Uno

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Unos ojos fríos que podrían mirar más allá de tu alma, una sonrisa con el peor de lo secretos y un cuerpo que es la mejor arma mortal, ese que podría llegar a ser tu perdición. Me miraba en el espejo como de costumbre, porque siempre se observa con detenimiento lo que nos atrae, lo que nos fascina. Mi rutina era perfecta, despertar, asearme, escoger el atuendo del día y ordenar el dormitorio.

Hoy era mi día favorito, Lunes, una camisa gris, un pantalón negros y unos botines a juego me deleitaban, ¿Por qué de que me puedo preocupar si la perfección esta en mí? Salí de la habitación con el bolso colgado en el hombro y me quede parada en la mitad del pasillo, la casa por dentro tenia colores fríos, me gustaba, pero habían partes donde resaltaban demasiados colores, y no, no eran de mi agrado, me desconcentraban y hacían que mi mente se dispersara, creando situaciones que me desfavorecían.

— Buen día, hoy llegare algo tarde, tengo cosas que hacer —dije entrando a la cocina, James, mi padre, me miro sin expresión en el rostro y asintió, pero al girar me encontré con mi madre, estaba me examinaba de arriba a abajo, esperando encontrar algún detalle, solo uno que le diera rienda suelta a sus moralismo y juicios.

— Supongo que llegaras tarde porque tienes cita con Erick, de otra forma no sé qué tienes que hacer —inquirió mientras su mirada trataba de penetrar mis pensamientos, siempre era así, un duelo de miradas que siempre ganaba, aun si apartaba la mirada.

— Supones bien —sonreí con frialdad— pero aunque te cueste tanto creerlo, tengo una vida, tengo amistades, y planes que no te involucran y mucho menos te interesan, querida madre —me voltee, dirigiéndome hacia la salida, sabía que mis últimas palabras habían sido un golpe bajo, y no me arrepentía, ella se lo buscaba.

Caminar hacia la parada de buses era un trance, siempre era el tiempo perfecto para pensar, para analizar y trazar nuevos planes. El colorido del vecindario me gustaba, más aún porque siempre estaban acompañados de un toque misterioso, ver esa inmensa arboleada y desear descubrir sus secretos, el olor a tierra mojada que te invita a saber más de la vida, de cómo se va en un cerrar de ojos, y... olor a sangre.

Mis fosas nasales se inundaron de ese peculiar olor, que para mí fortuna era inconfundible.

El aroma a oxido, hierro y sales.

Sobre todo sales.

Un chico de estatura promedio se encontraba a mi lado, al verlo supe que de él provenía el olor a sangre, estaba pálido y flacucho, pero note que esa era su contextura. Una nausea removió mi estómago y me hizo contener la respiración.

Su sangre me daba asco.

Odiaba a la gente con mala sangre.

Teressa, ni siquiera la has probado.

No, no deseaba probarla, solo el pensarlo me daban ganas de vaciar todo el contenido de mi estómago en la acera, su sangre de seguro era como un vino amargo, rancio, el último en la vitrina, el que nadie quiere y va pasando al fondo. El que con el pasar del tiempo es cada vez peor, esos vinos repudiados por todos y por mí.

Yo vacío las botellas de vino rancio.

Con un suspiro me gire y enfoque al muchacho, este ya me veía como si el coro de los ángeles cantara, y reí por su estupidez, las apariencias engañan niño, siempre lo hacen.

— Me podrías decir la hora, por cierto soy Teressa, pero me puedes decir Tessa si lo deseas —sonreí.

— Faltan quince minutos para las siete de la mañana, y es un placer Tessa, soy Jerry —respondió tímido.

Presa fácil, Tessa...

No.

— ¿En qué curso estas? —pregunte de manera dulce, me di unas palmaditas mentalmente por ser tan buena actriz.

— En el último, veo alguna materias contigo —hablo esta vez más relajado.

— Debo disculparme, todo este tiempo junto a ti y no sabía quién eras —reí, y coloque una mano sobre su hombro.

— ¿Ju-unto a mí? —dijo sonrojándose, si será imbécil.

— Si, juntos, en clases —sonreí, de nuevo. A este paso mis mejillas terminarían entumecidas.

El bus hizo presencia en la parada, todo el trayecto Jerry hablo y hablo, cosas que realmente no me importaban, él no me importaba, más aun cuando su olor me desconcentraba y me provocaba grandes arcadas, las cuales soportaba lo mejor que podía.

Yo no creo en las casualidades, nunca lo he hecho, por eso al momento en el que la profesora Maggie, de biología, me coloco junto a Jerry en el proyecto de fin de curso, me di cuenta de que era el destino, no podía ser otra cosa.

Sonreí, esto sería divertido.


***


Siempre he oído como las personas hablan de la vida, de sus amores, de cómo se entusiasman por la vitalidad de las cosas, por lo sueños y demás. Todas mentiras, mentiras y más mentiras, tantas que siempre se niegan a creer que lo son, que se niegan a admitir que las han dicho.

Miraba por la ventana, yo no era de los estudiantes que dejaba todo para el último momento, el tampoco. Así que las cosas se dieron de la manera que se tenían que dar, el melifluo inexplicable, el éxtasis del momento previo.

Me acerque con naturalidad a mi bolso, saque de él unos guantes negro de cuero, amaba el cuero, los enfunde en mis manos y saque una hermosa funda de gamuza negra, la daga y sus preciosas piedras brillaban sin siquiera ser descubiertas, mire de reojo detrás de mí y observe como el muchacho terminaba de ordenar el escritorio, y aunque me gustaba la anticipación no podía esperar más.

Camine hasta él y tome su brazo, Jerry me miro sorprendido, y en un movimiento rápido pase la daga por encima de la piel de su antebrazo, un línea de sangre empezó a escurrirse por su brazo, convirtiéndose en un pequeño charco de sangre en un abrir y cerrar de ojos.

Su cara se torció por el dolor y sostuvo su brazo alejándose de mí, o no nene, no quieres dar pelea. Hice una seña para que guardara silencio, y tal vez lo hizo por ser extremadamente obediente o el pánico mallugaba sus cuerdas vocales. Vi como el carmesí oscuro se deslizaba por la daga, y pase la lengua por ella.

Asco, eso me produjo su sangre asco.

El óxido se hacía presente en cada papila gustativa de mi boca, y el sabor salado era exagerado, no me había equivocado, su sangre era asquerosa.

Era un maldito vino rancio, era de mala cosecha.

Las arcadas invadían mi sistema.

Contrariada por el asco, la ira se apodero de mi cuerpo, todo esto se mezcló con la adrenalina, así que era mejor terminar rápido.

Una puñalada en la garganta, otra en el pecho, otra en las piernas, una tras otra. Sonreí, me encantaba lo que había echo, pero faltaba algo, una nueva puñalada se instaló debajo de su pecho y presionando hacia abajo desgarre todo su abdomen, con una mano urge dentro de la cavidad y jale todos los órganos que pasaban por mi camino hacia afuera, desconectándolos de sus sistema, dejándolos a la vista de sus próximos visitantes, porque era así, un sistema que se acaba de apagar.

Sonreí y me levante del piso, viendo desde arriba esas bombillas que ahora estaban sin luz, sin vida. Los ojos de Jerry me veían dilatados, perdiendo todo el brillo que les podía quedar, y aunque el no disfruto el momento, ahora estará feliz de que fui lo último que vio.

Había vaciado una botella de vino rancio, ahora todo estaba bien de nuevo. 

FragileWhere stories live. Discover now