -preguntó ignorándola.

-En el estudio repasando, cosa que tú también deberías de hacer...

Sin esperar sus regañinas, Cythar subió las escaleras apurada. Breston saludó con cortesía a Ámbar y la siguió.

La Jinete de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora