En mi juventud vi nacer la vida en mi seno, la vi crecer, la protegí, la alimenté, la vi sufrir, perfeccionarse y desaparecer, solo para reaparecer de vuelta con mas fuerza. La vi también irse de mí a las tierras y al cielo, solo para volver una y otra vez a mí en distintas formas. Todo era hermoso inmejorable o así lo creía hasta que apareció el hombre, y entonces, conocí el amor. Mis mejores recuerdos no son de las culturas que habitaron en mis márgenes, ni de las naves que me surcaron, ni las batallas que se libraron en mi superficie, ni siquiera de los secretos que escondo en mis profundidades y que nunca nadie encontrará. Mis recuerdos más hermosos son esos segundos en mi vida en que fui testigo de algo que yo, con toda mi inmensidad jamás podré sentir.