La dama de carmesí

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Capítulo I.



Ocho am mi trabajo inicia, apenas ayer di mi curriculum para este trabajo y sin hacer tanto ajetreo fui aceptado. Al llegar fui por un café a la cafetería de enfrente, son exquisitos sin duda, su sabor me recuerda las tardes lluviosas de abril cuando mi madre trabajaba de mesera, es una lástima que ahora ella no está aquí ni en ningún otro lado para regalarme una magdalena sin que su jefe se dé cuenta, mi madre era traviesa sin duda alguna muy alegre y muy divertida, a diferencia de mí, un joven tímido sin igual, y con poca confianza en sí mismo, es gracioso que mi trabajo sea ser psicólogo ¿No lo creen? Pero a pesar de mis defectos y mi poca experiencia sé que puedo manejar esto.

Al terminarse las últimas gotas de ese exquisito café fui de inmediato a pagarlo antes de que se me ocurriera la loca idea de irme sin pagar, diez am iba un tanto tarde pero no me preocupaba nadie estaría esperando por mí solo las sillas vacías del consultorio –Tenga joven, el café estaba exquisito- Le dije al darle 5.95, estaba a punto de irme cuando no pude evitar escuchar murmullos y risas que provenían de atrás mío, voltee disimuladamente fingiendo que me ataba las cuerdas de mis zapatos y empecé a préstales mi atención –Lo ves, es demasiado lerdo y distraído, no tiene lo que se necesita para trabajar en una rama tan compleja como es la psicología <<Risas>> mejor que vuelva a su casa en Misisipí a pescar algo, porque no creo que pueda sobrevivir mucho aquí en Nueva York- Dijo la señora pelirroja –No digas eso, tal vez es más astuto de lo que crees, ya sabes lo que dicen no juzgues un libro por su portada- Dijo la joven que estaba sentada a su lado. No sé si hablaban de mí pero averiguarlo sería una pérdida de mi valioso tiempo, sin más que hacer me dirigí al edificio de enfrente donde se sitúa mi oficina, si esto resulta bien quizás me aburra de subir estas escaleras, al llegar en la sala de espera se hallaba una mujer desolada vestida de carmesí y acompañada de solo una rosa casi marchita, puse mi mano en su hombro y la hice pasar, al entrar cada quien asumió su rol, ella de paciente y yo de doctor, estaba muy callada y con la mirada baja saque mi libreta y mi lapicero con el fin de romper el hielo pero apenas me dio tiempo de suspirar en cuanto ella empezó a hablar –Soy una médium, eh predicado la muerte de mis amigos- Dijo la mujer de carmesí con una vos quebrada y a punto de llorar. – Ya veo, cuéntame, que es lo que te preocupa todo esto- Le respondí algo dudoso – Vera doc. He perdido a mi hija, a mi padre y a mis amigos por culpa de esta rara enfermedad, al principio creí que era una simple coincidencia pero poco a poco me di cuenta de que... Soy una asesina yo sabía cómo iban a morir todos y cada uno de ellos y no hice nada para evitarlo <<Solloza>> ¿Cree que eh enloquecido?- Dijo la mujer de carmesí alterada. Ignore mis comentarios como persona y le respondí como doctor – Entiendo que sea vidente, pero ¿Qué hay con eso de ser Medium? Me podría responder eso por favor- Le dije con vos desinteresada mientras veía mi libreta (Ya saben lo típico que hacen los psicólogos) Pero la mujer pareció no oír lo que dije solo se me quedo mirándome fijamente como si estuviera viendo mi alma, le hice señales con la mano con la esperanza de que me prestara atención pero solo se quedaba mirándome fijamente, cuando estaba a punto de acercarme a ella se desplomo sobre el sillón y su piel se tornó pálida, entre en pánico no lo negare, es mi primera clienta y sucede esto que mala suerte tengo, llame de inmediato a emergencias con la esperanza de saber que sucedía, sé que mi trabajo no depende de cuidar a los clientes pero esta mujer realmente me preocupaba, y sentía que era mi deber estar con ella después de todo la mujer perdió a su hija, a su padre y a sus amigos... Tras unos minutos de calentar las sillas en la sala de espera llego un hombre muy velludo y panzón, daba miedo pues era realmente alto con un bigote de fantasía y pintas de bebedor dominguero, trate de no hacer contacto visual con él pero aunque no lo hice igual me dirigió la palabra – ¿Usted estaba con mi esposa cierto?- Respondió toscamente –No señor como cree- Le respondí algo alterado como si le estuviera dando razón –No me malentienda, sé que no se acostó con ella me refiero que si usted la trajo aquí- Respondió –Si, en efecto soy Lucas Hill, psicólogo-.

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