Las coloridas velas de los barcos Atenienses se divisan en el horizonte desde un promontorio en el Pireo. Elena con el corazón en la boca corre a los muelles del puerto, Héctor vuelve a casa.
Elena, hija de un acaudalado granjero de las afueras de Atenas tuvo una infancia feliz. Su padre, Sileno, la consintió en todo. Su madre murió al darla a luz, Sileno creyó enloquecer, amaba a su esposa con pasión, Las mejores nodrizas de la zona fueron contratadas. Todo el amor que Sileno le profesaba a su esposa fue volcado en Elena. A temprana edad Elena cabalgaba por la granja como una amazona. Ya a los doce años vestía elegantemente como las damas Atenienses de la época y acompañaba a su padre en las frecuentes visitas a Atenas. Sus criados, una pequeña parte de los esclavos que poseía Sileno, tenían instrucciones de darle con todos los gustos. La educación estuvo a cargo de los mejores maestros, Literatura, artes, danza, todos los conocimientos disponibles les fueron enseñados. A los dieciséis administraba con su padre la granja, los criados y buena parte de los negocios de la familia.
Elena poseía una belleza singular, Sileno afirmaba que la había heredado de su madre. No le faltaron pretendientes, los jóvenes de la aristocracia de Atenas desfilaban a diario por su casa. Elena los ignoraba. Para ella, era un nuevo juego, un hermoso juego de poder.
Para su cumpleaños numero diecisiete, Sileno le prometió llevarla al Pireo, el puerto de Atenas, y allí comprarle las mejores prendas de vestir que llegaran desde los lejanos países.
El puerto era el centro de la actividad comercial de Atenas, y quizás el mas grande del mundo, la calle principal que llega a los muelles esta atestada de negocios y tiendas coloridas, los vendedores pregonan sus mercancías, esclavos, animales, telas hermosas, joyas, exóticos alimentos, pescado fresco, plantas, minerales para diversos usos, todo se comercializa en el Pireo.
Sileno arrastra a Elena esquivando vendedores, excrementos en el piso, animales atados a postes, y finalmente llega a la tienda. Acetes, un viejo conocido de Sileno, tiene la tienda más grande del puerto, no solo posee esta tienda sino también una flota de más de veinte barcos.
Desde sus ventanas se observa la actividad en la ensenada del puerto, naves comerciales con sus velas arriadas, trirremes de la armada ateniense, pequeñas barcas de pescadores, al fondo el mar Egeo, el espectáculo es fascinante para Elena. Perdida en su imaginación escucha una hermosa voz a sus espaldas.
–Mi nombre es Hector, hijo de Acetes, ¿en que puedo servirles?
Elena vuelve su vista curiosa y ve al apuesto Hector parado ante ella.
Por primera vez se ruboriza y tomando la mano de su padre, baja la mirada.
Sileno, tomando la palabra, interroga a Hector sobre su amigo. Hector le contesta que se halla en los muelles pagando a los marineros.
- Bueno Hector, ¿puedo dejarte al cuidado a mi hija Elena? Iré a saludar a Acetes.
- Por supuesto, será un placer.
Elena, tratando de recuperar la compostura, se dirige a una montaña de hermosas telas, y revisa las mismas analizando sus colores y textura. Cada tanto espía a Hector, mientras el acomoda las mercaderías, y atiende a los clientes. Por primera vez en su vida, no sabe que hacer. El joven Hector no muestra interés particular en ella.
Acetes y Sileno entran al negocio a las carcajadas, la historia sobre las virtudes de cierta dama egipcia parece divertir particularmente a Sileno. Elena se aproxima a ellos y ambos ligeramente avergonzados, recuperan la seriedad. Acetes observando a Elena le dice.