1 - Trato

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De nuevo, me preparaba para ir al instituto. Era mi último año y los últimos días de clase, por lo que debía estar en todo, con mis cinco sentidos. Soy una chica demasiado despistada.

Preparaba mi mochila cuando mi madre me avisó de muy buen humor que había preparado el desayuno.

Bajé las escaleras y todos parecían muy animados.
—¿Ocurre algo? —pregunté extrañada, mirando a todos.
—¡Nos vamos de viaje al lago! —gritó mi hermano menor, alzando los brazos.
Miré a mis padres de repente. Hacía como cinco años que no visitábamos el lago
—Así es hija; nos arreglaron el coche y mañana tu padre y yo tenemos el día libre en el trabajo, así que pensamos en hacer una pequeña excursión al lago. Recuerdo lo que os gustaba ir allí... —explicó mi madre sonriente.
Le sonreí de vuelta y empecé a tomar mi desayuno.
Lo cierto es que yo no era de ese tipo de personas que demostraban demasiado su estado de ánimo, todo el mundo me lo decía.
Nadie sabe cuándo estoy contenta o triste. Normalmente, suelen preguntarme que si me encuentro bien y les respondo que sí, pero mi rostro siempre los confunde. No lo entiendo, porque yo me veo bien, es decir, nunca imagino cómo luce mi cara normalmente, pero al parecer, la palabra no sería... animada.
—Bueno, es hora de irme —dije mientras me acercaba a la puerta.
—Espero que hoy aprendas muchas cosas —me dijo mi madre muy animada.

...

El profesor de física hoy no había asistido a clases, así que todo el mundo se encontraba estudiando o hablando muy animadamente con su compañero.
Yo, sin tener nada mejor que hacer, miraba por la ventana que tenía a mi lado. Podía ver los árboles que rodeaban la institución y las flores que había por cierta parte de la entrada. El sol brilla en todo su explendor y habían varios pájaros volando de un lado para otro.
De repente, alguien me llamó bastante la atención: era Úrsula Winters, esa chica que siempre vestía de negro y tenía esas pulseras de pincho; estaba plantando algo en el césped. Un profesor la llamó y empezaron a discutir, señalando varias veces la plantación.
—¿Señorita Hoffman? —me llamó el profesor sustituto.
—¿Sí? —contesté.
—¿Podría hacerme cinco copias de estos papeles? Por delante y detrás, a ser posible —me explicó.
Asentí con la cabeza y cogí los papeles.
Caminaba por los pasillos hasta que encontré secretaría. De repente, Úrsula apareció, muy enfadada.
Quería preguntarle qué había plantado en la entrada, pero me contuve. Tal vez no debería entrometerme, es más, me tacharía de stalker.

...

Una vez empezó el recreo, caminé obligada por mi curiosidad hasta la plantación de Úrsula. Cuando llegué, me agaché y una voz hizo que me sobresaltase.
—¡Eh, tú! ¿Qué haces ahí? —preguntó Úsula, corriendo hasta mi. Su cara me hacía sentir temor hacia ella.
—Esto, yo... sólo quería... —intenté hablar, pero nada inteligente salió de mi garganta.
Me miró con desprecio.
—¿Tú eres esa chica diez? —me preguntó con cierta repugnancia en cada palabra.
¿Chica... diez?, pensé.
Supongo que mi cara era toda una mezcla de emociones confusas, porque Úrsula quiso explicarse mejor.
—Sí, esa chica que siempre saca sobresliente en todas las asignaturas y es ese tipo de "chica modelo" que cada estudiante debería imitar y todas esas pamplinas.
—¿Cómo? —balbuceé— yo no soy una chica modelo, ni diez, ni nada de eso... ¿de dónde sacaste eso?
Úrsula se acercó más a mi, haciéndome retroceder.
—Todo el mundo lo dice. Y por si no lo sabes, te odian por lo mismo —soltó sin más, como si eso no hiciera añicos en mi.
Estaba sorprendida. No sabía que la gente no quisiera hablarme por mi clasificación en las notas...
—Y no es sólo eso —siguió hablando. Por lo visto no había terminado de hundirme—, también dicen que eres una chica demasiado aburrida.

¿Aburrida? ¿Acaso alguien pasó el tiempo suficiente conmigo como para etiquetarme de aburrida?

—Pero tranquila, chica, tampoco quieren hablar conmigo por ser gótica. Ya ves tú qué cosa, la gente es muy escrupulosa a la hora de elegir amigos —comentó Úrsula, sorprendiéndome.

Mi vista se fijó en la plantación de nuevo, y se me ocurrió preguntar.
—¿Qué es lo que plantaste?
Señalé a la tierra removida.
—Oh, eso... son rosas negras. Una especie de rosa no muy popular, pero es mi flor favorita —respondió orgullosa.
¿Rosas negras? ¿Eso existía? Mis ojos se abrieron más de lo normal.
—¿Enserio son rosas negras? Me encantaría que florecieran pronto... —deseé. Realmente quería verlas.
—¿Te gustaría ver una? —me preguntó.
Sonreí.
—¡Me encantaría, de verdad! —exclamé sincera.
—Wow chica, es la primera vez que te veo sonreír. Vamos, sígueme —ordenó mientras caminábamos por un lugar desconocido de la institución para mi.
—Por cierto, mi nombre es Anne. Para... que dejes de llamarme chica —dije y Úrsula asintió.
—Mira, es aquí —me dijo, adentrándose en un lugar demasiado extraño.
Y era cierto, ahí estaba la rosa negra... Y no solo era una, eran una docena de rosas negras... Me daban escalofríos, pero eran tan hermosas...
—¿Te gustan? Tu cara me desconcierta; aquí paso mi mayor tiempo, cuidándolas y demás —habló Úrsula mientras recogía unos papeles.
—Sí —asentí—, son hermosas.
A Úrsula se le calleron los papeles y pensé en ayudar a recogerlos, a pesar de que ella se negaba. Pero aquel papel... Era tan extraño... Decía "Venta de alma a Los Oscuros". Quería saber de qué se trataba.
—Oye, Úrsula... —la llamé sin quitar mi vista del papel—, ¿Qué quiere decir...?
Úrsula me quitó el papel, interrumpiendo mi pregunta y empezó a leerlo.
—Venta de alma a Los Oscuros —terminó de decir por mi—. Verás, esto es un papel que, al firmarlo, accedes a que Los Oscuros tomen tu alma cuando mueras y accedas a ser parte de ellos —explicó.
Reí un poco.
—Espero que sepas que todo eso es falso —dije. Obviamente, nadie puede quitar tu alma, en caso de que realmente tengamos una.
—¿Cómo? ¿Acaso no crees en esto? —preguntó seria, así que me puse seria también.
—Úrsula... ¿lo dices enserio? Es totalmente falso, ¿para qué iban a querer tu alma? Es más, tantas cosas se han hablado respecto a eso que ya no sé ni qué creer... —Respondí algo cansada. Estos temas me fastidiaban bastante.
Úrsula empezó a reír y luego siguió con esa sonrisa tan escalofriante.
—Está bien, Anne —me dijo, llamándome por primera vez con mi nombre y sin quitar esa expresión—, si es cierto lo que dices sobre no creer en esto... ¿por qué no lo firmas? Una firmita y tu alma será propiedad de Los Oscuroa cuando mueras... —me retó sin escrúpulos.
Muy inteligente, pero no lo iba a dar el gusto de intimidarme con algo que, naturalmente, era falso.
Es decir, ¿enserio iba a creer que con una simple firma en un papel hecho por cualquiera iba a arrebatarme el alma?
—¿Tienes un bolígrafo? —pregunté decidida.

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