UN CUENTO LLAMADO MAMÁ

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Ayer, 22 de octubre, fue uno de los días más tristes de mi vida. Pasaron por mi mente muchas cosas de mi niñez, cosas que se hacen más importantes desde el día que murió mi mamá. Lo de ayer fue como un cuento: porque mi memoria empezó a recorrer por los tiempos cuando ella "Mi madre" tenía sus fincas. En mis recuerdos olfateé algunos olores característicos de esos lugares, desde el olor a chocolate recién hervido y el aroma del sancocho cuando se empieza a cocinar o de los frijoles cuando borbotean en su cocción y también los chócolos asados al carbón junto al rescoldo. Mi mente recorrió todos los lugares y en cada uno encontré el olor a pulpa de café, a queso, a escobadura, a curuba, a naranja, a guama, a gato y a pato, al sudor de los trabajadores cuando regresan del corte, al aroma de la leche y el olor de las vacas y de los caballos. Fueron olores tristes fincados en mi mente como si quisieran perdurar la imagen de mi madre. 

En mis recuerdos también pude escuchar algunos sonidos alrededor de mamá, como el canto que hacía con el cacho de toro, llamando a los trabajadores, el cacaraqueo de las gallinas, el graznido del pisco cuando le silbábamos de cerca, la algarabía de las piscas, y el canto entonado y pausado del gallo en la madrugada, la gallina calentando huevos, defendiendo su cría de la misma manera que lo hacía mi madre, y otras gallinas cantando de alegría, porque pusieron un nuevo huevo, y sus loras, sus rebecas, en los árboles haciendo ruido y las chicharras entonando a lo lejos fuertes berridos anunciando el verano..Y pude verla en mi memoria, allí parada frente a su fogón de leña, con miles de ollas, cucharas, platos, pocillos colgando o recostados alrededor, prestos a ser utilizados. La ví, la sentí haciendo un mundo de comida para los que estaban en la casa y los que llegarían; porque ella era así. 

A todo el mundo le apuntaba con un plato de comida. Esa era su felicidad, cautivar con sus preparados el cariño de la gente y todavía era mucho más feliz si las personas se quedaban a amanecer, y ella para eso solía mantenerse muy equipada con una buena cantidad de sábanas, cobijas, almohadas, y colchones por si acaso.

Un día normal estaba permeado por el chocolate, el queso, las arepas, el huevo , carne, sancocho y frijoles, los hijos, las hijas, los esposos de estas, las esposas de estos, los familiares de los esposos y las esposas, y sus hijos, corriendo por los patios, subidos sobre los árboles frutales, contando cuentos , trayendo y llevando historias con los amigos de la familia que también se sumaban al festín que ella dirigía con su guachafita de humildad, y de entrega, hacia los demás, esperando nada a cambio, que no fuera una sonrisa de agradecimiento.Cuantos años repitiéndose la misma historia que ahora llegaba a mi memoria como una página abierta al archivo de mi vida. A veces con cambios de inquilinos llegando extraños y recibidos por ella como si fueran viejos conocidos, brindándoles siempre una oportunidad de ser sus amigos. 

A veces la llegada de los hijos con sus familias, con sus dificultades económicas, llegando asilados a posar al calor de su madre con total seguridad porque ella siempre los acogió con cariño, sin reparo, y con ese amor incondicional de madre que no se consigue en ninguna parte ni con todo el dinero del mundo.En mi madre, a medida que pasaron los años su corazoncito aprendió a esperar con paciencia a alguien que llegara de visita y siguió acumulando sábanas, tendidos, cobijas y platos aunque muy en su interior sabía que a medida que pasaran los días iba necesitar menos de esas cosas, porque las personas que siempre se beneficiaron de ella, incluyendo los que llevaron su propia sangre se fueron olvidando de ella. Su corazón había sembrado amor en tierra mala y como en la canción, el cariño de muchos no pudo florecer y mucho más cuando los achaques de tantos años de entrega hacia los demás ya habían hecho lo suyo y le impedía cocinar; cosas del tiempo y de la ingratitud que la dejaron más débil, más vieja y más sola.

En 40 años aprendí que la madre es un ser irrepetible y una vez se pierde no se puede conseguir nunca más. Aprendí que una madre no se abandona, que es un ser irrepetible, que una madre deja huella para siempre, que a una madre se le agradece, y nunca se le abandona, se le cuida, se le valora, porque ella tiene un amor incondicional y siempre espera, aún al que no va a llegar, inclusive hasta la muerte y tal vez más allá.Hoy doy gracias a ella, a mi madre, porque soy el fruto de su enseñanza, hecho de su ejemplo y de su humildad, de su entrega hacia otros, no un día sino "toda la vida".

 Una madre que me enseñó la existencia de Dios en la fe, en las oraciones, en las acciones y en la gente de buen corazón que a veces uno se encuentra en el camino de la vida.

"Madre quiero decirte" donde estés, "Gracias por haber existido y haberte quedado en mi memoria". Gracias por venir a este mundo y acogerme como tuyo, por cuidarme y protegerme, por enseñarme, por respetarme, por darme ejemplo, y por no abandonarme nunca.



GRACIAS MAMÁ Y DIOS TE BENDIGA POR SIEMPRE... ALEXANDER GRISALES

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